El clímax de un millonario romance Capítulo 34

CAPÍTULO 4

Llego a casa luego de un largo día.

Pego mi espalda a la puerta y veo con los ojos entrecerrados el precioso cielo que refleja un día acabado con su delicado atardecer.

La mezcla de colores anaranjados y rosados que irradia lo que alguna vez fue, se pierden en la playa más hermosa que brinda California. Mis manos por detrás de mi espalda, sienten la presión de la puerta contra mi piel.

Mi mente de pronto vuela y me transporta a una fantasía que no soy capaz de controlar.

Tom Voelklein sale de la cocina por una razón que no quiero que me diga y me termina por acorralar más contra la puerta. Mi rostro se eleva para poder quedarnos cara a cara. El rose inusual de la punta de nuestras narices me provoca un leve cosquilleo en el vientre.

Le quedan tan bien los trajes ajustados al cuerpo que es imposible que no lleve uno para esa oportunidad fantasiosa. Quiero tener la libertad de tirar de su corbata y atraerlo para no soltarlo.

Como si quisiera dominarme, posiciona ambas manos contra la madera blanca a la altura de mis mejillas. Ya no hay escapatoria.

Mi imaginación se ocupa de recordar sus labios carnosos que son una mezcla de su tez morena con el fin sonrosado en su interior.

Aquella noche en el bar lo había visto tan de cerca que me he encargado de guardar cada aspecto facial suyo por si algún día necesitaba inspiración.

Deseo morderlos y perderme en ellos. Quiero dibujar una línea inexistente en su mentón y descender hasta su cuello. Continuar con besos que logren erizarle la piel.

Provocarle sensaciones que podrían afectarlo en cuerpo y alma.

El timbre sonando me saca de la ensoñación más hermosa y que podría dejarme al borde de la locura.

Me sobresalto, llevándome una mano al pecho por el susto y veo como Tom Voelklein se desvanece ante mí con una sonrisa encantadora en sus labios.

Me aparto de la puerta para abrirla luego de que consigo recobrar el aliento.

—¿Señorita Klein? —trata de confirmar un cartero de uniforme amarronado mientras observa el nombre en una caja del mismo tono —. Esto es para usted —me sonríe en cuanto afirmo.

—¿Gracias? —lo veo marchar, atónita.

Yo no he comprado nada en línea. Creo.

La caja no es pesada y tiene un tamaño ordinario, como si se tratara de un obsequio para un niño consentido en navidad.

Cierro la puerta con el pie y camino hacia la mesa ratona de mi sala, depositando la caja allí. Empieza a dolerme el espacio que hay entre mis cejas por la cantidad de tiempo que llevo con el ceño fruncido.

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PARTE 2 (Capítulo 4) 2

PARTE 2 (Capítulo 4) 3

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