EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 24

La alegría era evidente en la pareja, se abrazaron sintiéndose aliviados, las buenas noticias los hizo sentir optimistas, tenían la sensación que mientras estuvieran los cuatro juntos, no había nada que temer.

Lágrimas de felicidad se deslizaron por las mejillas de Salomé, sin soltar a Grecia con fuerza. El alivio y la alegría invadieron el corazón de ambos padres al confirmar que aunque las pequeñas habían sido intercambiadas, la vida les dio la oportunidad de encontrarlas y eso por sí solo era un milagro, pudo ser diferente y con un final no muy feliz.

Conrado estaba también conmovido, agradecía a la vida que la mujer con quien se estaba criando su hija fuera una mujer amorosa, porque era evidente cuán estrecha era la relación entre los dos, estaba seguro de que Fabiana no podía tener una mejor madre que ella.

Ese mismo pensamiento tuvo Salomé, sabía que Grecia amaba profundamente al hombre, porque él le había demostrado cariño, tanto que aun cuando supo que no era su hija biológica, no la abandonó.

El médico sonrió ante la escena y continuó hablando.

—Estoy feliz de poder compartir esta noticia con ustedes. Es una gran bendición ver cómo Grecia se recupera y saber que tiene a su familia a su lado. Es un milagro que todo haya salido bien. Voy a preparar todo para darla de alta en unas horas.

—Gracias, doctor, por todo lo que está haciendo por Grecia, jamás tendré cómo pagárselo.

Salomé y Conrado agradecieron al médico por su dedicación y cuidado, sabiendo que su trabajo había sido fundamental para la recuperación de la niña.

Mientras disfrutaban del momento de felicidad, Fabiana, la pequeña hermana de Grecia, observaba con curiosidad y una sonrisa en su rostro. Aunque también era demasiado pequeña para entender completamente la situación, podía sentir la alegría y el amor en el ambiente.

Conrado se acercó a Fabiana y la levantó en brazos, lanzándola un par de veces hacia arriba mientras la niña se carcajeaba complacida.

—Y tú, mi princesita, eres nuestra otra joya preciosa. Estamos aquí para ti también, siempre y te amaremos con todo nuestro corazón —le dijo el hombre con dulzura.

Luego Salomé y Conrado se miraron el uno al otro, se veían enamorados, era innegable la química que había entre ellos.

—Señora Salomé, la dejaré con sus dos hijas mientras yo tengo algo importante que hacer —dijo Conrado con seriedad despertando la curiosidad en Salomé—, por favor espérenme aquí, te mandé a buscar a Cleo para que te ayude con las niñas, mientras dure mi ausencia. Solo no te muevas.

—¿De qué se trata? ¿Dónde vas? —interrogó ella con un poco de preocupación.

—Lo lamento, pero no puedo decirte nada, además, dicen que la curiosidad mató al gato —dijo en tono divertido.

—Sí, pero el pobre animal no murió en la ignorancia, sino sabiendo —respondió ella en el mismo tono.

—No mi curiosita, te prometo que pronto lo sabrás —pronunció dándole un beso suave en la nariz y salió de allí corriendo como si estuviera siendo perseguido.

Tal como lo prometió apareció Cleo, pero la curiosidad de Salomé era mucha.

—Cleo, ¿Usted sabe qué fue hacer Conrado? —interrogó ella.

Y Cleo sonrió haciendo un gesto con su mano en la boca, como si estuviera cerrando una cremallera.

—Lo siento, señora, pero mis labios están sellados.

Salomé suspiró resignada, sabía que no conseguiría sacar ninguna información de Cleo, ella era muy fiel a Conrado, sin embargo, como la vio preocupada, le respondió con tranquilidad.

—Le prometo que va a gustarle lo que el señor Conrado hará por usted —dijo la mujer en tono divertido.

—¿Qué será? ¿Nos va a comprar una casa? ¿Nos llevará a comer? —pero por más intentos de persuadir a Cleo esta negó y de su boca no salió ni una sola palabra, ni siquiera una pista para que ella pudiera seguir.

Pero la curiosidad seguía latente en la mente de la mujer.

Las horas fueron pasando, mientras Salomé se ponía ansiosa, caminaba un rato con Fabiana y otra con Grecia, solo que cuando alzaba a esta última la primera se enojaba porque se ponía celosa.

