Capítulo 6
Camina en mi dirección con paso seguro, tiene la barbilla levantada y la seriedad de su mirada provoca que me quede helada. Sujeta su celular con una de sus manos y la otra está hundida en el bolsillo de su pantalón.
Todo signo de relajación se ha desvanecido en cuanto se percata que estoy presente en el mismo pasillo que él transita como si fuese su hogar.
La distancia se va acortando.
Alinea sus ojos con los míos, no corta aquella conexión de miradas tan silenciosa y perfumada.
Mis manos se aferran al carrito. Siento que perderé el equilibrio si no me sujeto bien. Como si sus ojos causaran la inestabilidad de mi cuerpo.
Nadie dice nada, hasta que finalmente, quedo atrás. Tom Voelklein no se detiene a darme ninguna explicación que no sea más que su penetrante y cautivadora mirada y un silencio arrogante que imana superioridad.
Aquel hombre en el bar, encantador y simpático que quería iniciar una charla conmigo se desvanece ante mis narices, demostrándome que en aquel hotel es alguien completamente distinto.
Pero no doy brazo a torcer.
—Que nos atrae ¿en serio dijo eso, señor Voelklein?—le digo en voz alta, rogando que mi voz no se rompa por el nerviosismo de dirigirle por primera vez la palabra.
Recuerdo lo que decía la carta: “Que el verano se lleve consigo las ganas de besarla y finalmente el deseo silencioso que nos atrae (…)”
El repiqueteo de sus pasos contra el suelo de madera se detiene. Ha dejado de caminar al escucharme.
No me doy la vuelta para mirarlo. No me atrevo. Me siento segura si no lo tengo cara a cara.
—No me atrae lo suficiente como para que mis ojos se tornen ciegos y mis sentidos se alteren—continúo hablando, empezando a sentir que mi pulso se acelera con brusquedad.
—¿Se ha dado cuenta de que sus manos están temblando?
Bajo rápidamente la vista hacia ellas y el temblor de estas me hacen maldecir sin sonido. Mis labios están ligeramente separados. Aferro mis dedos al carro.
Los pasos de los zapatos del señor Voelklein se aproximan en mi dirección hasta que de pronto...mi espalda se ve envuelta en un calor de un cuerpo ajeno. Un calor que traspasa mi uniforme.
Trago saliva con dificultad. Tom está detrás de mí.
—El vello de sus brazos se ha erizado y está respirando con dificultad —tiene una voz tan gruesa y grave que jamás he oído. Tan punzante—. La próxima vez no suelte una mentira que usted misma no pueda defender.
La forma en la que me habla, su manera arrogante con la cual osa dirigirme, provocan esa adrenalina que necesitaba como para darme vuelta y mirarlo directamente a la cara.
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