KERIANNE BACAB.
El momento más importante de mi vida, estaba a punto de suceder. Hacía una semana que volví a casa, sin embargo, no lograba enfrentar a papá y no porque no quisiera, sino porque tuvo un viaje de emergencia.
Estaba sentada en la sala principal, con mi madre a mi lado, dándome ánimos, como si fuera una fanática. Ella estaba feliz, pero no sabía si mi padre estaría igual. Al final de cuentas, soy su hija adoptada. El mundo no sabe eso, y casi siempre me ha mantenido oculta por seguridad. A simple vista me mirarán y no creerían que soy una Bacab, no hay parecido alguno. Pero el mundo sabe que hay una heredera legítima.
Es por eso, que salir con ellos eran peculiarmente fácil, pero a su vez, complicado por el hecho de ser oculta como hija de ellos por seguridad.
Una situación rara.
La puerta se abre, y escuchamos sus pasos acercarse, sintiéndome con cada sonido, hundirme en el sofá, mis piernas temblar y mi corazón acelerarse. Ideando maneras de huir y al mismo tiempo, suplicar su perdón, por mar marcharme.
Cuando atraviesa el marco, todo se detiene. Incluso juraría que las agujas del reloj lo hicieron; que el aire lo hice. Sus ojos están clavados en mí, fijamente, como si no pudiera creer que soy real.
— Kaeri — musita, tan bajo, que no estoy segura de haber escuchado bien —. ¿Piensas marcharte otra vez?
Definitivamente, él seguía molesto, y con mucha razón. El haberme marchado sin siquiera hacer casos a sus palabras, es un acto de egoísmo mortal; especialmente, cuando pude haberme ahorrado miles de problemas, que no quiero que se entere.
— Comprenderé si quieres que me marche — susurro, agachando la cabeza.
Él suelta una carcajada. En sus ojos se forman las arrugas de la edad que va cargando, y el color blanco de sus cabellos, me recuerda el tiempo que he perdido. Pese a todo ello, se sigue viendo tan guapo.
— Eres una niña tonta, mi Kaeri. ¿Cómo puedes pensar que no te querré aquí? Eres mi niña y has vuelto — dice, abriendo sus brazos para mí.
No lo dudo ni un solo instante.
De un salto me pongo de pie, y corro hasta el, sintiendo después de mucho, un verdadero abrazo, fraternal y seguro. Un abrazo que me indica, que me asegura, que nadie más volverá a lastimarme.
— Perdón… perdón por todo, papá — musito, hundida en su pecho, incapaz de desprender mis brazos de su cintura. No puedo hacerlo, no quiero hacerlo.
— Nadie volverá a lastimarte, pequeña — Toma mi rostro con sus manos, y hace que lo mire directo a los ojos —. Volverás a volar como lo hacías de joven. Volverás a ser la misma chica fuerte, audaz y valiente que fuiste antes.
— Ella sigue siendo joven — bromea mi madre, mientras se une —. Nuestra pequeña ha vuelto.
— Y no se irá tan fácilmente — Me guiña un ojo, para envolvernos a ambas en un abrazo —. Ahora sí, me siento completo.
El abrazo duró poco, pero para mí fue una eternidad, que no quería que acabara. Anhelaba quedarme sumergida en ese momento de paz por más tiempo.
— Tengo algunas cosas que contarte — mascullo, sin ganas de decirle en realidad, pero creo que es importante que lo sepa, sin embargo, había algunas cosas que debo omitir.
— ¿Te han hecho daño? — niego.
— Simplemente se acabó, papá. Pidió el divorcio y se lo di — explico.
— ¿Y aquí? ¿Cómo se encuentra? — pregunta, señalando mi pecho, justo sobre donde está el corazón —. Ambos sabemos lo que es tener un corazón herido.
— Está herido, papá, pero lo superará — respondo.
— ¿Y la cicatriz? — inquiere mamá.
— Me recordará a no olvidarme de mi misma. A amarme y saber lo que me merezco.
Puedo ver la sonrisa de satisfacción de mi padre, antes de dirigirnos al comedor.
La noche fue larga. Conversamos de todo un poco, recordando el pasado y planeando el futuro. No de una forma muy sobreprotector. Mis padres eran conscientes de que, en algún momento, debía extender nuevamente mis alas y volar; pero mientras, debía sanar y fortalecerme.
— Ya que has vuelto, me encantaría hacerte una propuesta. Sé que tienes tus propias empresas y estoy orgulloso del hotel y el club tan aberrante que has abierto — Sonrío— , pero quisiera que te hagas cargo de la empresa familiar. Eres la heredera al final de cuentas.
— ¿Quieres que me haga cargo de todo? — pregunto un poco sorprendida. No es lo mismo manejar un club y un hotel, que una empresa extendida en casi todos los continentes del planeta; y no es que no me crea capaz, me han preparado para este momento. La cuestión es que me han tomado por sorpresa.
Tan directo como siempre, mi padre.
— Sí — respuesta simple y concreta —. Eres mi hija. ¿En quién más confiaría?
— Prometo no decepcionarte — digo de inmediato, levantando el mentón decidida.
Es mi oportunidad para fortalecerme, pensar en otra cosa y olvidar el pasado.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Después de Divorciarme.