La bailarina gritó cuando la derribaron de manera brusca.
En el momento en que cayó al suelo, un grupo de hombres corrió hacia ella y comenzó a manosearla.
Todos querían un pedazo de ella.
—¡Vete a la mi*rda! ¿Tienen todos ustedes un deseo de muerte? —Una mujer en traje formal tronó.
Estaba muy maquillada y tenía unos cuantos gorilas fornidos detrás de ella.
Al escuchar eso, los hombres se dispersaron al instante.
—Jenifer… —gritó la bailarina indefensa.
Los toques de los hombres permanecieron en su piel e incluso su sostén estaba deformado.
—Piérdete. —Jenifer frunció el ceño.
La bailarina se estremeció de terror y corrió hacia los bastidores.
Jenifer luego echó un vistazo alrededor del escenario y vio que Jaime todavía estaba parado allí solo. Ella lo ignoró y miró a Hilda.
—Hilda, ven aquí.
Al escuchar su nombre, Hilda dejó de bailar y bajó al escenario.
—¿Qué pasa, Jenifer?
—El jefe está aquí. Él quiere que lo entretengas —dijo Jenifer sin rodeos.
Hilda se quedó atónita por un momento. A pesar de su desgana, no se atrevió a decir mucho y solo pudo irse con Jenifer.
Cuando pasó junto a Jaime, lo evitó a propósito manteniendo la cabeza gacha.
—Hilda. —Jaime extendió la mano y la agarró del brazo.
Pronto llegaron a una espaciosa y lujosa oficina.
En el interior, un hombre calvo de mediana edad estaba sentado en el sofá y frente a él había una botella de vino tinto.
Al ver al hombre, Jenifer hizo una reverencia y dijo:
—Señor, Hilda está aquí.
—Ella no ha entretenido a otros clientes en privado, ¿verdad? —preguntó el hombre.
—No claro que no. No me atrevo a ir en contra de su orden, Señor. —Jenifer negó con la cabeza.
—Está bien, puedes irte ahora. —El hombre le hizo señas a Jenifer para que saliera de la habitación.
Jenifer le guiñó un ojo a Hilda antes de irse y cerrar la puerta.
Hilda temblaba de miedo ahora que estaba sola en la habitación.
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