Aimé Bombelles
Camino hasta mi casa, mi madre me espera con un almuerzo especial, nuestros últimos días juntas han pasado más rápido de lo que pensaba, aún tengo dudas, pero quiero cumplir con mi promesa, ella es lo único que tengo en este mundo y si piensa que esto es lo mejor para mí, lo haré sin pensarlo dos veces.
Abro la puerta y la veo sentada en la mesa de la cocina, el aroma a frutas frescas es exquisito, mi madre está sentada en la cocina al lado de la estufa, nuestra casa no es un palacio, pero es agradable, me sonríe al verme entrar y me invita a sentarme a su lado.
– Debemos dar gracias a Dios por todo lo que tenemos – dice, como adivinando mis pensamientos – y por lo que vendrá – junta sus manos y la escucho rezar en latín.
Le acompaño unos minutos y luego me voy a mi habitación a cambiarme de ropa, veo que todo está limpio, desde mi cama observo la cama de al lado, Camilla, suspiro y bajo la vista, mi hermana se escapó de nuestra casa el mismo día en que decidí vivir como religiosa, ya hace dos años, la extraño, pero no creo que ella sienta lo mismo.
Hasta hoy en día no he recibido ninguna carta de ella, esos pensamientos generan un nudo en mi garganta, pero soy fuerte, puedo sostener esto, mi madre es todo lo que tenemos y a ella le debo todo lo que soy en estos momentos.
Rápido me cambio y salgo hasta el comedor en donde mi madre me espera sentada en la mesa, me acomodo en mi puesto y comenzamos a comer, hablamos sobre mi viaje, como siempre me aconseja mantenerme al lado de la madre superiora, ella me conoce desde que entré al colegio que dirige y será quien me llevé junto a las otras novicias hasta el convento en Roma.
Es la primera vez que salgo del país y va a ser para entregar el resto de mi vida a Dios, eso me hace sentirme nerviosa y ansiosa a la vez. Sé que los primeros meses lejos de mi madre serán rudos, pero tengo fe en que ella me acompañara con sus oraciones y mi determinación no me abandonara.
Al terminar, levanto la mesa y lavo los trastos, mi madre me ayuda a secar y luego se retira a su habitación mientras yo termino de empacar algunas cosas, no es mucho lo que tengo y menos lo que llevo, llevamos una vida modesta, desde que tengo memoria hemos asistido a la iglesia y ayudado en ella, mi madre es una devota de corazón y siempre ha dicho que a Dios le agradece cada una de sus bendiciones.
Es por esa causa que mi hermana decidió irse, ella no quería seguir el mismo camino, a ella le interesaban otras cosas, decía que no era normal que fuéramos de esta forma, que ella podía trabajar y así ayudar a que fuéramos algo más, no conformarnos con esto, refiriéndose a la modesta vida que tenemos, en más de una ocasión la escuché discutir con mamá, discusiones que terminaban mal, mi madre es muy severa a la hora de castigar.
Siento un carro estacionado, debe ser el padre Giuseppe, él es el sacerdote que dirige la iglesia del pueblo y también es el encargado de llevarnos hasta París, en donde subiremos a un vuelo que nos llevara directo a Roma, dejo salir el aire de mi cuerpo y me levanto de mi cama, busco mi chaqueta y saco mi maleta, la madre superiora me la regalo exclusivamente para este viaje.
No me puedo quejar, durante todo este tiempo, siempre he sido querida por varias personas, a quienes no les importa mucho de dónde vengo, por lo que nunca me faltó algo que hacer o estudiar, cuando decidí hacerme novicia todos me apoyaron y ahora que entraré definitivamente al convento siento más su cariño que antes.
Al salir el padre me saluda amable, esperamos por mi madre y luego salimos de nuestra casa, nos montamos en el carro y pronto tomamos rumbo al convento, allí nos esperaban las demás novicias y la madre superiora a cargo del grupo, entre mis compañeras, había muchas chicas huérfanas, por lo que la despedida no era larga, mi madre también nos acompañaría hasta París, ella era voluntaria tanto en la iglesia como en el colegio del convento, su profesión siempre fue ser profesora de Inglés, y por si fuera poco también enseñaba español e italiano, por lo que era natural que yo hablara esos idiomas.
