Adentro del oscuro y ornamentado Castillo de Blas en la Isla Coral, la primera fortaleza del Imperio Custia, se encontraba el único e incomparable Kevin Nicodemus. Con las manos en la espalda, estaba anunciándole a los Cuatro Santos Celestiales y los Ocho Demonios Infernales:
—El Imperio de Custia comenzará un periodo de paz ahora que el fuego ha cesado. Mientras, regresaré a Ciudad Clesa para investigar de dónde vino el fuego. Les confío la fortaleza, mis queridos camaradas.
Los Cuatro Grandes Santos Celestiales y los Ocho Demonios Infernales eran ministros fronterizos de los doce distritos militares de Custia, lo que les daba a los doce el poder sobre todas las fuerzas militares del Imperio.
Un hombre en armadura de plata conocido como Lázaro se acercó y habló complacientemente:
—Ares, aunque el fuego ha cesado, según fuentes confiables es probable que los tres países vecinos envíen fuerzas infiltradas a Custia. ¡Debemos estar alertas!
—Lo sé. —Kevin levantó apenas las cejas marrón claro —. La primera tanda de informantes del Imperio del Sol Naciente, Seúl, se han infiltrado en Ciudad Clesa. Regresaré para destruir a esos sinvergüenzas yo mismo.
Entonces, bajó con prisa los escalones de piedra negra hacia los doce hombres y dijo:
—Mis siete hermanas están esperándome. Ha pasado una década y es tiempo de volver a casa…
Boquiabiertos, los Cuatro Grandes Santos Celestiales y los Ocho Demonios Infernales intercambiaron miradas ya que nunca habían visto a Ares, el Dios de la Guerra, mostrar tanta gentileza en todas las décadas que habían estado junto a él.
Mientras, Kevin miró hacia el suelo y ordenó:
—Lázaro, Hades, ustedes dos vengan conmigo hacia Ciudad Clesa. El resto regresará a su puesto en los distritos militares. Vigilen cualquier movimiento en la frontera y esperen a mis órdenes.
—¡Sí, señor! —gritaron todos en unísono y escoltaron al Dios de la Guerra afuera de Isla Coral para aniquilar a sus espías enemigos.
Después de llegar la Provincia Solares, Kevin le ordenó a Lázaro y Hades que viajaran a Ciudad Clesa antes que él en el vehículo militar mientras él viajaba más ligero en un autobús. Tenía dos razones para volver a Ciudad Clesa esa oportunidad. Una era para investigar sobre la tragedia del incendio que había sucedido diecisiete años atrás cuando él tenía cinco años. En medio del fuego, vio cómo alguien utilizaba una cuerda para estrangular a sus padres hasta la muerte. Esa era una venganza que no podía dejar pasar. Segundo, para investigar la tanda de informantes extranjeros que se habían escondido en la Ciudad y acaban con las conspiraciones de sus enemigos de raíz. Sin embargo, ambos propósitos requerían que mantuviera un perfil bajo. Por eso, decidió separarse de Lázaro y Hades con antelación para regresar a Ciudad Clesa solo en un autobús.
—La parada del tren es en la estación central de trenes de Ciudad Clesa Plaza Norte. La duración del viaje será de hasta dos horas. Por favor, ajústense los cinturones. El viaje comenzará a la brevedad.
Kevin casi no podía contener el entusiasmo mientras miraba por la ventana un paisaje extraño, pero familiar mientras escuchaba el anuncio. «¡Después de diez años por fin estoy volviendo a casa!». Después de que sus padres fueron brutalmente asesinados cuando tenía cinco años, lo enviaron a un orfanato en donde vivía con siete hermanas con las que no tenía relación sanguínea. Cuando cumplió los doce, creía que era un adulto y que era hora de vengar a sus padres, así que se escapó del orfanato. Durante su travesía, conoció a un hombre que lo trató como a su ahijado. Después de eso, el hombre lo llevó a Isla Coral y lo guio en cada paso hasta que se convirtió en Ares, el Dios de la Guerra, que gobernaba la milicia mundial.
—Miqueas, apuesto a que este maldito nunca tocó a una mujer en su vida. ¡No me extraña que quiera sentarse junto a mí! —La mujer puso los ojos en blanco y se frotó contra el brazo de Miqueas mientras le sugería—: Basta de hablar, deberías lanzarlo por la ventana.
Miqueas soltó una risotada al escucharla. Después de pellizcarle la mejilla, se giró hacia Kevin antes de amenazarlo:
—¿Escuchaste, vándalo? Mi mujer ha hablado. Contaré hasta tres y si no te levantas del asiento, ¡lamentarás lo que te haré!
—Uno, dos, tres —contó Kevin con rostro inexpresivo—. Listo, lo hice por ti. Vamos, pégame.
—Tú… —Miqueas lo miró furioso mientras su rostro regordete se volvía rojo de la furia. Nunca imaginó que se encontraría con alguien más sinvergüenza que él—. ¡Tú lo pediste, idiota!
Como si Miqueas fuera a soportar esa clase de humillación cuando había tantas personas observando. Entonces, le dio un puñetazo a Kevin en el rostro. De inmediato, los pasajeros quedaron pasmados. Miqueas era un hombre fornido, así que Kevin terminaría con una contusión por lo menos, y si el puñetazo daba en la sien, ¡no viviría para ver salir el sol! ¡Pum! Kevin, sin apuro, levantó la mano derecha mientras la multitud horrorizada lo observaba, y sin mucho esfuerzo detuvo el puño de Miqueas.
—¿Eso es todo lo que tienes? —Se burló.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El regreso del Dios de la Guerra