El Alpha Millonario © romance Capítulo 41

Capítulo cuarenta

Pov Wade

Siento como Natalia se desliza por mi cuerpo y en vez de disfrutar de su compañía estoy yo aquí pensando en ella.

¿Por qué lo hizo?

Ese día actúe por mero impulso y sinceramente me arrepiento de no haber preguntado cual era la verdad. Tarde años y años para poder encontrarla y cuando lo hago la tengo encerrada en el calabozo.

¿Soy gilipollas?

Yoshua me dejo de hablar desde ayer cuando retomé el control de mi cuerpo. Ver su cuerpo ahí, colgando, desnuda, llena de olores que no son de ella me cabreó como nunca y sentí arder, no obstante sentir esos pequeños latidos en su vientre me dejaron helado, está embarazada, pero la rabia que había en mi interior deseo molerla a golpes y así lo hice para desquitarme en nombre de mi madre.

Sara.

Sentir su cuerpo cálido al lado del mío fue reconfortante, mi mente recuerda haberla escuchado hablar solo que no me acuerdo de ello, de lo único que si me acuerdo es como mi corazón empezó a latir fuertemente y supe que me estaba rechazando. Con mis últimas fuerzas me solté del agarre de los guardias y Natalia para correr hasta ella y taparle la boca.

No quería su rechazo, no aceptaba su rechazo y no lo acepto aún.

No puedo dejarla ir.

Desde ahí no recuerdo más hasta yo estar aquí, en la cama, con Natalia.

Se remueve de mi cuerpo y toca mis mejillas—¿Qué te pasa, amor? —amor, esa palabra.

Todo me recuerda a ella, jodida mierda.

—Nada Natalia, voy a ver los últimos reportes de la manada, tú duerme — salgo de la cama.

—Tomaré mi siesta de belleza—coloca sus manos en la cara y yo camino hasta la puerta—Ven temprano a dormir, recuerda lo que dijo el doctor—ruedo los ojos y salgo de ahí.

La mansión está en silencio absoluto. Bajo hasta la cocina y me sirvo un vaso de agua, la puerta es azotada y entra una Elizabeth con un Matías en su mismo estado: pensativos.

Al verme dejan sus caras y se limitan a caminar hasta la nevera para sacar jugo y pan de pasas.

Carraspeo —Buenas noches—alzo el vaso de agua y escucho el pequeño susurro de Elizabeth.

—Desde hace días que no lo son—alzo mis cejas, Matías por su cuenta solo asiente y yo dejo el vaso en el fregador.

—Matías, necesito que subas al despacho —asiente y salgo de ahí, dejo la puerta abierta y tomo asiento en el pupitre.

—Dígame, Alpha ¿Qué necesita? —cruzo mis brazos y le señalo la silla en frente suyo.

—Siéntate—él lo hace y procedo a hablar—¿Cómo estuvo la batalla? Dame un reporte—suspira cansado.

—Hemos ganado. Enviamos un mensaje diciendo que no se metan con nosotros. Cantidad de muertos, dos; seis, cantidad de heridos. La manada está intacta y sus mujeres y niños también, todo está donde debe estar—se levanta—Si no necesita nada más Alpha, me retiro—lo freno antes de que se gire y le señalo el sillón.

—Necesito que me ayudes en algo. Quiero que le preguntes a Sara o dile a Elizabeth que le pregunte a Sara sobre el "por qué" de matar a mi hermano —niega.

—Lo que te voy a decir lo haré como hermano y mejor amigo. Si tú no escuchaste su explicación, ni mucho menos la pediste, ahora no vengas a estar pidiéndolas con segundos o terceros—se levanta y camina hasta la puerta—Lo siento amigo, pero en esta no te puedo ayudar —desaparece por la puerta y me levanto de la mesa.

¿Cómo estará ella a esta hora?

Agarro el teléfono residencial y marco a Paola—Buenas noches—cierro mis ojos y dejo que las palabras fluyan de mí.

—Necesito que vayas a la última celda y veas cómo está Sara. Dale lo necesario para que sea tratada mejor: ropa, comida, cama, lo que sea y mata a cualquier idiota que se acerque a ella.

—Bien Alpha, voy para allá —cuelgo. Miro mi al rededor y mi pecho se contrae, veo los papeles en la mesa y abro la carpeta para distraerme, pero a nadie puedo engañar.

No puedo dejar de pensar en ella.

Me levanto y camino a la habitación donde Natalia ronca plácidamente en el lado de su cama, ignoro su presencia y veo por la ventana a toda mi manada.

Les daré una Luna que no es mi mate.

A lo lejos observo el túnel subterráneo donde están los encarcelados. Coloco mi mano en la ventana y aspiro el aroma tratando de sentir su preciado perfume. Mis ojos me traicionan y de ellos se me escapa una lágrima, rápidamente quito el mal sabor de boca y recuerdo a mi madre ese día.

Casi muerta.

Aprieto mis manos y cierro la ventana de golpe, tomo las llaves de la Range Rover en la mesa de noche y bajo rápidamente por las escaleras.

—¿A dónde vas sin camisa y solo con unos pantalones de gimnasia? —volteo hacia mi madre.

—A practicar un poco —asiente y sigue su camino hasta la cocina.

Cierro la puerta y conduzco hasta llegar al calabozo, apago el motor del auto y bajo con paso decidido, cruzo la barrera de seguridad donde el imbécil de turno está dormido, chasqueo mis dedos y él despierta asustado —estas no son horas de dormir— camino hasta la puerta de Sara y escucho la voz de Paola resonar por el pequeño cubículo, ella detiene su hablar y mira hacia la puerta.

Sabe que estoy aquí.

—Paola, por favor, no quiero nada, así estoy bien, además dile a él que no quiero absolutamente nada suyo, nada —Paola se levanta, sale de la celda y me da la llave.

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