Hilda asintió como respuesta.
—¿Por qué terminaron Leonardo y tú? Es rico y guapo. ¿No le querías por esos puntos fuertes?
—Yo... —Aunque se quedó sin palabras, pudo notar que se regodeaba en su interior.
La sonrisa de Mario se amplió al ver su reacción. Entonces preguntó:
—¿Por qué viniste a verme? ¿Ocurre algo?
—Actualmente trabajo como representante de ventas en Compañía Sentimientos Químicos. Mi empresa desea colaborar con la tuya, así que espero que me ayudes —respondió ella.
Al escuchar eso, Mario se rio de repente.
—¿Sabes cuánto valen nuestros contratos? Cada uno de ellos vale al menos diez millones. ¿Un simple representante de ventas como tú quiere conseguir una colaboración con Corporación Químicos Cósmicos? ¿Es una broma?
—Soy consciente de que las colaboraciones con Corporación Químicos Cósmicos son difíciles de conseguir, por eso vine a verte. Eres administrador aquí, así que debes tener algunas conexiones. Espero que puedas ayudarme. No olvidaré tu amabilidad —se apresuró a decir Hilda.
«Tengo que encontrar la manera de conseguir ese contrato. De lo contrario, Santiago de seguro despedirá a Jaime».
Mario estalló en carcajadas al ver su mirada suplicante. Parecía un tanto enloquecido, lo que hizo que los ojos de Hilda brillaran de miedo.
—¿Me estás suplicando que te ayude, Hilda? ¿Recuerdas cómo me trataste cuando te perseguía entonces? En aquella época solo tenías ojos para Leonardo, mientras que yo era simplemente un don nadie para ti. No puedo creer que ahora me pidas ayuda.
Descargó toda la rabia que llevaba reprimida en su corazón durante muchos años.
—Voy a ser sincero contigo. Solo hace falta una palabra mía para que te asegures esta colaboración, dado que todos los directivos de aquí harán lo que yo diga. Pero, ¿por qué debería ayudarte?
—¿Cómo puedes pedirme eso, Mario? —Estaba más que furiosa.
—Como no estás de acuerdo, no nos queda nada que discutir. Ya puedes irte —dijo Mario con sorna.
Aunque Hilda tuvo el impulso de dar un portazo y marcharse, se detuvo en cuanto pensó en Jaime.
Entonces, fijó su mirada en el hombre que tenía delante de ella de forma implorante.
—¿Podrías hacer una petición diferente, Mario? Puedo arrastrarme a tus pies y hacer todo lo que digas.
—Solo tengo una petición. Si no la aceptas, no tiene sentido seguir negociando. Te daré diez minutos para que lo consideres. Después de eso, todo lo que digas no tendrá sentido.
Mario salió del despacho en cuanto terminó su frase, dejando a Hilda ahí sola.
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