Salomé y Conrado no podían creer lo que veían, sus hijas llorando y Ninibeth completamente fuera de sí, a causa de las tremenduras de las pequeñas. La niñera intentó intervenir, pero Ninibeth estaba demasiado furiosa para escuchar a alguien más que hasta terminó empujándola.
—¡Apártate de mi camino! ¡Ni siquiera sabes educar a esos demonios! —exclamó furiosa.
Entretanto, con los ojos llenos de lágrimas, Fabiana y Grecia se abrazaban entre ellas, tratando de encontrar consuelo. La escena era realmente desagradable, y Salomé estaba furiosa, mientras veía a la niñera tratando de calmar a la mujer que seguía histérica, agarró a Fabiana por el brazo.
—¡Voy a enseñarlas a comportarse!
—Señora, por favor, cálmese. No tiene ningún derecho a tratar así a las niñas. Son solo bebés, no entienden lo que está pasando —intervino la niñera intentando calmar la situación.
Conrado iba a intervenir y Salomé lo detuvo con la mano, haciéndole seña que se encargaría ella misma de la situación y dejándolo tras de la puerta para que Ninibeth no lo viera.
—¡Quita tu mano del brazo de mi hija! ¡Porque juro que soy capaz de trozártelo por atrevida! —exclamó Salomé apretando los dientes en un gesto de furia.
Estaba tratando de contar hasta diez, para calmar su ira, porque aunque ella siempre había sido tranquila, sin embargo, los golpes que había llevado en los últimos meses habían cambiado su carácter y no estaba dispuesta a tolerar insultos de nadie.
—A esa niña no la educaste, es una grosera de lo último y está haciendo que Grecia también se comporte de esa manera, es que no se puede esperar más de una corriente como tú, quien sabe de qué hueco saliste.
—¿Corriente? ¿Quieres saber todo lo corriente que puedo llegar a ser? —increpó Salomé.
Sorprendiendo a Ninibeth, la tomó por los mechones que las niñas habían sacado de su moño y la templó por los cabellos con fuerza.
—Te voy a decir algo y espero que lo puedas entender, a mis hijas no las tocas, porque allí si te vas a dar cuenta de todo lo corriente que puedo llegar a ser ¿ME entendiste?
La mujer la miraba con la rabia contenida.
—Esto lo sabrá Conrado, y toda su familia, que no eres más que una vulgar, arrabalera de la peor clase.
—Y tú una rastrera serpiente venenosa —espetó con una expresión peligrosa en su rostro que hizo asustar a Ninibeth—, resultaste muy valiente para meterte con un par de niñas de dos años, pero bastante cobarde cuando se trata de enfrentarte a una mujer.
Ninibeth intentó liberarse de su agarre, pero Salomé no cedió, la mantuvo firmemente sujeta.
—Te voy a enseñar una lección, porque no se puede tratar así a las demás personas y mucho menos a mis hijas.
Con un rápido movimiento, Salomé llevó a Ninibeth hasta el suelo, sujetándola con fuerza, la arrastró por el piso con fiereza.
Ninibeth luchaba por liberarse, pero la furia de Salomé era abrumadora. La mujer la arrastró unos metros, ignorando los intentos de resistencia de Ninibeth.
—¡Suéltame! Me estás haciendo daño —gritó Ninibeth, desesperada por protegerse.
—Y te lo haré peor si te atreves a volver a hacerle daño o siquiera acercarte a mis hijas.
—Fabiana no es nada tuya, ¡Es mi sobrina! Y tengo más derecho que tú… —las palabras de la mujer fueron acalladas por una bofetada que la cruzó de lado a lado del rostro.
—¡No repitas eso! ¡Fabiana es mi hija! Tanto como Grecia, y no voy a permitir que tú ni nadie lo ponga en duda. Y ahora vete de esta casa, porque recuerdo muy bien que Conrado te dijo que tenías tres días y el tiempo se te ha vencido.
—¡Basta! ¡No puedes hacer eso! Esta es la casa de mi hermana y no tienes autoridad para echarme —sentenció Ninibeth.
