Sonreí por la forma en que la he llamado. Kaeri era una de las chicas más hiperactivas, nunca estaba quieta, además de ser una de las mujeres más inteligentes. Nunca imaginé que, en un futuro, llegaríamos a esto, de lo contrario, seríamos una pareja normal.
Su ambición por hacerse una mujer de dinero, llevó a que nos alejemos por completo. Ni siquiera tenía el valor de verle la cara a tan venenosa serpiente.
Cada cierto tiempo, mi madre o Patricia, llamaban para dar sus quejas al respecto, la cuestión es que no entendía que tanto hacía, cuando le dejé lo justo para sus gustos caros, lo suficiente, para sus viajes, y esas cosas superficiales que, de seguro, ella buscaba.
Pese al odio que sentía por ella o por la situación, no podía desampararla. Kerianne era mi esposa, y aunque quiera evitarlo, y la evité, durante mucho tiempo, quería que tuviera lo mejor.
Tres años de no verla, y en un accidente amanecí con una mujer. Jamás imaginé que aquella chica sería justamente ella, y que se aprovecharía de tal situación. Durante tres años de matrimonio, no me acerque a ella, no consumamos, pero siempre, intentaba darle un regalo en fechas especiales.
— Señor… Aquí tiene toda la información de la señora — avisa mi mano derecha.
Tomo la carpeta y comienzo a leer cada una de las cosas que he mandado a averiguar. Reglón tras reglón me sorprendía un poco, pues no entendía absolutamente nada.
— ¿Estás seguro que es la información correcta? — pregunto, sin apartar la vista del documento.
— Sí, señor.
— No hay movimientos en la tarjeta, Federic — Levanto la cabeza, y el hombre está asintiendo —. ¿Cómo es posible?
— La señora trabajaba de día, en el hotel Kiam y por las noches en el Ron Club — Mis ojos casi se salen de sus órbitas al oír tal información.
O sea, si trabajaba. Lo vi con mis propios ojos, pero aún seguía imaginando que solo era una actuación.
— Debe haber algún error. ¿Por qué trabajaría? — Federic se mostraba un poco indeciso, es como si no me quisiera decir la verdad. De su bolsillo, quita un sobre y me lo extiende —. ¿Qué es?
— Fotos del lugar donde vivía — explica —. Al parecer la señora vivía en la casa, pero no en la mansión. Lo del dinero no sabría decirle, aparentemente ella no está enterada de nada.
— Mi familia me debe una explicación — mascullo, con una repentina ira creciendo en mi interior. Tomo el sobre y comienzo a mirar, sintiéndome miserable —. ¿En verdad vivía aquí?
— Es la información que obtuve de los hombres. Está un poco arreglada, pero a la señora solo se la veía por la mañana salir, y a altas horas de la noche, llegar.
En ese instante, recuerdo que casi fue abusada cerca de la mansión. Si yo no hubiese estado allí, sería ultrajada. Mi esposa es la misma mujer del bar y la mucama.
No me reconoció.
No la reconocí al principio, y en la oscuridad tampoco, pero al verla arrodillada frente a los Brusquetti, fue de inmediato. Ahora estaba seguro que era ella.
— Quiero ver personalmente el lugar — aviso, poniéndome de pie, y saliendo del hotel. No me importa que sea tarde, pero necesito cerciorarme de ver con mis propios ojos la vida que mi familia le dio a mi ex esposa, a pesar de dejar las ordenes estipuladas; la vida que yo le di.
Subo a la camioneta, y nos ponemos en marcha hasta la casa. Cuando llegamos, nos abren el portón, y una vez estacionados, y dar órdenes de no avisar a nadie, nos adentramos hasta el jardín, yendo hasta la casa, tan diminuta que se encuentra en el patio trasero.
Estaba en condiciones muy deterioradas, y cuando ingreso en el interior, me sorprendo. Está arreglada, pero no lo suficiente para una persona que lleve mi apellido. No puedo creer que mi esposa estuviera viviendo aquí durante tres años.
Una habitación con un baño. No hay cocina, no hay salón. Solo una cama con un colchón que ni los mendigos merecen. Una caja con sus prendas de vestir, y una foto donde se encuentra ella con una amiga.
Me sentía muy enojado, y no con ella, pese a que aún no la perdono. Estoy enojado conmigo mismo, por permitir que lleve una vida tan miserable, y deba trabajar para sobrevivir, llevando mi apellido.
Me senté sobre el fino el colchón, y tomé la almohada donde aún seguía impregnada el olor de su perfume. Por muy raro que parezca, me sentía mal, me sentía triste, agobiado y estúpido. Había cosas que no cuadraban, situaciones que no encajaban, y temía que mi familia fuera capaz de convertirse en monstruos solo, por el odio que yo sentía.
Al día siguiente, me levanto todo adolorido, y salgo fuera de la cabaña deteriorada. Voy hasta la casa grande, donde todos se sorprenden de verme nuevamente aquí, y en mis fachas. Federic se apresura a ir al hotel a traerme ropa nueva y limpia.
Con pasos seguros ingreso hasta el comedor, donde escucho que provienen sus voces.
— Arturo no debe enterarse de que ella vivía en ese lugar. Es una m*****a interesada — escupe la esposa de mi difunto hermano.
— Una m*****a oportunista. Se merece cada una de las cosas que le sucede.
— Mi nieto la odiará cuando sepa que solo llegaba a dormir, por estar con quien sabe quiénes — Mis manos se hacían puños a mi costado. Estaba furioso.
Nadie tenía derecho a hablar de ella, a excepción de mí. Yo era su esposo, y solo yo podía tratarla como se merecía
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