AMÉRICA
No he podido dormir, no desde que llegué a casa por la noche y no quise ver a Alene, pese a que ha amanecido y es un nuevo día, el corazón me sigue palpitando con fuerza brutal. Quisiera decir que estoy bien, que las cosas van a salir tal y como papá y ella planearon, aunque el padre de Bryce tuviera la culpa de la muerte de mamá, es inocente como nosotras.
Mi cabeza está hecha un lío, y por ello me levanto, cepillo mis dientes y bajo para preparar algo de desayunar, esperando que eso mejore mi estado de ánimo, la sensación de que algo sucederá hoy, no me abandona, es como un mal presentimiento.
Voy camino a la nevera cuando el sonido del timbre suena, no hay nadie cercano a abrir, por lo regular siempre es papá quien lo hace, así que dejo de lado el jugo, al lado de la carpeta amarilla que contiene mis documentos legales para hacer el trámite del nuevo curso sobre maquillaje que quiero probar, y me encuentro con un señor cargando un enorme arreglo floral.
—¿Señorita Alene? —pregunta.
Pero estoy tan agobiada por el hecho de que sean rosas blancas, las favoritas de mi hermana y las que más odio, las mías son amarillas, no blancas, un pinchazo en el pecho hace que me cuestione si en algún momento de mi vida, alguien hará esto por mí.
—Sí, soy yo —miento.
—Firme aquí, por favor.
Me indica el hombre, lo hago y enseguida se marcha, no sin antes desearme un buen día. Llevo el arreglo floral hasta la mesa, buscando alguna tarjeta, la encuentro, abro el pequeño sobre y casi me atraganto con la información innecesaria que está escrita.
"Me encanta tu sabor, quiero probarte el coño como la otra noche"
Mis mejillas arden y por puro instinto de supervivencia, tiro a la basura la nota luego de romperla en mil pedazos. No quiero que mi hermana se entere de esto. Hago lo mismo con el arreglo, elimino cualquier rastro de mi traición. Bebo mi jugo, al tiempo que los gritos ya habituales de enfado de Alene, llegan a mis oídos.
Una de las enfermeras que la cuida, baja las escaleras mediante pasos descuidados, con la barbilla temblorosa y los ojos llorosos, me localiza y baja la mirada, soportan tanto por necesidad, y eso me hace sentir un agujero en el pecho. Sintiéndome miserable.
Camina hacia el lavabo por agua caliente para su aseo y me niego a seguir viendo como Alene las humilla y utiliza de manera brutal, por lo que cierro la laptop.
—Yo lo hago —le digo quitándole el recipiente de metal.
Sus manos tiemblan, debe tener mi edad.
—Tómate una hora libre —arguyo, dejo el recipiente y sirvo una taza de café—. Yo me encargo, mi hermana no solía ser una bruja, sabes.
Ella me mira como si me hubieran salido dos cabezas, pero sonríe delicado y asiente.
—Está bien —no pone objeciones.
Tomo el recipiente y subo las escaleras, Alene sigue bramando cosas altaneras y creo que su estado de ánimo se debe también a la ausencia de nuestro padre, él siempre ha sido su soporte, el que formó un muro entre las dos el día en el que decidió hacerla su favorita y cómplice en la venganza absurda.
—¡Te dije que dolió! —grita a otra enfermera que intenta cambiarle el suero—. Haz bien tu trabajo, inepta.
—Alene —la llamo.
Su rostro se relaja, una sonrisa verdadera se ancla en su rostro, elevando las comisuras de sus labios en dirección al cielo.
—Por fin, mi yo igual —exclama con exceso de dramatismo.
Niego con la cabeza y le pido a la enfermera que salga y que baje a la cocina a hacerle compañía a su compañera de batalla, porque lo que hace Alene es la guerra en definitiva.
—¿Qué crees que estás haciendo? —frunce el ceño.
—Ayudando a la mejor hermana del mundo —respondo y ella ensancha más la sonrisa.
Ella es algo narcisista para el mundo, el truco en tratarla es en hacerla sentir como la joya más hermosa y preciada del mundo. Totalmente, lo opuesto a mí, yo sería la roca esculpida a lo bruto.
—Aprecio tus buenas intenciones, hermanita, pero no debes, de hecho, vas retrasada por cinco minutos —espeta con firmeza.
—¿De qué hablas?
—De que se supone que hoy irás al Ayuntamiento con Bryce para entregar los documentos para el civil —toma una carpeta amarilla que descansaba sobre el mueble al lado de su cama.
—¿Es hoy? Pensé que sería mañana —me muerdo el labio inferior.
Omito mis planes de salir a respirar un poco de aire puro dentro de lo que considero mi ambiente, y eso es la sección de maquillaje dentro de cualquier plaza comercial o departamento.
—No, es hoy —me tiende la carpeta que tomo con resignación—. Aquí están todos mis documentos, no se te olvide, manda un mensaje de texto a Bryce para que no se desespere. No, mejor se lo envío yo.
De buena gana le doy el teléfono y ella se encarga de todo, por un momento creo que en efecto, será un mensaje de texto, pero suponiendo la ansiedad que debe sentir Alene por el hombre que ama en secreto, sonríe como una tonta y le llama, comienzo a rezar para que no le conteste, para que caiga un tsunami o vengan los ovnis, no pasa.
—Cariño —dice en un tono tan suave, que me sorprende—. Te extraño mucho, ya quiero verte, llegaré unos minutos tarde, pero prometo que vendrá la pena.
No sé que le responde él, espero que no le cuente sobre las flores o lo que me hizo hace unos días, las manos me sudan, el silencio que le sigue hace que un nudo se forme en mi garganta a punto de dejarme sin aliento.
—Por supuesto, pronto estaremos unidos por toda la eternidad, veremos el amanecer juntos y…
Frunce los labios, su mirada se oscurece y su gesto fresco y feliz se ve opacado por una turbia tormenta de emociones que me saben a contradicción, como si estuviera en medio de una lucha interna.
—Claro, hijos… oye, tengo que apresurarme. Muero por conocer la sorpresa que me tienes —responde esta vez optando por un tono urgente.
Es como confirmo que el tema de los bebés debió haberla puesto así. Ella no es muy maternal y creo saber que es por lo sucedido con mamá. El abandono.
—Te amo, Bryce —finaliza.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Destinados