El santo millonario romance Capítulo 47

Dayana Berlusconi

—Oh por Dios, —llevo mi mano a mi boca al ver la hermosa decoración que inunda la habitación, rosas rojas por cada lado y varias velas aromáticas, es algo tan romántico y creo que mis hormonas se alborotan, ya que no puedo evitar llorar por todo esto.

—¿No te gusta? —cuestiona.

—Es hermoso, —susurro, camino dentro y escucho la puerta cerrarse, es que todo es digno de una hermosa historia de esas que narran en los libros.

—Me alegra que te guste, —me abraza desde atrás, besa mi hombro y luego mi cuello.

—Eres el hombre más romántico de todos, —me giro para encararlo, sonríe.

—Por eso te haré el amor tan lento que deseara que nunca termine, —murmura para deslizar los tirantes de mi vestido por mis hombros provocando que este caiga a mis pies, ya que no es ajustado, Donovan me observa y luego me besa con amor, suspiro en medio de nuestro beso. Su mano derecha se pasea por mi curva hasta posicionarse en mis nalgas y me hace impulso para que pueda envolver mis piernas en su cadera, camina hasta la cama y me recuesta con delicadeza en ella.

No existe palabras para describir este magnífico momento, sus caricias, sus besos y los susurros que deja proclamando lo hermosa que soy e igual lo perfecta que es cada punto expuesto de mi piel que logra besar, Donovan explora cada rincón con su boca, me desnuda y me expone ante su sedienta mirada para luego saciar su sed en mi sexo al momento de entregar su lengua a mi húmeda apertura, gimo solo con ese recorrido y un simple roce de esta me hace temblar, separa mis piernas y sin descaro deja correr su saliva por mi coño.

»Eres exquisita, —su voz sale rasposa, no respondo porque chillo cuando succiona sensible clítoris, me penetra con sus dedos y hace uso de ellos para estimular mientras su boca bebe de mi sexo, me devora sin piedad y no queda rastro en Donovan del inocente CEO que conocí.

Este hombre ha cambiado, sabe dónde tocar y como hacerme ver la cúspide, no se detiene y hasta gime de vez en cuando. Su lengua juguetea son mi entrada y al momento de curvas sus dedos hacia mi punto G no puedo evitar lloriquear, Donovan continua su misión sin pausa hasta lograrme tener un squirt.

—Dono-va, —gimo su nombre.

Sube sobre mí dejando beso por cada rincón deteniéndose un segundo en mi vientre donde deposita uno duradero. Sus ojos conectan con los míos y la chispa de picardía recorre sus aureolas azules.

—¿Estás bien? —cuestiona.

—Es tu nueva fascinación hacerme eso, —suspiro.

—Eres exquisita, no puedo evitarlo, —besa mis labios provocando que sienta la salinidad de mi fluido en su boca, gimo y este se separa para desnudarse, se coloca sobre mí y me mira a los ojos—¿Lista? —cuestiona.

—Hazlo ya, —ruego, me embiste lento y es una tortura, jadeo al tenerlo dentro de mí por completo, me aferro a su cadera con mis piernas y entierro mis uñas en su trasero, se ríe.

—¿Recuerda mis palabras? —Niego porque no genero ideas cuerdas—. Te haré el amor, lento y no vas a querer que me detenga, —murmura.

—Donovan, por favor, —suplico porque sale de mí y luego vuelve a entrar lento, eso me altera y la sensibilidad de mi sexo no quiere nada de eso.

—¿Por favor qué Dayana? —puedo ver que se divierte haciendo esto.

—Fóllame, —sus ojos chispean puro fuego, me da una ruda embestida—¡Ah! —gimo.

—¿Te gusta así? —pregunta haciéndolo de nuevo.

—Dios, Donovan, no te detengas, por favor, —suplico, se nota que le excita que lo haga y vuelve a repetirlo pero de manera continua. Entierro mis uñas en su espalda y cierro mis ojos ante sus arremetidas, jadea.

Abro mis ojos y su ceño se encuentra fruncido mientras que su mirada no abandona mi rostro, me estremezco. Su cuerpo está caliente y no tardamos en estar bañado de sudor, se mueve lento y siento su esperma correr dentro de mi sexo, gime bajo y luego vuelve a embestirme como si nada hubiera ocurrido.

La húmeda es mayor y se desliza con firmeza, sus brazos a cada lado de mi rostro deteniendo su peso, me besa y gira dejándome arriba, sé lo que busca y me muevo a su ritmo, se sienta y nos besamos.

—Te amo Dayana, —murmura sobre mis labios para volver a besarme, me muevo lento mientras sus manos envuelven mi cadera.

—¿Qué dijiste? —cuestiono esperando volver a escucharlo de nuevo con mi corazón queriendo salirse de mi pecho. Sus ojos azules me miran con fiereza, me aprieta manteniéndome quieta y enterrado en mí, Donovan acaricia desde mi nalga hasta mi espalda.

—Dije que te amo, —mi mirada se nubla y dejo mi rostro su cuello, beso ese lugar y vuelvo a mirarlo.

—Te amo Donovan, —acaricio su mejilla mientras lo digo, sollozo porque mis hormonas están desequilibradas y me siento sensible, sonríe y me besa todo el rostro.

—Eres lo mejor que ha llegado a mi vida, —susurra, me muevo y hago que se recueste mientras aferro mis manos en su pecho, su rostro se contrae y alza su cadera, gimo y nos corremos al mismo tiempo.

—Donovan, —me recuesto en su pecho sudado, su mano recorre mi espalda con calma. Deposita un beso en mi coronilla y luego abandona mi interior, no puedo evitar quedar dormida, pero esta vez lo hago sintiéndome la mujer más feliz de todas y escuchando los latidos del corazón del hombre que amo.

(…)

Al despertar lo hice sola, pero luego Donovan atravesó la puerta con una bata y una charola en sus manos, me sonríe y sube a la cama mientras me siento.

—Buenos días, —saluda, se nota bastante feliz y eso me gusta.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El santo millonario