Zamira y Leandro estaban ya en la casa, y Aarón y Catalina se le quedaron mirando a su yerno con incredulidad.
—Tenías razón. Papá de verdad vino en persona a buscar a Zamira.
—Suegro, parece que ha perdido la apuesta —dijo Leandro mientras sonreía.
—Pero, ¿cómo es que este proyecto nos vino a caer del cielo? Hay muchas empresas que son más poderosas que la nuestra. ¿Por qué nos escogieron? —se preguntó Aarón en voz alta.
—Sí, ¿por qué insistieron tanto en que fuera yo quien firmara el contrato? —Zamira parpadeó y esperó a que Leandro le diera alguna explicación. No podía evitar pensar que Leandro estaba detrás de todo esto; era como si todo lo que él dijera se hiciera realidad.
—¿No recuerdan lo que Dragón Azul dijo aquella noche en el banquete? —preguntó Leandro.
—¡Ya entiendo! —dijo Aarón de inmediato—. ¡Dragón Azul lo había arreglado todo! ¡Vaya, las personas importantes sí que cumplen sus promesas! Es decir, ¿quién más creen que le daría órdenes al Señor Jiménez?
Zamira sonrió con timidez.
—Yo pensaba que Dragón Azul solo estaba haciendo un comentario casual.
—¡Las personas importantes honran sus palabras! —dijo Leandro mientras sonreía con placer.
—¡Por Dios! ¡El estatus de mi familia está a punto de dispararse por las nubes en cuanto estemos a cargo de este proyecto! Catalina, prepara la mejor de las cenas. ¡Vamos a celebrar! —dijo Aarón.
Quizás se debía a que estaban de buen humor, pero la pareja tenía una mejor opinión de Leandro.
—No te preocupes por buscar trabajo, Leandro —dijo Zamira—. Quédate conmigo y ya.
—Por supuesto. Me aseguraré de ser un buen ayudante.
Tres días después, Zamira y Leandro se vistieron y se prepararon para ir a firmar el contrato.
—Leandro, creo que debería avisarle a abuelo de antemano. Después de todo, ellos están muy preocupados por este asunto —dijo Zamira.
—No creo que eso sea necesario. Ellos no tienen nada que ver con esto de todas formas —respondió Leandro.
—Aun así, creo que debería llamarlos.
Zamira marcó el número de Gerardo.
—¿Qué sucede, Zamira?
—Abuelo, solo quería avisarte que vamos a firmar el contrato ahora.
—Ah, eso. Tu hermana y Samuel están yendo hacia allá en estos momentos, así que no tienes que ir. No te preocupes. ¡Ellos van a firmarlo a tu nombre! No pienses más en este asunto y ve a trabajar tranquila a Prados Imperiales —dijo Gerardo antes de colgar.
Zamira estaba tan sobresaltada que casi deja caer el móvil que tenía en su mano.
—¿Qué pasa?
—Abuelo me dijo que este asunto no tiene nada que ver conmigo y que ya ha enviado a alguien para que firme el contrato por mí —dijo Zamira lloriqueando.
Estas palabras le hirvieron la sangre a Leandro: «¡La Familia López es tan desvergonzada como la Familia Gutiérrez!».
—No te preocupes. Nadie puede quitarte lo que te pertenece —dijo Leandro en voz baja.
Luego se dio la vuelta, escribió un mensaje en su móvil y se lo envió al director del Ministerio de la Construcción.
Mientras tanto, una docena de empresarios se había reunido en el lugar de la licitación y estaban esperando que anunciaran los resultados del proceso. Al final, el anuncio lo hizo Carlos García, el Viceministro de la Construcción.
—Yo… yo…
Zamira dudó por un largo rato y estuvo a punto de acceder, cuando Leandro le arrebató su móvil.
—¡No! ¡Ellos ni siquiera la llamaron! ¿Qué está sucediendo? En el peor de los casos, renunciaremos al proyecto. Dénselo a quien lo quiera —dijo Leandro.
Cuando Orlando terminó la llamada, le lanzó una mirada asesina a Samuel y sus acompañantes mientras su rostro mostraba una expresión sombría. Estos bajaron las cabezas al darse cuenta de la gravedad del asunto y no se atrevieron a mirarlo.
—Me parece que fui claro, ¿o no? ¡Este proyecto lo tiene que realizar la Señorita Zamira de principio a fin! ¡Nadie más puede ocupar su lugar! ¡Si insisten con esto, no tendré más opción que asignarle el proyecto a alguien más! Hay muchas personas que pueden encargarse de este proyecto. Escúchenme bien. ¡Si quieren el proyecto, tendrá que venir la Señorita Zamira a firmarlo en este momento! ¡De no ser así, asumiremos que han renunciado al mismo!
Al escuchar las palabras de Orlando, los tres salieron disparados del lugar.
—¿Qué? ¿Tiene que ser Zamira? ¡Pensé que cualquiera podría firmar el contrato!
Gerardo se quedó pasmado cuando se enteró de lo sucedido.
—Papá, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Enrique—. ¿De verdad vamos a permitir que Zamira se adueñe del proyecto?
—No tenemos otra opción. Aunque ella esté al frente del proyecto, la mayoría de las ganancias seguirán siendo nuestras. Zamira todavía me respeta; llegado el momento, bastará con que les demos una pequeña parte de las ganancias. Después de todo, una empresa tan pequeña como Prados Imperiales no puede encargarse de este proyecto por sí sola. Van a necesitar nuestra ayuda —dijo Gerardo.
—Pero, abuelo, ¿cómo haremos que Zamira firme el contrato? Ya es la segunda vez que esto sucede —preguntó alguien.
—¡Argh! Yo mismo iré a buscarla —dijo Gerardo con desprecio—. No aceptaré un no como respuesta. ¡Llámenla primero!
Cuando lograron comunicarse, Leandro fue quien contestó la llamada.
—¿Sí? Ustedes no tienen que venir. Estamos ocupados. —Sin más, Leandro colgó.
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