La noticia del embarazo agradó a Raymond; sin embargo, al enterarse de que era una situación de alto riesgo, decidió no decir nada a su familia, hasta asegurarse que su esposa no perdiera al bebé.
Debido al estado de Myriam, andaba de mal humor, puesto que por recomendación de la ginecóloga su mujer no podía tener relaciones.
—Te veo muy estresado —dijo Noemí, la media hermana de Myriam.
La joven laboraba como asistente de Raymond, por pedido de la esposa de este, a pesar de que ambas tenían una pésima relación, Myriam había decidido darle una última oportunidad a su media hermana.
—¿Trajiste el informe que te pedí? —cuestionó Ray sin mirarla.
—Por supuesto —respondió ella y se aproximó a él, al instante que colocó la carpeta en la mesa se inclinó mostrando su amplio escote—, yo soy mucho más eficiente que mi hermanita —masculló con molestia.
La mirada de Ray se clavó en esos voluptuosos pechos, elevó una de sus cejas.
—Interesante —mencionó, y la barrió de pies a cabeza.
Noemí era una muchacha delgada, de estatura mediana, solía vestirse de manera atrevida, a pesar de que Myriam había ordenado que se colocara el uniforme, no hacía caso, siempre llevaba tacones de aguja, minifaldas muy cortas, y las blusas con los botones abiertos mostrando sus voluptuosos senos.
Al notar el efecto que causó en su cuñado, se colocó detrás de él, y empezó a darle un masaje en el cuello.
—Parece que mi hermana no te atiende bien —murmuró y prosiguió con aquellas placenteras caricias—, yo podría atenderte mejor que ella —insinuó.
Raymond carraspeó, y sintió que su cuerpo empezaba a despertar, pero era un hombre demasiado inteligente, y no le convenía que alguien en su empresa lo viera con su cuñada, así que, luego de aclararse la voz le pidió a Noemí dejarlo solo. Sin embargo, ella no se iba a dar por vencida. Estaba decidida a quitarle el marido a su hermana. Siempre desde niñas la envidió, y deseaba todo lo que Myriam poseía, y eso incluía a Raymond Wilson y su fortuna.
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Myriam revisaba unas guías de exportación en su oficina, en la empresa naviera en la cual laboraba, desde que se casó con Raymond, bostezaba a cada instante, cansada.
—Debes ir a descansar —propuso una de las compañeras de la chica, al verla cabeceando frente al computador.
Myriam rascó su nuca, no le había dicho a nadie de su embarazo, cubrió con su mano un bostezo.
—Tienes razón —informó, miró la hora, era temprano, tomó su abrigo, su bolso, salió de su oficina, y fue directo a su apartamento.
Cuando giró la cerradura sintió que la sangre se le iba al piso, miró varias prendas de ropa regadas en el pasillo, a medida que avanzaba escuchaba fuertes gemidos en su habitación.
—¡No puede ser! —exclamó percibiendo como el ritmo cardíaco se le disparaba, entonces se armó de valor y abrió de golpe la puerta. Se quedó petrificada al ver a su hermana desnuda encima de su marido, gimiendo y jadeando como dos poseídos—. Buenas tardes —masculló Myriam percibiendo su vida derrumbada en cuestión de segundos, los observó a ambos con profunda decepción, salió de la alcoba azotando la puerta.
Raymond de inmediato apartó el cuerpo de Noemí lanzándola a la cama, se colocó los bóxeres y salió corriendo detrás de su esposa, quién se encontraba recargada en el pasillo.
—Déjame explicarte —solicitó, intentó aproximarse a su mujer.
—No te acerques —rugió Myriam con el rostro empañado de lágrimas y los ojos acuosos. Su mirada reflejaba tristeza, también culpa. Temblaba, luego de lo sucedido aquella noche. No tenía el valor para cuestionar a su marido, pero le dolía en el alma, que fuera con Noemí—, entonces mi hermana es tu… Amante —balbuceó.
—¡No! —exclamó él agarrándose el cabello—, ella me sedujo, tú la has visto cómo anda por la empresa, provocando a los hombres, me sentía solo, desde que estás embarazada no tenemos contacto físico —se disculpó intentando culparlas a ambas de su desliz. —Sujetó del brazo a su mujer.
Myriam lo miró con profunda decepción y se soltó de su agarre.
—Necesito poner en claro mis ideas y emociones —expresó y sin darle tiempo a que él siguiera hablando, salió de la casa envuelta en un mar de lágrimas.
Raymond apretó los puños, y se sobó el rostro con ambas manos, desesperado, no podía perder al bebé, necesitaba ese hijo, así que tenía que encontrar la manera de contentar a su mujer, a como diera lugar.
Noemí en la habitación, sonreía victoriosa y rodaba en la cama jugueteando, acariciando las sábanas de seda en la cuales su hermana compartía el lecho con su marido.
*****
Myriam ingresó de un solo golpe al consultorio de su mejor amiga Elsa, quién al verla llorando se levantó de inmediato.
—¿Te sientes bien? —indagó y la sostuvo, al ver que Myriam casi no podía mantenerse en pie, entonces la llevó a un sillón para que se sentara—. Di algo, por favor —suplicó.
La mujer no dejaba de llorar, abrazó a su amiga y luego de soltar el llanto, habló.
—Quiero que me saques a este bebé, ya no lo deseo —solicitó, sin darse cuenta de la magnitud de sus palabras, debido a que en ese instante, solo el dolor y el rencor imperaban en su mente.
Elsa arrugó el ceño, sin comprender, pues era testigo de lo mucho que luchó Myriam por quedar embarazada.
—No entiendo, insististe con una nueva fertilización, a pesar de que las que realizamos en el pasado, fallaron —rememoró—, un aborto no sería conveniente para tu salud, hay riesgos mayores —expuso con ternura—. ¿Qué sucedió?
Myriam sorbió su nariz con un pañuelo, y observó a los ojos a Elsa.
—Encontré a Noemí y Raymond sosteniendo relaciones en nuestra propia cama —soltó percibiendo que el pecho le ardía.
Elsa cubrió su boca con su mano, conocía bien a la media hermana de Myriam, pero jamás imaginó que llegaría tan lejos con tal de dañarla.
—Son unos desgraciados —refutó y acarició el cabello de su mejor amiga. —¿Qué piensas hacer? —cuestionó.
Myriam volvió a llorar y negó con la cabeza.
—No tengo idea —murmuró. —¿Cómo puedo hacer un reclamo, si también siento culpa por dentro? —cuestionó.
Elsa negó con la cabeza.
—Tu caso es distinto, no lo hiciste con intención de engañarlo, ni siquiera estabas consciente, en cambio, ellos…
Myriam presionó los labios.
—Como haya sido, si esa noche ocurrió algo, consciente o no, también lo engañé. —Soltó su llanto.
Elsa la consoló y la llevó a su apartamento, y que de esa forma su amiga se calmara, y pensara mejor las cosas.
*****
Con grandes ojeras y los ojos rojos e hinchados, Myriam se presentó en su oficina, al día siguiente; se había quedado en el apartamento de Elsa, durante toda la noche, cuando ingresó a su despacho, parpadeó al mirar a su esposo, esperándola.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Casada con el padre de mi hijo.