Ya todas arriba del autobús, el viaje comenzó, el camino se hacía eterno, solo serían 4 horas de viaje hasta nuestro destino, suspiré fuerte y traté de alejar cualquier pensamiento malicioso, me dediqué a observar por la ventana, mis demás compañeras coreaban canciones que la madre superiora había sugerido.
– ¿Pasa algo, hija? – pregunto mi madre, sentándose a mi lado – sabes que puedes decirme todo lo que a tu mente llega, si tienes dudas, si quieres leer un momento, si te molesta algo – dijo sacando la biblia de su bolso, que tedioso todo esto, ya quería leer otro libro - ya verás que todo saldrá bien, allá te recibirán bien, tu vida no será tan alejada de la que ya llevamos – eso es lo que temo.
– No, madre, todo está bien, solo el viaje me deja algo somnolienta – me excuso de inmediato, no quiero que se dé cuenta de mi melancolía.
Me apoyo en su hombro y cierro mis ojos recordando las charlas junto a mi hermana, la música que ella escondía y escuchábamos de camino a la escuela, Camilla ha pasado ya dos cumpleaños lejos de mí y yo de ella, dejo salir un suspiro y siento como mamá acaricia mi cabello, me auto convenzo de que estoy haciendo lo mejor para mí y luego abro mis ojos y sigo hablando con mi madre.
Cuando llegamos a París, todos observábamos por la ventana, jamás habíamos estado allí, en lo personal me impresionó un poco, pronto estuvimos en el aeropuerto, allí debíamos esperar, mientras lo hacíamos ninguna se alejó del grupo, incluso cuando una quiso ir al baño, todas fuimos y nos aseamos.
Los minutos pasaron lentos, pero pasaron y el número de vuelos salió por el altoparlante. Mi madre y el sacerdote nos acompañaron hasta la entrada del salón de abordaje, allí mientras las demás pasaban sus pertenencias de mano, yo me despedí de mi madre, me abrazó cariñosamente y me dio la bendición, mientras que el sacerdote me regaló una biblia nueva, se veía bien bonita y enseguida la guardé en mi cartera.
– Ojea la biblia cuando estés en el avión – susurró el padre Giuseppe en mi oído, luego me sonrió y dio un paso atrás.
Caminé hasta donde estaba el grupo y con la mano me volví a despedir de ellos dos, todo fue rápido en el avión, la madre superiora nos ubicó en nuestros asientos, por fortuna me tocó la ventana, después de que la máquina despegara recordé lo que el padre me había dicho, busqué entre mis pertenencias la biblia y cuando la abrí en mi regazo cayeron varias cartas.
Las tomé y reconocí enseguida la letra de mi hermana, las ordené por fecha y comencé a leerlas, mis ojos se cristalizaban con sus palabras, ella estaba bien y estaba lejos, me contaba que le iba bien en California, trabajaba como mesera y estaba quedándose con dos chicas más que había conocido en el viaje.
No había direcciones, pero si un número de teléfono con el pasar de las cartas se disculpaba una y otra vez por dejarme con mi madre, Camilla no hablaba bien de nuestra madre, solo se refería a ella como la señora que nos crio, eso no lo entendía.
Después del primer año menciono que era posible que las cartas no me llegasen, pero que tenía fe en que en algún momento leyera siquiera una y me diera cuenta de la burbuja en la que nos tenía viviendo, pedía que por favor me pusiera en contacto con ella, en las últimas había algunas fotografías y describía el lugar en el que vivía, cambio de trabajo varias veces y mencionaba una universidad, ella siempre soñó con estudiar contabilidad y eso hacía.
Me ponía muy feliz que estuviera luchando por sus sueños, por llevar a cabo su vida como ella decidió, entonces comencé a cuestionar mi decisión, será este el único camino que hay para mí, recién cumplí 18 años, podré hacer algo más, dejé salir el aire de mis pulmones y decidí ponerme en contacto con ella una vez llegase a mi destino.
