El santo millonario romance Capítulo 41

Alexandro Bianchini

Volver a la oficina nunca me había gustado tanto después de las vacaciones, me siento en mi escritorio y cuando tocan mi puerta mi ansiedad aumenta, murmuro un pase y por esta ingresa Esther, no puedo evitar hacer una mueca.

—¿Qué pasa Esther? —cuestiono.

—Me informan que tu asistente el señor Jones, no puede venir porque se encuentra enfermo, —anuncia.

—¿Qué tiene Asher? —me preocupo por el chico.

—No le pregunte, pero esto es algo inaudito, no tiene ni siquiera cinco meses y ya comienza a faltar, —no puedo evitar fruncir mi ceño.

—¿Te estás escuchando Esther? —interrogo—. Está enfermo y eso es algo que se respeta en esta empresa, —le recuerdo.

—Te pido disculpa Alexandro.

—Señor Bianchini, ya no quiero que me llames de manera informal, —murmuro sin expresión alguna—¿Algo más que añadir? —niega—Entonces te pido que regreses a tu lugar de trabajo, —se marcha, recuesto mi espalda del sillón mientras dejo ir mi cabeza hacia atrás.

Suspiro.

No entiendo por qué Esther busca su despido, no quiero hacerlo porque todos necesitamos dinero y ella cada día me impulsa a echarla de aquí, no quiero conflictos y menos personas de tal índole cerca de mí.

«Asher ¿Qué tendrá el pequeño?» pienso, espero no sea nada grave.

(…)

Después de mi jornada laboral no puedo contener mis ganas de ir a verlo, me estaciono frente a su edificio e indeciso salgo del auto para ir hasta su piso. Observo la puerta de madera, suspiro y toco varias veces hasta que esta se abre mostrando a un chico que no conozco.

—Saludo ¿busca alguien? —cuestiona mirándome sin descaro de arriba hacia abajo.

—Busco a Asher, —anuncio, se hace a un lado.

—Está dormido en su habitación, supongo que sabes donde es y los dejo un rato, —asiento y el chico ingresa para tomar algo de su bolso y se marcha dejándome en la sala, suspiro porque ya no hay vuelta atrás, camino hacia su cuarto y solo hay una lámpara encendida, me acerco hasta su cama y allí está el pequeño.

Asher se ve muy tierno mientras duerme, me fije aquella noche y hoy también lo hago, me siento en la orilla de su cama esperando no despertarlo, pero lo hace.

—¿Marcos? —interroga adormilado.

—No pequeño, —murmuro, se mueve y frota sus ojos con sus puños.

—Alexandro ¿Qué haces aquí? —cuestiona y hago una mueca, no esperaba esa reacción tan despectiva.

—Me informaron que estabas enfermo y vine a verte, —anuncio—. Pero veo que mi presencia te molesta y mejor me voy, —me levanto, pero toma mi mano.

—Lo siento, no te vayas, —murmura—. Por favor, —lo observo y miro sus ojos verdes, asiento y vuelvo a mi lugar.

—¿Qué te sucede?

—Creo que agarre un resfriado, no quería exponer a los demás a contagiarse y sé que no rendiría al cien por ciento estando allá, —asiento porque entiendo su situación, ya que igual no rindo al máximo cuando enfermo.

—Espero mejores pronto, —anuncio—. Y con esas sopas que hace Azucena, no lo dudo, —murmuro al ver un embace sobre su mesa de noche.

—Gracias por venir, —sonrió.

—¿El dolor ya paso? —cuestiono mientras observo que frunce el ceño y luego se sonroja al saber a qué me refiero.

—Sí, tome la pastilla y me sentí más aliviado, —asiento.

—Es bueno saberlo, —permanecemos en silencio hasta que su amigo regresa.

—Asher ¿puedes quedarte solo esta noche? —interroga.

—¿Qué sucede? —pregunta el pequeño.

—Debo resolver unos asuntos y no puedo regresar hasta mañana.

—Puedes irte sin preocupación, me quedaré con él, —me mira agradecido para luego marcharse.

—No tienes por qué hacerlo, Alexandro, —alzo mis hombros.

—No me molesta, —murmuro. —Le pediré a mi chofer que me traiga una ropa mañana temprano para ir a la empresa y espero que no te importe que duerma desnudo, —anuncio.

—¿Qué?

—No tengo ropa de dormir y dudo que las tuyas me queden, no queda de otra, pero supongo no es un problema, ya que me has visto…

—Cállate, —reprocha, me carcajeo.

—Que inocente, —susurro. —¿Me presta tu baño? —asiente, me voy hasta este y allí me doy una ducha.

—Alexandro, —me llama.

—¿Qué sucede? —saco mi cabeza de la ducha para mirar hacia la puerta cerrada.

—Te traje una toalla limpia, —anuncia.

—Entra, —pido, Asher ingresa y salgo de la ducha para acercarme a este.

—Gracias, —tomó la toalla de sus manos para cubrirme.

Se encuentra sonrojado y su mirada va a otro lado que no sea mi cuerpo, sonrió y llevo mi mano hasta su pequeña cintura para atraerlo hasta mí. Llevo mi rostro hasta sus mejillas rojas donde deposito un beso en ambas, suspiro.

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