Comenzó una guerra, conquistó el mundo romance Capítulo 11

En realidad, Zamira ya llevaba un buen rato despierta, pero se había mantenido en silencio y miraba a Leandro con asombro. «Él tenía razón. La Familia López de verdad quiere que regrese, pero ¿por qué?». Ella sintió que se le quería salir el corazón por la boca cuando escuchó que Leandro le estaba demandando a Gerardo que viniera a buscarla en persona. Gerardo siempre había sido una figura poderosa e inalcanzable. Él no aceptaría la propuesta de Leandro ni en un millón de años. Su esposo solo estaba provocando a su abuelo al hacerle esta petición.

—Bien. ¡Si Gerardo se rehúsa a venir, pueden olvidarse de recuperarla! ¡Adiós! —Leandro colgó al terminar de hablar.

—¿Estás loco? —reprochó Zamira—. ¿Cómo se te ocurre pedirle a mi abuelo que viniera a buscarme? Pienso que debemos regresar por nuestra cuenta y olvidarnos de todo esto. A juzgar por su tono, parece que sucedió algo serio.

—No, espera. Tres, dos, uno…

Justo como Leandro esperaba, el móvil de Zamira comenzó a sonar en cuanto terminó de contar.

—Papá accedió a ir a buscarlos —dijo Enrique con un tono de desesperación—. ¡Dame la dirección!

—Estamos en el Hotel Bruma de la Ciudad Universitaria.

—¿Y cuál es el número de la habitación?

—No necesitan saber eso. Nosotros bajaremos por nuestra cuenta cuando Gerardo llegue —dijo Leandro.

De esta forma ellos se asegurarían de que Gerardo viniera.

—¿Qué? ¿En serio viene el abuelo? ―Zamira estaba muerta de miedo, pues desde que era una niña había vivido tras la sombra de su abuelo.

—¿Por qué estás nerviosa? Él viene a pedirte que regreses —dijo Leandro con una sonrisa en el rostro.

Ella estaba tan aterrada que había olvidado lo que Leandro había dicho que sucedería. «Gerardo vendrá en persona a pedirte que regreses».

Alrededor de media hora después, vieron un Mercedes Benz que se estacionó frente al hotel y lograron divisar a Gerardo dentro del auto.

»Vamos, bajemos.

Zamira todavía estaba temblando de miedo mientras se agarraba del brazo de Leandro sin dejarlo ir. Cuando Gerardo vio a su nieta, le gritó de manera inconsciente:

—Zamira, tú… ¡Entra al auto! ¡Hay algo importante que quisiera discutir contigo!

Zamira se quedó pasmada al ver una agradable sonrisa en el rostro de su abuelo. «No logro recordar que mi abuelo me haya sonreído alguna vez».

Una vez que ellos entraron al auto, Gerardo comenzó a hablar.

»Iré directo al grano, ¿de acuerdo? Zamira, ¿antes de esto tú no estabas trabajando en el proyecto de desarrollo del Parque Ecológico de Ciudad del Oeste? Bueno, ahora es tu oportunidad. El Señor Jiménez del Ministerio de la Construcción quiere que entregues tu propuesta y elabores los planos. ¡Debes hacer tu mejor esfuerzo! ¡Yo sé que puedes hacerlo! Entonces, minutos antes de las ocho, Leandro y Zamira, quien estaba aún muy confundida, llegaron al edificio donde radicaban los responsables del proyecto.

—Señorita López, está aquí. —Orlando la saludó mientras se levantaba rápido e iba a darle la bienvenida—. ¿Usted y el caballero desean una taza de té o café?

—Té para mí y café para ella —dijo Leandro a secas mientras se sentaba con elegancia.

Zamira, por otro lado, estaba completamente anonadada. «¡Él es el Señor Jiménez, el director administrativo del Ministerio de la Construcción! Incluso José Gutiérrez lo trata con respeto cuando lo ve. ¿Por qué es tan amable conmigo?».

—¿Has escuchado? Ve a prepararlo todo —le ordenó Orlando a su asistente.

»Señorita López, tome asiento, por favor —le dijo Orlando a Zamira de manera respetuosa.

—Vamos, siéntate —dijo Leandro al ver que ella se había quedado aturdida en el lugar y tiró de ella para que se sentara a su lado.

Poco después, les sirvieron el café y el té. Zamira levantó su taza con ambas manos, que aún le temblaban, mientras Leandro cruzaba las piernas y adoptaba una pose déspota.

Orlando se quedó de pie frente a ellos como un sirviente muy respetuoso. Ni siquiera se atrevió a mirar a Leandro de reojo. «¡Él es aquel hombre tan legendario!».

Zamira respiró profundo y le entregó la propuesta a Orlando.

—Se… Señor Jiménez, mi nombre es Zamira López. Es un placer conocerlo. ¡Aquí tiene mi propuesta! ¡Por favor, dele un vistazo!

Orlando rio entre dientes.

Gerardo y todos los demás estaban emocionados. Después de todo, este era un gran proyecto de mil millones.

Desde que Zamira tenía uso de razón, ella solo recordaba que su abuelo le hiciera un cumplido en dos ocasiones. La primera vez fue cuando se casó con Leandro, un advenedizo, hace seis años. En esta otra ocasión, casi no se podía creer que su abuelo le hubiese hecho tal cumplido.

»Zamira, ¿estás segura de que vamos a obtener este proyecto y que solo debemos firmar el contrato dentro de tres días? —preguntó Gerardo una vez más, pues aún estaba un poco preocupado.

—Sí, abuelo. ¡Estoy segura! —respondió ella mientras asentía con la cabeza.

—¡Bien, entonces es algo por lo que no debo preocuparme! —suspiró Gerardo aliviado.

Después de eso, Leandro, Zamira y la Familia López se separaron y todos regresaron a sus respectivos hogares.

—¡Papá, eso fue muy inesperado! —Enrique rio con satisfacción—. ¡De veras obtuvimos el trabajo! Le pedí a mi amigo que le preguntara al asistente del Señor Jiménez, ¡y es cierto!

El rostro de Gerardo resplandecía de felicidad.

—Sí, esto es un gran motivo de alegría para la Familia López.

—Abuelo —dijo Samuel luego de planteárselo por un buen rato—, ¿de verdad va a dejar que Zamira esté a cargo de todo lo relacionado con este proyecto? Me preocupa que, a la hora de la verdad, este proyecto no tenga nada que ver con nosotros debido a la ambición descontrolada de Leandro.

Gerardo se echó a reír.

—Oh, Samuel. ¡Ya he pensado en eso! ¿No escuchaste lo que acabo de decir? Ahora que el proyecto es nuestro, y que solo queda firmar el contrato dentro de tres días, no necesitamos a Zamira para nada más. Además, ¿crees que su pequeña empresa Prados Imperiales pueda llevar a cabo un proyecto de mil millones?

»¡Así que ustedes irán a firmar el contrato dentro de tres días! Zamira solo nos brindará su nombre, ella no es más que un testaferro. No pretendo dejar que participe en la realización de este proyecto.

Samuel se rio con malicia.

—¡Esa es una jugada increíble, abuelo!

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Comenzó una guerra, conquistó el mundo