«Imagina que tu mujer y tu amante se cayeran al agua al mismo tiempo: ¿a quién salvarías primero?».
Al recordar lo que había dicho su amiga hace unos días, Maira sintió que le dolía el corazón; era tan agudo que amenazaba con asfixiarla. Permaneció rígida en el salón del banquete mientras el exquisito vestido azul hasta la rodilla que llevaba se pegaba a su cuerpo mojado y la hacía parecer una rata ahogada.
Cuando los empleados de la empresa que estaban en el salón la vieron, empezaron a murmurar y a reírse entre ellos. No tuvo que escuchar para saber lo que decían de ella.
—Intenta ascender en la empresa acostándose con el Director...
-¡Escuché que quería empujar a la novia del Director a la piscina!
-¿Cómo puede alguien que se muestra altiva y poderosa todo el tiempo ser tan desvergonzada?
Hacía unos momentos, Maira paseaba por los jardines traseros de La Alegría cuando Erandi, una estrella en ascenso y última conquista de Simón, se acercó a ella y le bloqueó el paso.
—Maira, puede que seas la esposa legal de Simón, pero si yo fuera tú, ya habría solicitado el divorcio a causa de la vergüenza. Después de todo, no tiene mucho sentido seguir casada si tienes que ver cómo adula a otras mujeres, ¿o sí?
Tras el matrimonio de Maira con Simón, situaciones como esas eran habituales. Sintió una fuerte punzada de dolor en su corazón y estaba a punto de contestar cuando vio que la expresión de la otra chica cambiaba; su arrogancia era reemplazada por una vulnerabilidad en la mirada.
—Maira, sé que también te gusta Simón. Nunca me habría interpuesto entre los dos si él correspondiera a tus sentimientos, pero no lo hace. ¡Tú... aaah! Ayuda... -Antes de que Erandi pudiera terminar su frase, había arrastrado a Maira al estanque con ella.
La escena que se desarrolló después fue una en la que el valiente héroe acudía a rescatar a la damisela en apuros. Por desgracia, Maira no fue a la que salvaron. Se enjugó las gotas de agua de los ojos antes de dirigir su mirada hacia las puertas del banquete, no muy lejos.
No podía ver sus rostros, pero podía distinguir el largo y delgado cuerpo de Simón. Observó cómo sostenía con cuidado la menuda figura de Erandi contra sí mismo y le daba un suave beso en la frente. Maira ya podía imaginar el dolor que a él le embargaba en los ojos mientras miraba a la otra chica.
«¿Acaso él también piensa que yo la empujé al estanque?».
Maira sintió como si hubiera tragado ácido. Se apretó la mano contra el pecho; su puño se cerró con fuerza hasta el punto de que sus nudillos se pusieron blancos.
La cuidadora la recibió en el vestíbulo cuando volvió a casa esa noche.
-Bienvenida a casa, Señorita Maira.
Maira asintió con la cabeza y balbuceó en respuesta. Sus ojos se posaron en el par de zapatos de cuero negro que había en el pasillo.
Al escuchar eso, ella parpadeó y sintió que las puntas de sus orejas se calentaban.
-Mi vestido se mojó durante la fiesta, así que me duché antes de...
Sin embargo, él se dio la vuelta y se retiró impaciente al estudio antes de escuchar el resto de su frase, dejándola desamparada en el pasillo. Ella separó los labios como si fuera a decir algo, pero decidió guardar silencio mientras lo seguía.
El estudio estaba decorado para reflejar las preferencias de su dueño: era elegante y de buen gusto, mientras que el mobiliario y los acentos eran todos de la misma paleta de color marrón oscuro. Sobre la mesa había un ramo de rosas de un azul intenso, que era la única nota de color en la habitación.
Maira se detuvo al ver el ramo y se acercó a Simón mientras éste se ajustaba la corbata.
-Creí que te habías olvidado de mi cumpleaños, Simón -le dijo con delicadeza.
El resentimiento que sentía desde el banquete desapareció poco a poco, pero justo cuando estaba a punto de ayudarle con la corbata, él le apartó la mano.
-¿Tu cumpleaños? -Simón parecía que acababa de darse cuenta de su vestido. Lanzó una mirada hacia el ramo de rosas antes de girar para burlarse de ella—: No creerás que esas flores son para ti, ¿verdad?
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