Donovan Bristol
Creo que venir a visitar a mi madre ha sido el peor error de todos, no logro entender el momento en que cambio. Antes cuando era más pequeño siempre fue una mujer atenta, despreocupada y nunca le importo el qué dirán las personas de ella, pero claro todo esto fue hace tiempo cuando mi padre todavía no debutaba como un exitoso empresario, cosa que sucedió de la noche a la mañana y hasta se escuchó en boca de personas cizañosa que estaba involucrado en la mafia, no pude evitar creerlo cuando sucedieron cosas extraña en nuestro entorno.
Suspiro tratando de alejar esos pensamientos y seguir conservando la buena imagen que fue y que seguirá siendo mi padre en mi vida, se dedicó a que sea siempre el mejor en todo lo que me disponía a hacer y creo que esa fue una de las cosas que cambiaron a mi madre, ya que igual se disponía en ser la más fina y elegante en todas las reuniones, eventos y muchos piensan que el dinero no te cambia pero tarde o temprano terminas cagado en la arrogancia y queriendo más de todo.
El dinero te da la felicidad eso está claro, ya que es mejor llorar en París, Londres, Dubái u otro lugar de riquezas abundantes que en las calles marginales de cualquier pueblo de mala muerte, pero esto siempre tendrá un costo y es ver sufrir a tus colegas que quedan en el olvido, ya que con una fortuna llegaran personas nuevas que estarán a tu altura.
Ese no fue mi caso, ya que toda la vida he tenido a Alexandro, estudiamos en el mismo instituto privado y fuimos a la misma universidad, es una amistad que nos hace más que amigos y se lo agradezco porque de lo contrario no tendría a nadie, nunca se lo digo pero es lo mejor que tengo en esta vida tan negra que llevo con toda las cargas del pasado.
Elevo mi mirada hasta el cielo repleto de estrella mientras que la brisa refresca mi mente alejando todo los malos pensamientos, ya que no quiero incomodar a nadie con mi mal de humor baje a la playa porque esto es algo que me trae tranquilidad el poder escuchar las olas del mar.
—Es hermoso, —no me había dado cuenta en el momento que Dayana llego hasta mi lado.
—Pensé que estaba durmiendo, —trato de no ser formal.
—Estaba preocupada.
Frunzo el ceño y la miro.
—¿Sucede algo? —cuestiono pensando en que tal vez su madre le ha llamado.
—Eso te pregunto yo a ti, sé que no estas cómodo estando aquí, pero si quieres hablarlo con alguien…
—Lo tendré en cuenta… gracias, —murmuro intentando darle una sonrisa que más bien es una mueca, Dayana asiente y se queda callada a mi lado mirando el mar.
A veces me siento culpable por meter a esta chica en mi mundo oscuro, pero tratare de que no sea perjudicada y que saque el mejor provecho de todo esto. Su madre está bajo lo cuidado de una de las mejores especialista oncológica del país y sé que esa ya es una preocupación menor para ella.
—Esta algo acalorada la noche, —se pone de pie y comienza a quitarse su ropa.
—¿Piensas entrar desnuda al mar? —cuestiono alarmado, me mira.
—Nadie vendrá a las una de la madrugada aquí ¿O sí? —se desnuda y no puedo evitar mirar a otro lado, no entiendo a esta mujer sin pudor alguno.
Escucho su risa y luego se aleja hasta estar dentro del agua.
—Dayana algo podría morderla o imagine que venga un tiburón, —regaño poniéndome de pie.
—Los tiburones no vienen a la orilla, no sea aburrido y hágame compañía, —sugiere.
Cruzo mis brazos sobre mi pecho y frunzo mi ceño pensando si será correcto entrar a allí.
»No debe estar pensándolo todo… solo diviértase.
Llevo mi mano hasta mi camiseta y me deshago de ella para luego quitar mi zapatos, pantalón y por ultimo algo inseguro mi bóxer, camino hacia el mar hasta que mi desnude es cubierta por el agua cálida.
»Ve, no fue algo tan difícil después de todo, —niego con una sonrisa que se borra en el momento que me chapotea con agua.
—No debiste hacer eso, —sonrió e iniciamos una guerra y por primera vez me divierto olvidando por momento los problemas que rodean mi vida, Dayana se divierte bastante y hasta parece ser literalmente una niña en el cuerpo de una mujer. Cuando la escucho estornudar me detengo. —Creo que es momento de regresar, —comento y asiente de acuerdo con mis palabras.
