Cuando María lo escuchó, casi dio un salto de alegría. Preguntó emocionada:
—¿De verdad? ¡Parece que Jaime no es tan inútil!
—Creo que solo se apoyó en los cimientos que construimos con anterioridad —se burló Santiago, pensando que Jaime no merecía el crédito.
—Sí. Si no hubiéramos trabajado antes, Jaime no habría conseguido firmar el contrato con tanta facilidad —coincidió María mientras asentía.
—Muy bien. Le pasaré el contrato al Señor Llano. De seguro me recompensará. Tal vez incluso me transfiera al departamento de compras.
Después de eso, Santiago se dirigió al despacho del director general feliz con el contrato.
Como estaba exultante, entró sin siquiera llamar a la puerta.
Justo en ese momento, Javier estaba en medio de una llamada. Al notar que alguien irrumpía de repente, terminó la llamada.
La expresión de Javier se volvió sombría cuando vio a Santiago.
Sabiendo que acababa de meterse en problemas, Santiago tembló de miedo. Levantó el contrato y declaró:
—¡Señor Llano, hemos firmado el contrato con Corporación Químicos Cósmicos!
Dado que se trata de un contrato importante, quizá Javier no se enfadaría tras escuchar tal noticia.
Sin embargo, Santiago se equivocó. Justo después de hablar, Javier se puso furioso.
—¡Lárgate! Lárgate ahora.
Entonces le lanzó una taza a Santiago con fiereza.
El sonido de la taza al romperse en pedazos conmocionó a Santiago, haciéndole salir corriendo asustado.
Apretando los dientes, Javier jadeó con furia.
Ya sabía que Jaime había conseguido firmar el contrato con Corporación Químicos Cósmicos. En un principio, había querido que Jaime fuera humillado allí, pero en cambio, Lucas había acabado avergonzado.
—Está bien...
Al ver que Jaime salía del despacho, Hilda sintió que había un vacío entre los dos. Ella no podía entender a Jaime, ni podía lograr capturar su corazón.
Después de que Jaime saliera de la oficina, quiso conducir su Ford. Sin embargo, de repente vio a Josefina sentada en un auto y tocando la bocina.
Ya que Josefina había ido ella misma a buscarlo, Jaime guardó las llaves de su auto y se dirigió hacia ella.
—¿Tienes tanto tiempo libre que viniste tú misma a buscarme? —preguntó Jaime con una sonrisa después de subir al auto.
—Es que tenía miedo de que me dejaras plantada. El Señor Gómez ya llegó. Si no vas, me dará mucha vergüenza.
Después de eso, Josefina pisó el acelerador y el auto avanzó a toda velocidad.
En ese momento, Hilda estaba de pie junto a una ventana del piso superior. Vio a Jaime subir a un lujoso auto rojo que conducía una mujer. Sin embargo, como estaba demasiado lejos, no pudo ver el aspecto de la mujer. No pudo evitar sentirse molesta al ver a Jaime marcharse con alguien.
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