El santo millonario romance Capítulo 45

Asher Jones

Después de terminar la jornada laboral, Alexandro me lleva a mi apartamento para que recoja ropa y luego partimos al suyo, sé que me estoy metiendo en la boca del lobo, pero no puedo rechazarlo y tengo la necesidad de aprovechar cada segundo que me permite tener a su lado. No me siento suficiente para este y que seguro está acostumbrado a personas hermosas, con cuerpos voluminosos y yo soy todo lo contrario.

Pequeño, piel pálida, cabello negro y ojos esmeraldas, no me siento dentro de algún estándar de belleza y ni siquiera soy como los demás gay que saben vestir a la moda, patético me siento y que he fallado a la etiqueta.

—Siente como en tu casa, —me dice, caminando hacia la cocina—¿Qué te apetece que pida para cenar? —interroga buscando en los cajones.

—¿En serio? —se gira a mirarme confundido—. No pienso dejarte pedir comida, —murmuro.

—Sabes que se me quema el agua y no quiero que cocines, —niego.

—No es una molestia y lo sabes, me gusta cocinar, —asiente.

—Bien, —me saco los zapatos, camino hasta el fregadero y lavo mis manos para comenzar a rebuscar en su alacena.

—¿Qué te parece si te preparo unos raviolis? —cuestiono, ya que sé que le gusta la pasta.

—Exquisito, —suelta.

—¿Puedes hacer la masa? —asiente, se quita sus zapatos y para mejorar la vista se saca el saco y la camisa dejando su torso al desnudo, se lava la mano y saca lo necesario para hacer lo que pedí, suspiro para concentrarme en la demás preparaciones que requerimos.

(…)

—Está delicioso, —anuncia dando otro bocado, nos encontramos en su terraza sentados en el suelo mientras nos acompaña una botella de vino, me gusta el ambiente que sea creado.

—Me alegra que te guste, —comento.

Se ve como un niño pequeño disfrutando de su postre favorito.

»Alexandro ¿Puedo hacerte una pregunta? —interrogo y asiente mirándome con atención—Nunca he leído sobre tus padres, —suspira y desvía su mirada.

—Están vivos, —aclara—, pero viven en Italia, me vine aquí con mi abuela y terminé adquiriendo sus acciones en la empresa Bristol, esa mujer fue la primera accionista y muy amiga del señor Henry, —comenta.

—Entiendo, —imaginé que tenía parte de Italia por su apellido.

—Ellos querían que les pase los bienes y me negué a hacerlo, se enojaron conmigo y se quedaron en Italia, —la vida de las personas con dinero siempre rueda en torno a eso—. Nuestra relación ahora mismo no es la mejor, —alza sus hombros.

—Entiendo, —la conversación termina allí.

Después de cenar Alexandro, me llevo a su habitación, nunca había entrado y es sin duda muy ordenado, me gusta su pequeña estantería de libros. El enorme hombre se saca sus pantalones y luego su ropa interior, miro a otro lado.

—¿Qué esperas? —lo miro sin entender—. Es hora de la ducha, —comenta caminando hasta mí.

—Pero dijiste…

—Sé lo que dije, pero te estoy invitando a tomar un baño conmigo, no veo nada malo, —me mira fijamente, suspiro y con algo de vergüenza me desnudo bajo su atenta mirada.

Alexandro sonríe y me toma de la mano para caminar la interior de su baño que es bastante amplio con un jacuzzi incluido, se aleja de mí para llenarlo y agrega algunas infusiones con olor a menta, se mete al agua y me hace seña para que entre. Inseguro me meto y él me atrae hasta su pecho.

»No te voy a comer, —susurra, apretándome mientras sus piernas quedan a mi costado, se ve que le dedica horas al gimnasio, me gusta ver que conserva una apariencia tan varonil con el vello que recorre su muslo, suspiro mientras me relajo contra su pecho.

—Somos muy diferente, —me atrevo a decirle.

—Lo sé y eso es lo que te hace especial, me siento cómodo contigo ¿y tú?

—Como un niño frente a un enorme sujeto, —lo escucho reírse.

—Eres mi pequeño, —dice en mi oído, suspiro girando mi rostro y observo sus labios a escasos centímetros de los míos, no puedo evitar acercarme y besarlo, sonríe en medio del beso y me sigue, muerde mi labio inferior y un pequeño gemido escapa de mi boca sin poder evitarlo, me hala un poco atrás y logro sentir su dureza.

—Alexandro, —jadeo al sentir su mano envolver mi pene.

—¿Qué quieres pequeño? —es como un demonio tentándome al pecado, besa mi hombro y luego mi cuello que dejo a su merced.

—No lo sé, —le digo y ríe para dejar de acariciarme justo en el momento que pensaba explotar—. No… —lloriqueo.

—Debes pedirlo, Asher, —muerde mi hombro.

—Por favor, —jadeo porque lo puedo sentir presionando su miembro en mi espalda.

—¿Por favor que pequeño? —interroga.

—Fóllame, por favor, Alexandro, —suplico, se separa y se pone de pie, sale del jacuzzi y me ayuda a salir, me carga y sin importar estar mojados me lleva hasta su cama.

—Oh dulce pequeño, —murmura, se estira en la cama para rebuscar en un cajón de dónde saca un pequeño pote, besa mis labios robándome el aire y me hace girarme—Muéstrame tu dulce culo, —pide, no hay vergüenza alguna para hacer lo que solicita—. Dios, es divino, —me estremezco cuando su lengua se pasea por allí, muerde mi nalga y manosea a su antojo.

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