El despertar del Dragón romance Capítulo 206

Josefina sintió un hormigueo cálido fluir de su mano hacia su cuerpo.

Bajando la cabeza, murmuró con una voz apenas audible:

—¿Q… qué crees que estás haciendo? ¡Hay demasiada gente aquí!

—¿Qué dijiste? —preguntó Jaime.

Ella agachó la cabeza y susurró con una voz aún más suave:

—¡Dije, que no hagas eso aquí! ¡Hay demasiada gente alrededor! ¡Vamos entre los árboles!

Jaime soltó su mano.

—¿Por qué deberíamos hacer eso? Vamos. Pongámonos en marcha. De lo contrario, no podremos alcanzar a los demás.

Aturdida, Josefina miró a Jaime y vio que la miraba con una sonrisa traviesa.

Ella le lanzó una mirada de muerte y corrió hacia él.

—¡Voy a matarte!

Sin embargo, Josefina solo había dado unos pocos pasos antes de darse cuenta de que no estaba tan cansada como antes. Sus piernas tampoco le dolían más. De hecho, se sintió renovada y llena de energía, ¡igual que cuando empezó a escalar!

—¿Por qué te distraes? ¡Date prisa! —Jaime gritó cuando la vio parada e inmóvil.

—Oh. De acuerdo.

Al recobrar el sentido, Josefina se apresuró con rapidez detrás de Jaime.

Pronto alcanzaron a Arturo y los demás, quienes se sorprendieron por la velocidad de Jaime y Josefina.

—Josefina, ¿no dijiste que estabas cansada?

Gonzalo estudió de manera cuidadosa a Josefina, ¡pero ella no parecía en lo más mínimo exhausta!

—Yo tampoco sé lo que pasó. De todos modos, ya no estoy cansada. Me siento bastante renovada —respondió Josefina, también perpleja.

Tan pronto como los demás escucharon su respuesta, sus miradas se posaron en Jaime. Ellos supusieron que él debía haber tenido algo que ver con eso.

Arturo observó al monje entrar corriendo al monasterio con una sonrisa.

«Este es un excelente ejemplo de una situación en la que es más complicado tratar con los rangos inferiores que con los superiores».

Jaime se burló:

—Un monasterio con una actitud como esta nunca tendrá la capacidad de curar a la niña.

El grupo intercambió miradas exasperadas. Tal era el mundo ahora donde incluso lugares como un monasterio tenían una mentalidad de dinero. En lugar de llamarlo monasterio, sería más exacto referirse a él como una atracción turística.

Pronto, el monje corrió hacia Arturo y se inclinó con respeto.

—Señor, nuestro maestro le ha permitido entrar.

Arturo asintió, luego condujo a Jaime y a los demás al monasterio.

Otros turistas habían comprado varitas de incienso y las encendían mientras rezaban por la buena fortuna. Por lo tanto, un fino velo de humo de los palitos de incienso quemados rodeaba el monasterio.

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