Máximo D’Angelo
Derrotado salí de la sala de partos, allí había batallado casi hora y media para detener la hemorragia de la paciente, hasta que otra especialista había entrado a relevarme, limpié con desespero mis manos y cambié mi polo de uniforme por otro, ya que estaba totalmente manchado con sangre, suspiré y miré en todas las direcciones para encontrar al esposo, luego recordé a su bebé y caminé hasta la zona de maternidad, intuitivamente hasta los cuneros.
Cuando me senté a unos asientos de él, el hombre sonreía, su hijo estaba siendo cuidado por una enfermera, ella se veía que le dedicaba interés al bebé, me di cuenta de que era la misma con la que había recibido a la ambulancia, sus hermosos ojos la delataban, tan azules como el cielo y profundos como el mar, suspiré sin querer.
Me pareció un gesto tan hermoso verla como tomaba a los bebés, con suma delicadeza, como si fuesen de cristal, la chica de pronto nos vio y volvió a tomar al bebé del hombre y se acercó al vidrio con él, este se puso de pie y fue a ver detalladamente a su hijo, desvíe la mirada hacia el pasillo y una de las enfermeras me vio e hizo una mueca con las manos, la mujer se encontraba grave.
Solté el aire que había juntado en mis pulmones y caminé hasta la enfermera en donde me entrego la forma, donde se detallaba el estado de la paciente, le dije que me encargaría de darle la noticia al esposo y que le entregaría las probabilidades de su condición, ella asiento y se fue hacia la otra sala, por mi parte me di media vuelta y volví a los asientos, pensando en cómo dar esta noticia que en su momento recibí yo, pero con mucha diferencia.
Cuando la enfermera llevó al recién nacido de vuelta a su cuna, el hombre volvió a sentarse a mi lado, pasó sus manos por su cara y se mantuvo en silencio, carraspeé una vez logrando que el hombre se girara en mi dirección, pero su atención no duró, bajo la mirada hacia sus manos, mientras las empuñaba, logrando poner blancos sus nudillos.
– Siempre es difícil dar este tipo de noticias – comencé comentándole – estamos haciendo lo posible por mantener en un estado estable a su esposa – lo vi asentir mientras yo dejaba salir el aire de mis pulmones – por el momento no podemos dar ni buenas ni malas noticias, solo puedo decirle que debemos esperar las primeras 24 horas para darle algún tipo de noticias – el hombre levantó la mirada luego de un momento y me observó fijamente, en sus ojos se veía el dolor que sentía.
– Doctor – dijo, dejándome con una amarga sensación – ella … ¿sobrevivirá? – Me pregunto directamente y no supo cómo responderle, entonces me vi haciendo la misma pregunta 10 años atrás, suspiré pesadamente para quitarme esa imagen de la mente y asentí en repetidas ocasiones.
– Lo más probable es que sí, pero tenemos que mantenerla en observación, como le dije. Es primordial el avance en las siguientes 24 horas – lo vi suspirar, luego se quedó viendo a través del cristal la cuna en donde estaba su hijo.
– Solo sálvela, por favor – rogó casi en un susurro – sin ella no sabré qué hacer, nuestro hijo la va a necesitar – volvió la vista hacia sus manos y luego hacia mí – yo no sabré vivir sin ella – el hombre me observaba lleno de esperanza, lleno de temores, pero sobre todo lleno de amor por su esposa.
De pronto la enfermera salió del cuarto de cunas y le pasó una toalla, le aconsejó que fuera a lavarse, ella lo esperaría en el mismo lugar para que luego pudiera tomar en brazos a su hijo, él se fue enseguida en dirección al baño.
La enferma me regaló una sonrisa de esas que te ilumina el día y luego se retiró, algo en ella me desconcertó, su amabilidad era de otro mundo, se veía fresca, resplandeciente, la seguí con la mirada, entro en el cunero y con paciencia atendía a los niños que lloraban, pronto otra chica, algo más pálida que ella y algo desatendida de cuerpo, pero que comían estas mujeres, la jefa de enfermería me saludó cuando paso por mi lado.
Entró en la sala en donde las otras dos chicas veían a los recién nacidos, algo dijo y las mujeres rieron a coro, se acercó a la bella de ojos color océano, le dio una toalla y otro uniforme, seguramente era para que se cambiara y luego se retiró.
A los pocos minutos el hombre volvió más limpio y solo con la camisa puesta, tocó la ventana sutilmente y la joven de ojos hechiceros le abrió la puerta de inmediato, lo hizo pasar mientras que yo baje la mirada.
- Máximo ¿verdad? – sentí como si me hablara con cariño, asentí como un bobo - ¿quiere pasar? – Pregunto y yo observé a los bebes e hice una mueca – ¡vamos! – Invito animada – a nadie le hace mal compartir un momento con estas criaturas del Señor – su comentario religioso no me pasó desapercibido, me habían dicho que aquí ayudaban religiosas, pero sé que ellas tienen su propio uniforme.
Aun con algunas dudas me puse de pie y avance hasta la puerta que aquella mujer mantenía abierta para mí, me paso algo de gel antibacteriano y en mi hombro puse un paño de limpieza para bebe, para luego hacer que me sentara frente a ella, en una de las sillas que ellas usaban para descansar de vez en cuando.
Me sentí un conejillo de indias, no sabía qué hacer, necesitaba de su dirección, tomar a un bebe, jamás lo había hecho, ni siquiera los de mis amigos, o familiares cercanos, comencé a sentir angustia, sobre todo cuando la misma chica se acercó al hombre al lado mío y lo ayudo a tomar a su bebe, en ese momento otro de los bebes soltó un llanto, era despacio, pero en mi cabeza retumbo.
Decir que estaba nervioso era poco, la otra enfermera acudió al niño que lloraba mientras que la otra chica acunaba a una nena en sus brazos, poco a poco se acercó a mí, me dio una sonrisa cuando se detuvo frente a mí dejándome deslumbrado, había algo en ella que me hacía parecer un bobo en su presencia, se agachó quedando a la altura de mis brazos y poco a poco fue dejando a la recién nacida en mis brazos, bajo sus explicaciones.
Quedé sin respiración cuando la niña se movió entre mis brazos, la contuve, fue algo tan mágico, tan único, así se sentía tener a un bebe, mis ojos se cristalizaron de inmediato, un nuevo sentimiento nació dentro de mí, no podía dejar de observar, la beba bostezó y me asusto, pero la enfermera fue hacia mí y puso su suave mano sobre mi brazo.
– Tranquilo – dijo con su suave voz – es natural su inquietud, aunque suene raro, ella puede sentir cuando una persona le quiere hacer daño, igual siente su estado de ánimo – me dejo sin palabras, volvió y tomo a la niña en sus brazos para llevarla hasta su cuna.
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