El silencio de Benedict hizo que Evelyn se pusiera nerviosa y gimiera tirando de su mano:
—Ben, por favor, no se lo cuentes a Finnick. Ya sabes cómo es él. Si se entera de lo que pasó, no me dejará en paz.
Benedict sabía que ella tenía razón. Aunque salvó a Vivian, tampoco creía poder decirle a Finnick que ella era la persona que estaba detrás de todo aquello. Habiendo aprendido del incidente de Ashley, sabía que si Finnick descubría que Evelyn era la responsable del secuestro, no solo pondría en peligro a su hermana sino también a toda la familia Morrison. No podía correr un riesgo tan grande.
—Ben, por favor, dame tu palabra. No puedes decirle nada a Finnick. Te lo ruego —suplicó Evelyn dándole pena. Benedict miró a su hermana con confusión. Después de todo, ella era la única persona con la que tenía lazos de sangre, por muy astuta que fuera. Además, había prometido a sus padres cuidar de ella, y no podía ponerla en una situación tan peligrosa.
Al ver el pequeño asentimiento de su hermano, Evelyn esbozó una pequeña sonrisa. Sabía que todavía la adoraba.
—A cambio, debes prometer no volver a hacer daño a Vivian —advirtió Benedict con severidad.
—Está bien, lo prometo —respondió Evelyn con indiferencia para apaciguarlo. Al girar la mirada en dirección a la sala de Vivian, los ojos de Benedict se llenaron de arrepentimiento mientras se disculpaba con ella para sus adentros.
Todo el tiempo, Finnick estuvo agarrando la mano de Vivian, esperando que se despertara. Cuando despertó por fin, abrió los ojos y vio paredes blancas a su alrededor. Al darse cuenta de que estaba en el hospital, dejó escapar un suspiro de alivio, agradecida por haber escapado.
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