El increíble papá de los trillizos romance Capítulo 36

Cuando Adriana volteó, vio a Héctor. La abrazaba con fuerza, como su protector. Pudo ver la nostalgia y el dolor en sus ojos. En ese momento, Adriana sintió que las emociones se agolpaban en su interior, como si hubiera regresado al pasado.

—Señor Ferrera…

La Señorita Hortega abrió los ojos de golpe y pensó que estaba viendo cosas.

—Tu mano… —Al ver la herida en la mano de Adriana, Héctor alzó las cejas y le ladró a la Señorita Hortega—: ¿Qué le da derecho a tocarla?

—Mmm…

La Señorita Hortega se asustó tanto que sintió un escalofrío en la columna vertebral.

—El Señor Ferrera, la Señora Ferrera y Santiago acaban de salir.

Le recordó de manera dócil la Señorita Zamora, al suponer que Héctor había confundido a Adriana con Selene. Al oír esas palabras, Adriana recuperó el sentido. «Así es, Héctor está casado con Selene ahora y hasta tienen un hijo. No debería tener más fantasías». Con ese pensamiento en mente, Adriana apartó a Héctor de inmediato y se hizo a un lado.

—Lo sé, yo les pedí que se fueran a casa.

Héctor recuperó su elegante comportamiento habitual. Al mirar a los dos niños frente a Adriana, una súbita mezcla de emociones envolvió su corazón. Roberto y Patricio se habían apresurado a proteger a su madre cuando la Señorita Hortega se enfrentó a ella. Solo que Héctor se les adelantó. En ese momento, se pusieron en guardia frente a Adriana con los puños cerrados, como pequeños leones mirando a Héctor con recelo.

—¡Mami!

En un rincón, Diana, que era sostenida por la Señora Fresno, abrió sus ojos llorosos y miró con miedo.

—¿Son… tus hijos?

Héctor miró a Adriana con complicidad.

—¡Sí!

Antes de que Adriana pudiera responder, Héctor añadió:

—Cuando vuelva a casa, castigaré a Santiago como corresponde. También le diré a la Señora Ferrera que se disculpe en persona con todos ustedes.

—Mmm…

La Señorita Hortega se quedó sorprendida hasta el punto de sentir que le zumbaba la cabeza. Se preguntó si Adriana tenía un origen poderoso o tal vez los tres niños eran hijos ilegítimos de Héctor.

—Además… —Héctor se volteó hacia la Señorita Hortega—. He llamado al consejo escolar y les he dicho que usted no es apta para dirigir esta escuela. Es mejor que busquen a otra persona.

—Señor Ferrera…

—¡Señorita Hortega! —Héctor la interrumpió—. He oído todo lo que le acaba de decir a la Señorita Ventura. Tiene usted razón en que puedo destruir el futuro de una persona con una sola palabra. Sin embargo, esa persona no es la Señorita Ventura, sino usted. Será mejor que se disculpe de forma sincera y se vaya de forma tranquila. Tal vez, considere la posibilidad de mostrarle algo de misericordia —amenazó Héctor.

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