Cuando abrí el último sobre, cayeron 3 hojas extensas, y de ellas cayeron unos cuantos euros, muchos euros, en sus escritos me rogaba que comprara un móvil con el dinero, ella quería que nos mantuviéramos en contacto, tenía algo muy importante que contarme, al final me dejaba mucho amor y me felicitaba por mi cumpleaños.
Esa carta estaba fechada con el 10 de enero, justo el día en que cumplí años, de eso habían pasado casi 15 días, agradecí internamente al sacerdote y guardé con cariño todas las cartas que mi hermana había escrito, tomé la decisión de ocupar el dinero en lo que me había pedido, necesitaba hablar con ella.
Al cabo de unas horas pisamos tierra romana, un minibús nos esperaba a la salida del aeropuerto, fuimos guiados hasta él por la madre superiora, ella nos entregó a la mujer que dirigía el convento, sin muchas bienvenidas nos llevaron al lugar, se veía solitario y lúgubre, una sensación de no estar en mi lugar se implantó en mi pecho, pero seguí.
Seguí sin mirar atrás.
Salvatore D’Angelo
Miraba por la ventana de mi habitación a las personas disfrutar de un almuerzo, el primer evento desde hace 10 años, mi hija era quien estaba en mi lugar, no quería ser visto por nadie, maldije para mis adentros el ser tan cobarde para no afrontar mi realidad, pero tampoco haría nada por ello, hace años decidí que este era mi castigo.
Sonia tocó la puerta y grite pase, ella traía la comida para mí, en el momento en el que se abrió los ojos de aquella mujer en mí. Sonia había sido mi cuidadora y mano derecha dentro de mi vida desde el accidente que me dejó así, chocábamos en variados temas y este era uno de ellos, yo me había negado a hacerme presente en varios eventos, sobre todo en juntas de negocio, si bien las supervisaba mi hija Isabella había sido mi cara visible en los últimos 10 años.
Un carraspeo me sacó de mi burbuja, supervisaba por una ventana que todo fuera bien, el desempeño de mi Bella era cada vez mejor, solo desearía que tuviera alguien más competente a su lado que ese pseudo pinto que tiene por novio.
– Deberías estar tú allí – me indicó Sonia con severidad en su voz – sabes que con terapia podrías lograrlo – suspira mientras yo gruño por lo bajo – va a llegar el día en que yo te falte, y puede que eso suceda más pronto de lo que crees, aparte – hizo una pausa para sentarse en frente de mí – Bella tiene que vivir su vida, tiene que darse cuenta de que lo que tiene al lado no le sirve, tiene que descubrir otras cosas, no solo puede ser tus ojos, voz y cuerpo en la empresa – volví a gruñir.
Escuché como ella suspiraba y se volvía a poner de pie para terminar de ordenar la pequeña mesa que ocupaba para comer. Sonia tenía razón, podía ser una molestia en mi trasero, pero tenía razón, aun así, no encontraba una excusa para hacerlo, ese accidente no solo me quitó las piernas, también me quitó a mi hijo, él era quien debía estar en lugar de su hermana pequeña.
Suspiro y me giro, doy con la severa mirada de Sonia, la esquivo y avanzo hasta la mesa, tomo algo de agua y comienzo a comer, nuestro almuerzo se mantuvo en silencio la mayor parte del tiempo, escuchamos un brindis y luego de eso algo de música suave, suspire y me quede viendo a mi compañera de encierro.
– Concuerdo con que debemos darle algo más de libertad a Bella – una sonrisa se dibuja en el rostro de Sonia – llamaremos a Santino por mientras – de mis tres hijos es el único que acudirá a mi llamado - ¿te has comunicado con Máximo? – Pregunto adivinando su respuesta.
– No, pero sabemos que está en España aún – ella saca su móvil – el grupo con el que viaja está por volver a Italia, sus tarjetas me confirman que por la mañana come bien, pero luego ya no sé de él, el lugar en donde esta es poco retirado de la civilización – asiento ante sus palabras.
– ¿Aún no lo supera? – Pregunto más para mí que para mí acompañante.
– Es natural, Pía era su vida, ella le dio orden, le enseñó a amar, recuerda cuando ni siquiera quería estudiar – reímos al recordar – luego del accidente, Max se fue, tomó lo poco que le quedó, vendió aquella casa que un día tanto amó y se fue.
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