Para evitar ver su desnudez salgo primero para colocarme el pantalón.
—¿Me presta tu camisa? —asiento y se la entrego, se la coloca y esta cubre hasta sus rodillas porque soy bastante alto, recoge su ropa y empezamos una caminata en silencio hacia la mansión donde justo en la entrada se encuentra Gabriel con dos chicas a su lado, se nota que esta algo alcoholizado.
—Hermanito, —hago una mueca de solo escucharlo decir esas palabras.
—No somos nada. —Paso por su lado y se atreve a estirar su mano para intentar tocar las nalgas de Dayana, pero soy más rápido y lo evito dejando ir un puñetazo a su rostro. —¡Imbécil! —grito tomando su camisa para sacudirlo—. Vuelves a intentar algo como eso y te dejare sin dientes ¿entendiste?
Se gira cuando termino y toma una esponja para pasearla por mi pecho. Arqueo las cejas pero la dejo continuar porque no me molesta en lo absoluto, con concentración talla mi cuerpo y me atrevo a dejar mis manos en su esbelta cintura, no puedo evitar tensar mi mandíbula cuando su mano sujeta mi miembro que de manera traicionera empieza a despertar hasta estar alzado en todo su esplendor.
—Es suficiente, —sujeto su mano, Dayana se las sube hasta mis hombros y camino hacia delante quedando debajo del agua para que la espuma del jabón se elimine de mi cuerpo—. Dayana, —suelto cuando besa mi pecho.
—Cumpla con lo que prometió, —murmura, observo sus ojos y luego sus labios.
Llevo mi rostro a escasos centímetros del suyo y esta termina juntando sus labios con los míos, le sigo el beso torpe pero tratando de hacer lo mejor algo incómodo por la diferencia de tamaños que resuelvo al encargarme de levantarla y eso lo aprovecha para envolver sus piernas alrededor de mis caderas. Su espalda la apoyo contra el cristal de la ducha, muerde mi labio inferior y siseo entre diente mientras mi miembro palpita con dureza.
Cierro el agua para caminar con ella acuesta de mí hacia fuera con cuidado de no caer. Estando en la amplia habitación llevo a Dayana hasta la cama quedando sobre su cuerpo y en medio de sus piernas, beso su cuello y me atrevo a llevar uno de sus pezones a mi boca provocando que arquee su espalda y un gemido salga de su boca.
Vuelvo a subir a su boca cuando sus pezones se encuentran erectos, muevo mi cadera rozando mi dureza contra su sexo y cuando estoy listo para penetrar su interior húmedo un ruido estridente me lleva a abrir los ojos y cerrarlo nuevamente cuando la luz solar golpea con fuerza mis pupilas.
—¿Quién pone alarma tan ruidosas? —se queja una voz femenina a mi lado, giro mi rostro hasta lograr ver la cabellera rubia de esa mujer que fue participe de ese sueño tan húmedo que nunca en mi vida había tenido.
Mi cabeza palpita como si tuviera la peor resaca de mi vida, no entiendo que está pasando y que fue real y que no, suspiro y llevo mi mano a mis ojos para sentarme en la cama. Observo que llevo puesto y tengo solo un bóxer del cual escapa parte de mi dolorosa erección, me cubro con la colcha antes de que mi acompañante vea semejante espectáculo.
—¿Por qué me duele tanto la cabeza? —cuestiono mirándola estirarse.
—Se tomó media botella de wiscky ¿Qué esperaba? —cuestiona.
Frunzo el ceño porque no recuerdo eso.
—No lo recuerdo ¿Qué paso? —se ríe.
—Estaba tomando en la playa, lo acompañe y luego volvimos aquí donde le dio un buen derechazo a Gabriel, subimos hasta aquí nos duchamos y me puse algo intensa pero me freno, perdón por eso, es que cuando tomó me pongo caliente… me rechazo y se fue a la cama donde termino dormido en cuestión de segundo, —detalla lo acontecimiento.
—Entiendo, puede ir a ducharte, ya que hoy regresamos, —asiente para salir de la cama e irse al baño, ese tiempo será suficiente para pensar en otra cosa y así mi miembro se calme.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El santo millonario