Dayana Berlusconi
Pensé que las cosas mejorarían al llegar a Venecia, pero durante el camino tuve un sagrado que me ha dejado muy preocupada, no sé qué puedo hacer y el dolor ahora es en mi espalda.
—Bebé, por favor, no me dejes, —pido acariciando mi vientre, no han obligado a bañarnos y colocarnos ropas muy desnudas, espero mi turno para subir al escenario y esperar por ser comprada como una simple vaca.
—Tu turno, —suelto la mano de Amelia, camina hasta el escenario y puedo ver a todos esos hombres y mujeres ofrecer dinero por ella hasta que su comprador es un viejo puedo ver que la chica tiembla y la llevan a otro lado donde seguro su comprador la recibirá.
Me toca subir al escenario, levantar mi cabeza al frente para que todos me vean, no libero mi mano de mi vientre y espero que esto pase pronto. Necesito ir a un hospital y según madame, tal vez mi comprador se apiade de mí y me den atención médica, ya que de lo contrario estaría forcejando para no estar aquí arriba.
—Esta hermosa mujer, ya pueden verla, —señala el presentador—. Espera una criatura, pero ¿Qué hombre no siente el deseo de saber que se siente estar con una embarazada? —nadie responde.
—¡Pasa la siguiente! —Exclama alguien desde el público provocando la risa de los demás.
—Es cierto, preñada no sirve para nada, —agacho mi cabeza.
—La compraré, —mi vista se va hasta el viejo que habla con acento ruso, se nota que está en sus sesenta.
—Cincuenta mil dólares, es su valor, —asiente. —Vendida, —suelta, me hacen caminar hacia otro lado en donde espero por varios minutos hasta que la persona que me recibe es un hombre sin expresión alguna.
—Sígueme, —ordena, camino varios pasos y gimo por el tirón que siento en mi vientre.
—¡Ah! —Sollozo apretando allí—. Necesito un doctor, por favor, —me observa, camina hasta mí y me carga.
—Tranquila, —camina conmigo y no puedo evitar perder el conocimiento por el dolor que recorre mi vientre.
(…)
Al despertar estoy en una habitación con una facha de ricos. En mi mano tengo una intravenosa y toco mi vientre, suspiro porque ese pequeño bulto sigue allí, espero que todo esté bien.
La puerta se abre e ingresa una mujer.
—Qué bueno que estés despierta, —sonríe y la miro con desconfianza—. Soy la doctora Mía, —informa.
—¿Mi bebé?
—Está bien, pero debes cuidarte, —comenta—. Tuviste a punto de tener un aborto, es suerte que sigas embarazada, —no puedo evitar temblar al imaginar perder lo único que me queda de mi esposo.
—¿Dónde estoy?
—Es una pregunta que no puedo responder, pero te recomiendo descansar, ya que viaje será un poco largo, —me mira por varios segundos—¿Cómo te llamas?
—Dayana, —mascullo. —¿Dijiste viaje? —interrogo.
—En dos días volaremos a Rusia, esperamos que te mejores para partir y recomendé al señor Ivanov que te dieran ese tiempo para que te recuperes, —anuncia, supongo se refiere al que me compro, no hago más preguntas—. Te subirán algo de comer y ropa, recuerda no experimentar emociones fuertes y estar calmada, —pide para marcharse dejándome sola.
No pasa mucho tiempo para que entre el mismo sujeto que me recibió después de bajar del escenario. En su mano derecha lleva una charola y en la otra una bolsa, camina hasta el sofá donde deposita lo último mencionado y deja la primera en los pies de la cama.
Puedo vislumbrar en su rostro una cicatriz desde su oreja hasta su mandíbula, no habla y solo se retira, gateo con cuidado hasta la charola para abrirla encontrando pan tostado, mermelada, huevos y cokey, mi estómago gruñe y como todo en cuestión de minutos para luego beber el jugo de naranja, me siento satisfecha.
Trato de aclarar mi mente y no puedo evitar llorar al recordar su rostro, y ese pavimento lleno de su sangre, Donovan, no tengo con quien contar, ni veo una salida de todo esto, pero prometo que lucharé porque nuestro hijo llegue a este mundo y este a mi lado todo el tiempo, no permitiré que me alejen de él.
(…)
Los dos días pasan y no volví a ver al señor Ivanov, ni quiero verlo. En el avión privado solo nos fuimos la doctora Mía y el sujeto raro, pero me pareció ver una muestra de afecto de este con la mujer de cabello rojizo, supongo son parejas. No evite dormirme durante el vuelo hasta que aterrizamos, me despertó ella con una sonrisa.
Después del recorrido, me dejo en una habitación de invitados, me solicito que me recueste y que no piense mucho porque la preocupación y tristeza pueden afectar mi feto, suspiro, es algo difícil de hacer y más sabiendo que el padre de mi hijo está muerto.
Desconocido
—Recuerda el protocolo, —comento mirándolos.
—Sonar la sirena y dañar su entrega, no intervenimos, —anuncia, asiento.
Observo desde la torre abandonada por la mira del rifle, espero no entiendo por qué el jefe quiere que este intercambio sea dañado, pero sus órdenes son clara y algún fin deben tener.
—El carro se acerca, —anuncian por la radio, suspiro.
—Manténgase alerta, no intervengan y no se dejen ver, —responden con un sí señor y me concentro en observar la escena, no puedo creer que sean tan descuidados de hacer esto en un campo tan abierto, pero cada persona acaba con vida a su modo—. Enciendan las sirenas, —ordeno cuando el dinero ya está en mano del sujeto, sonrío al ver como se alteran, pero de esa misma manera mi sonrisa se esfuma cuando disparan al hombre—. Mierda, —susurro al verlo caer.
La chica corre hasta este y se ve que está en shock. Observo como colocan el pañuelo en su nariz y se la llevan dejando el dinero, me bajo de la torre.
—Señor ¿Qué hacemos?—escucho que preguntan por la radio.
—Traigan la camioneta, —solicito, me arrodillo frente al chico y palpo su pulso, no lo siento y me asusto. Enseguida pongo en práctica la maniobra de RCP, presionando el centro de su esternón—. Vamos chico, —presiona una y otra vez.
Tomó su pulso y lo siento venir, pero es muy débil.
La camioneta se estaciona y me entregan un botiquín, necesito darle los primeros auxilios o de lo contrario no llegará con vida. Me encargo de colocar vendaje en su herida de bala y otro en su cabeza, ya que parece que se ha golpeado con el capo del auto por el impacto del tiro.
—Jefe, pero no debemos intervenir, —me recuerdan.
—Sé porque lo hago, —termino de cubrir para detener el sangrado—. Solicita que lleven un doctor a la casa de seguridad, no podemos dejar que muera o nuestras cabezas estarán agujereadas, —anuncio—. Y tu chico, no te mueras.
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