El Pecado de un Ángel - Libro I - Trilogía Ángel romance Capítulo 2

Aimé Bombelles

– ¿Aimé? – Pronuncio mi nombre como preguntando y provoco de inmediato que mis ojos se cristalizaran. – Aimé, ¿eres tú?, princesa por favor respóndeme – Escuché mientras limpiaba mis mejillas.

– Hola, si soy yo – dije en un susurro, para luego escuchar como la risa de mi hermana se quebraba - no llore, bonita, estoy bien, leí tus cartas, tuve que esconder todo por este tiempo – me excusé de inmediato mientras su hipido se hacía presente en la línea.

– Es solo … Es solo que pensé que nunca me contestarías, menos que comprarías un móvil … - Su emoción era grande, esa capacidad de pasar de una emoción a otra tan rápido, suspiré porque entendí que ella no había cambiado.

– Camilla, no lo compré, vine a un café con líneas para poder marcarte – la escuché suspirar – necesitaba saber de ti, sabes cómo quedamos cuando te fuiste, mamá pensó que volverías, pero al pasar los días, comenzó a llorar cada vez que se sentía un ruido y pensaba que eras tú …

– Eso es mentira – dijo tajante – esa mujer no es nuestra madre, ella solo finge – pero que estaba diciendo – Aimé escucha, Alessia no es nuestra madre.

– Eso no puede ser verdad – cansada me senté en aquella cabina – que estés enojada con ella no quita que sea nuestra madre, hermana, eso no es así, ella nos parió, nos enseñó, nos brindó amor y hogar, volcó su vida a la nuestra – la línea se quedó en silencio por un momento.

– ¿Dónde estás? – Pregunto de pronto.

– En Roma – respondí tímidamente – en el convento de Roma, soy voluntaria en el hospital caritativo que posee el Vaticano aquí.

– ¿Entraste al convento? – Pregunto sorprendida y yo asentí como si pudiera verme - ¡AIME! ¿Te hiciste monja? – Volvió a preguntarme algo molesta.

– Si, cuando te marchaste entre al noviciado, luego estuve dos años de voluntaria en el convento de Le Cambé – le informé – cuando cumplí los 18, en enero, llego mi carta de aceptación y me vine a Roma.

– Mamá, ¿te obligo? – Pregunta dudosa.

– No, no, Camilla mamá no me obligo a nada, solo lo hablamos por un tiempo y luego me entusiasmé – mentí.

– Ok, no quiero pelear contigo, pero escúchame – pidió casi en un ruego – te enviaré algunas cartas, euros y fotografías por correo, tienes que volver a marcarme pasado mañana, ese día te diré en qué fecha llegara el sobre, por lo general no demoran más de 3 días – seguimos hablando, ella me dio algunas indicaciones.

También me contó que estaba viviendo en Los Ángeles, iba a la universidad y trabajaba medio tiempo como traductora para una compañía, me emocioné porque estaba cumpliendo sus sueños, igual sentí su molestia, a ella nunca le gustó que nuestra madre nos orillara tanto a la religión, respiré profundo y pronto observé la hora en mi reloj de bolsillo, me despedí de prisa y prometí llamar en dos días a la misma hora.

Pagué y salí del lugar, la chica que me atendió en la caja alabó mis ojos y yo no pude evitar ruborizarme, caminé algunas calles hasta llegar al frente del hospital, entré por el lado de maternidad y me quedé en la sala de cunas por un momento, tarareaba una canción para los recién nacidos cuando la madre superiora me habló, provocando que me sobresaltara.

– Hermana Aimé – dijo con esa voz chillona que me irritaba – la estaba buscando, ¿Dónde estaba? – Pregunto acercándose a mí.

– Primero me tomé un tiempo para ir al baño, y luego vine aquí a ayudar con los infantes – la mujer observó enseguida con buenos ojos lo que hacía, durante los 3 meses que llevaba allí, había sido correcta, jamás había desobedecido, no por temor u otra cosa, sino por el pequeño trozo de libertad que te daba ser de esta forma.

– Este fue el último lugar que se me ocurrió – dijo la mujer algo más descansada – le quería preguntar si ¿podría quedarse a recibir a los nuevos médicos? – asentí de inmediato – son voluntarios que han recorrido muchos lugares que necesitaban ayuda – no me importaba, me gustaba quedarme allí de voluntaria, por la noche se respiraba libertad – hay que pedir por ellos en nuestros rezos – junto las manos y miro al cielo.

– Si no tengo problemas, por supuesto que hay que pedir por ellos madre – la mujer me miró con buenos ojos enseguida – ¿tenemos que preparar algo para ellos? – Pregunte.

– No, usted no se encargará de eso, junto a la hermana Laura se irá a descansar – sentenció – así podrá estar aquí a las 12 de la noche, ayudará a que ellos se instalen – asentí y luego nos quedamos en el lugar por unos minutos esperando a mi compañera.

Cuando ella estuvo presente, la madre superiora nos indicó lo que deberíamos hacer, la jefa de enfermería se presentó por unos minutos, pidió ayudantes para un turno de 16 horas desde las 12, enseguida me apunté, quería mantenerme distraída, lo que Camilla me había asegurado en nuestra llamada se me había metido en la cabeza y no quería darle vueltas.

La mujer agradecida por mi vitalidad se retiró casi de inmediato, para luego volver con uniformes de enfermeras, explico que la ayuda sería en urgencias y en la zona de maternidad, nos pidió que, si podíamos usar esos trajes, la madre superiora, para nuestra sorpresa aceptó, con la condición de mantenernos cubiertas por completo, la mujer acepta y agradecida se fue de aquel lugar.

A los minutos ya caminábamos hacia el convento, la hermana Laura casi no hablaba, ella era solo unos años mayor que yo, pero se veía más pequeña, estaba casi en los huesos, traté de buscarle conversación, pero ella pasó de mí olímpicamente, por lo que dejé salir el aire de mis pulmones y aferré el uniforme que me había entregado a mi pecho.

Al momento de entrar en el convento saludamos a las que estaban en el patio, tendiendo la ropa y otra limpiando, caminé a mi habitación y allí me dejé caer en mi cama, enseguida busqué mis útiles de aseo personal, y entre mis pocas prendas un bitle blanco de cuello redondo y pantimedias, eso me pondría debajo del uniforme de enfermera, ya que mi hábito blanco, que es el que siempre llevo dentro del hospital, estaba manchado.

Una vez en las duchas me despojé de él y lo puse en un cuenco con agua y detergente, dejé que se remojara por un tiempo, mientras terminaba de bañarme, luego me sequé y puse ropa normal, se nos permitía usarla el día que lavábamos nuestros hábitos, luego terminé de lavar y tender el blanco hábito, para así retirarme hasta mi habitación, pudiendo descansar hasta la hora de la cena.

En mi habitación tratando de dormir, luchando por descansar unos minutos, las palabras de mi hermana retumbaban en mi cabeza, ella jamás había dicho tal cosa, a pesar de lo fuerte que fueron las peleas con mamá, ella se disculpaba y luego todo seguía hasta su próxima pelea, pero decir que nuestra madre no es nuestra madre, algo debe haber pasado, la incertidumbre me estaba pesando.

Capítulo I 1

Capítulo I 2

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