El santo millonario romance Capítulo 56

Dayana Berlusconi

—Debes comer algo, —señala la bandeja, suspiro. —Hazlo por ese bebé que cargas allí, —comenta.

—¿No tienes vergüenza? ¿Cómo puedes secuestrar a una mujer embarazada? —cuestiono.

—He secuestrado peores cosas que una chica embarazada, —alza sus hombros restándole importancia.

—Eres una persona desconsiderada ¿Dónde está tu humanidad? —pregunto.

—Mi humanidad está en mi casa, con mi mujer y mis dos hijas que esperan que llegue con vida, —me sorprende y parece notarlo—. También tengo una familia, y por eso no permití que ese imbécil te tocara, suficiente tienes con estar secuestrada y otra carga emocional podría provocarte un aborto espontáneo.

—Ahora resulta que eres doctor, —mascullo y sus cejas se alza.

—En este mundo debes aprender de todo, me he cauterizado heridas y retirado balas de mi cuerpo sin ayuda de nadie porque si voy a morir no será por una estupidez como esa, —anuncia. —Ahora come, —señala.

Suspiro y como los sándwiches bajo su atenta mirada.

—¿Cuándo será el intercambio? —interrogo.

—Mañana, y si preguntas cuánto cuesta tu cabeza, no he pedido una fortuna por ella, pero sé que Bristol daría lo que fuese para que estuvieras de vuelta con él, le solicite doscientos mil dólares, es suficiente para regresar, pero si este incumple su acuerdo, —hace una pausa—. Conocerá a San Pedro de cerca, —se nota que no bromea—.Y a ti te venderé a una trata de blanca y quizás te subasten o te dejen trabajando en algún prostíbulo asiático, —mi corazón se acelera.

—Cumplirá el acuerdo, —susurro.

—Lo hará, —toma la bandeja y se retira dejándome sola, no pongo en duda las palabras de ese sujeto, porque con sus propias manos acabo con el que intento violarme, es despiadado y aunque aparente ser una buena persona tiene sus límites.

Esa noche ese hombre me trajo una colcha y una colchoneta para que me cubra y pueda estar cómoda, por más que me cueste asimilarlo dormí y descanse lo suficiente, espero que hoy todo salga bien y al fin poder estar con mi esposo en casa.

(…)

Para moverme a otro lugar me vendaron los ojos y me hicieron entrar en una camioneta, no duramos mucho tiempo en el camino y al descubrirme no sabía en donde nos encontrábamos, pero esto antes era un aeropuerto, no tengo dudas.

—No hagas nada estúpido, —anuncia y asiento, lo menos que quiero es poner nuestras vidas en riesgo, no podría cargar con tanta culpa arriba. En la distancia puedo vislumbrar un auto acercarse y estos sacan sus pistolas, se detiene el vehículo a pocos metros y es allí cuando al fin logro verlo, Donovan, se nota asustado y puedo ver en sus ojos que no ha dormido estos dos días.

—Dayana, —es lo que sale de su boca y asiento, sé que debo verme horrible y con un moretón en mi rostro por el puñetazo del sujeto y sin contar mi labio inferior roto—Dijiste que no la lastimarías, —suelta con su ceño fruncido acercándose, pero se detiene cuando el tipo le apunta con la pistola.

—Ni un paso más, —anuncia—. Esto fue algo que se salió de mis manos, y la persona que le hizo esto, ya no existe en este plano terrenal, —comenta—. Tu mujer y tu criatura están bien, no fue toca y me disculpo por su rostro, —hace una mueca—. El dinero.

—Está en la cajuela.

—¿Qué esperas para traerlo? —retrocede bajo la atenta mirada de los dos sujetos presentes, ya que antes eran tres, Donovan toma un bolso y el chico camina hasta este, y abre muestra el dinero y asiente. —Espero este todo allí, —murmura liberándome de a poco hasta que sirenas de policía suenan de la nada—¡Diablos! —Exclama apretándome contra su cuerpo—¿Qué te dije Britol? —interroga, pero este se muestra horrorizado y al mismo tiempo confundido.

—Juro que no hable con nadie, por favor, no la lastimes, —suplica.

—Ella no sufrirá, pero tú, —hace una pausa y quita el seguro del arma—. No conocerás a tu criatura, —Donovan retrocede quedando arrinconado contra el frente del auto—. Lamento mucho esto, Dayana, —murmura.

—Por favor no, —sollozo.

—Soy un hombre de palabra, —me recuerda—. Bristol no cumplió la suya, pero yo si cumpliré la mía, —el ruido del disparo ensordece mis oídos, pero con mi mirada nubla vislumbro su cuerpo caer contra el pavimento.

—¡No! —Grito sintiendo mis cuerdas vocales doler—¡Donovan! —No puedo creerlo, forcejeo para que me libere y solo retrocede conmigo.

—Es hora de irnos jefe, —comenta el otro.

—Deja el dinero, —anuncia—. No es merecemos tomarlo, ya que fue un pacto sin cumplir, —le doy un cabezazo y corro hasta el cuerpo de Donovan, me arrodillo frente a este y cubro mi boca.

La sangre no tarda mucho en cubrir todo el pavimento, y no logro identificar de en qué lugar recibió la bala, ya que su cabeza sangra también, forcejeo cuando el pañuelo con ese olor horrible cubre mi nariz y boca hasta que lo último que veo es el cuerpo inerte de mi amado alejarse poco a poco.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El santo millonario