Fue en ese momento que entró Conrado y la mujer se soltó del agarre de Salomé, y abrazó a Conrado llorando.
—Mira lo que me hizo esta mujer, debes reprenderla, nunca me habían humillado de esta manera —sollozó Ninibeth.
Conrado la tomó por las muñecas y la alejó de su cuerpo.
—Deberías buscar la manera de estudiar actuación y así tendrías algo a que dedicar tu vida y dejar de ser un parásito —susurró el hombre de manera despectiva.
—¡Conrado! ¿Por qué me tratas de esta manera? Desde que ella llegó solo me has tratado como una basura ¿Qué es lo que te está pasando? —inquirió la mujer con una expresión en el rostro de estar ofendida.
Salomé se mantuvo quieta, aunque su mirada estaba llena de rabia y su respiración agitada. Había dejado bien claro que ella era la protectora de sus hijas y no iba a permitir que nadie las lastimara. Miró con desprecio a Ninibeth, quien se limpiaba las lágrimas con el dorso de su mano temblorosa, tal y como había dicho Conrado con una interpretación magistral, no pudo contenerse más.
—No te hagas la víctima, Ninibeth. Sabes muy bien lo que hiciste, ahora te pones en plan de víctima cuando hace un momento no te importó lastimar a dos inocentes ¡No voy a permitir que nadie lastime a mis hijas! —gritó Salomé, señalando a Ninibeth con furia.
Ninibeth se encogió ante la ira de Salomé, pero no podía permitirse ser doblegada tan fácilmente. Decidió enfrentarla de frente, y tratar de convencer al hombre que era inocente, aunque el miedo seguía corriendo por todo su cuerpo.
Salomé se acercó a las niñas, que aún estaban sollozando y asustadas por la violenta escena que acababan de presenciar. Les ofreció consuelo y las abrazó con ternura.
—Mis pequeñas, lo siento mucho por lo que acaban de presenciar. Pero quiero que sepan que siempre las protegeré. No permitiré que nadie les haga daño.
Las niñas se aferraron a Salomé, buscando seguridad en su abrazo.
—Brismal, por favor, llévate a las niñas y déjame a sola con mi mujer —ordenó con firmeza.
—Permítame, señora —como Salomé se resistía insistió—, por favor.
Salomé respiró profundo y la dejó que se las llevara.
—No permita a nadie acercársele —ordenó y la mujer asintió. Cuando se hubo marchado, caminó al extremo de Conrado—, tú tampoco te me acerques ¡Traidor! Es que eras demasiado perfecto para ser real… —comenzó a despotricar.
—¡Ya Salomé! Deja de despotricar en mi contra —le dijo tomándola por los hombros con suavidad para que lo mirara— ¿Me puedes permitir explicarte mis razones?
Ella se quedó viéndolo y asintió.
—Tienes cinco minutos Conrado Abad, para que me expliques de manera convincente, si no, no habrá boda y me marcho con mis hijas —declaró con una evidente expresión de enojo en su rostro.
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—¿Qué fue ese regaño que me diste allí abajo frente a Conrado y la Salomé? ¿Te volviste loca? —interrogó Ninibeth, entrando a la habitación seguida por su madre.
—Era necesario, para mantener apariencias ¿Qué diablos hiciste? ¿Por qué atacaste a esas niñas? Te mandé a ganártelas, no a ponerlas en tu contra.
—Las muy desgraciadas me hicieron esto —dijo señalando su ropa—, y después la estúpida esa que se cree la señora de la casa vino a halarme por los cabellos y arrastrarme por el piso —agregó indignada.
—Debes trabajar con inteligencia, no puedes ir de frente con ella, todo de manera sutil, no te voy a durar toda la vida… escúchame, vamos a darles varias sorpresitas, tengo la información de su ex, vamos a hacerle un favor a ese hombre que anda desolado por su familia. Y a ella vamos a hacerle quedar mal con sus invitados de la crema y nata de la ciudad. Necesito que me digas ¿Dónde está su habitación?
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