—¡No! ¡Mi mami es mía ecia! —exclamaba discutiendo con Grecia y luego se colocaba la mano en el rostro y se acostaba a llorar en la cama.

Grecia solo hacía un puchero apretando sus labios a punto de llorar, pero no pronunciaba palabras.

—Fabiana —comenzó a hablar Salomé con ella—, no solo soy tu madre, sino también de Grecia ¿Acaso no quieres a tu hermanita? —le preguntó y la pequeña Fabi se quedó viendo a Grecia.

—Amo a ecia, pelo, ¡Tú eles mía! —insistió malhumorada.

—¡Y también de ella! Puedo cargarlas a las dos por turno, las dos son mi vida, además, no debes pelear con Grecia, ella te presta a su papá y no pelea contigo ¿Cierto?

El silencio era sepulcral, mientras caminaban por el largo pasillo, sin embargo, el ruido de sus propios pasos resonaba en el piso de manera tensa. Uno de ellos le sostuvo por el brazo, frunció el ceño al darse cuenta de que no ejercía presión sobre ella, incluso la trataba con suavidad.

Por un momento, trató de recordar si había hecho algo para que alguien quisiera secuestrarla o hacerle daño. Pero no podía pensar en nada, no tenía enemigos, no había hecho un mal negocio ni nada por el estilo.

El único problema en su vida era su exesposo, y quizás la urraca de la Ninibeth, pero no creía que ella la mandará a tratar con delicadeza.

“¿Y si se trataba de Joaquín?”, pensó, que se había dado cuenta donde ella estaba y quería llevársela para obligarla a regresar con él.

Salomé se estremeció ante la idea de que Joaquín pudiera estar detrás de todo esto. Aunque nunca había sido posesivo y controlador, desde lo ocurrido cuando la echó de casa no sabía a qué atenerse con él.

Sin embargo, había algunos elementos que no cuadraban ¿cómo había descubierto dónde estaba ella y sus hijas? ¿Cómo había logrado infiltrarse en el hospital y desplegar esa acción para llevársela y sin que nadie se opusiera?

Siguieron caminando por el pasillo oscuro, lo hicieron por varios minutos, hasta que finalmente llegaron frente a una puerta metálica que daba hacia unas escaleras que ascendían.

Los hombres la empujaron hacia dentro sin decir una palabra, luego cerraron la puerta dejándole como una única vía para salir de allí, ascender por las escaleras.

Salomé comenzó a subir las escaleras con cautela, sintiendo cómo la tensión en su cuerpo aumentaba con cada paso, solo una leve luz iluminaba el camino, mientras el silencio que la rodeaban la sumergían en un estado de intranquilidad. ¿A dónde la estaban llevando? ¿Qué pretendían hacer con ella? Los nervios se agitaban con fiereza en su interior, las piernas le temblaban, y un sudor frío perlaba su frente.

Sin embargo, también tenía una corazonada que no la hacía salir corriendo, porque estaba a la expectativa de lo que pudiera encontrar.

Mientras subía las escaleras, se concentró en controlar su respiración y los latidos acelerados de su corazón. Necesitaba estar tranquila y encontrar una vía de escape por si la llegaba a necesitar, para regresar junto a sus hijas, solo esperaba que Conrado regresara rápido y cuando se diera cuenta de su ausencia saliera a buscarla.

Se obligó a mantener la calma, no podía permitir que les hicieran daño.

Llegó al final de las escaleras y se encontró con una puerta, se supuso que ese era la terraza del hospital, la abrió y salió al exterior, caminó con cautela, pero cuando dio varios pasos, se quedó sorprendida y un gemido salió de su garganta al ver lo que había allí, un hombre que la estaba vestido, con un traje negro y una flor en la mano, una máscara que cubría hasta la nariz y una sonrisa capaz de derretir la Antártida.

—Dime ¡¿Qué significa esto?! —inquirió tratando de contener esa mezcla de emociones en su interior.

—Salomé, esto significa justo lo que vez —señaló con tono ronco y una sonrisa, mientras ella no podía contener los latidos acelerados de su corazón, al momento en que se despojó de la máscara.

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