El santo millonario romance Capítulo 62

Dayana Berlusconi

Estoy para frente a su puerta, sujeto el pomo e inhalo profundo para abrir e ingresar a la habitación, me quedo para observando los alrededores y sus pesados pasos dirigiéndose hasta mí me hacen girar mi rostro hacia el lugar de procedencia. Su camisa se encuentra desabotonada y en su boca descansa un habano, me observa con ceño fruncido y quita el tabaco de sus labios para expulsar el humo.

—¿Qué haces aquí? —interroga.

—Dijiste que después de mi segundo mes de embarazo…

—Sé lo que dije, pero no te he llamado, —suelta. —Deberías estar con tu mocoso, —frunzo mi ceño.

—Se llama Dylan, —hace un ademán restándole importancia.

—No me interesa en lo más mínimo, pero ya que estas aquí necesito que me des un masaje, —solicita, suspiro y asiento.

Seguiré el consejo de Mía de no negarme a nada de lo que solicite.

Este se termina de quitar la camisa y se cuesta boca abajo en el sofá, me da instrucciones de dónde encontrar una loción y luego me solicita que me siente en sus glúteos.

»Concéntrate en los hombros y en el medio de los omoplatos, —hago una leve presión en esos lugares después de colocar la loción que es fría y con un fuerte olor a menta, suspira—. Bien, no te detengas.

Masajeo sus hombros, y el silencio reina en la habitación después de varios minutos. Su respiración es lenta y tengo la sospecha de que se ha quedado dormido, bajo de sus glúteos y observo su rostro comprobando mi teoría, suspiro, no tengo idea de que hacer.

—Sergey, —lo llamo hasta que abre sus ojos cafés, suspira y se sienta.

—¿Y ahora qué quieres?

—¿Puedo irme? —interrogo.

—Debiste hacerlo cuando estuve dormido, —niega—. Ahora, sígueme, —camina hacia el baño y termina de desnudarse, se gira a mirarme—. Mira Dayana, no te voy a tocar, no soy un hombre que viola mujeres, pero cuando te pida que vengas a que te folle debes cumplir, ya que sabes que pasara después si no haces tú parte, —anuncia, se acerca a mí y pasa su mano por mi cintura para pegarme a su cuerpo. —Dylan no querrá estar lejos de su madre, supongo y tú no quieres perder a tu hijo, —susurra.

—Por eso estoy aquí, —asiente.

—Pero tienes miedo, —chasquea su lengua. —No tienes por qué tenerme miedo…

—Me amenazaste con quitarme a mi hijo, —le recuerdo.

—Todos aquí tienen algo que perder, pero tú debes cumplir tu parte y podrás conservar tu criatura, —suelta.

—¿Qué quieres? —cuestiono derrotada, sonríe y baja su rostro hasta mi oreja.

—Desnúdate, —pide, con nervios hago lo que solicita y este se aleja varios centímetros para recorrer mi cuerpo desnudo con su mirada, camina hasta la tina y entra en ella—. Colócate aquí, y hazlo de espalda a mí.

Me coloco en medio de sus piernas y siento su dureza en mi espalda baja, me obliga a recostar mi espalda de su pecho, se queda así por un rato hasta que siento su mano posarse en mi vientre, me tenso.

»Debes estar calmada, —susurra en mi oreja, su mano sigue bajando hasta colarse en mi centro, separa mis labios y su dedo pulgar frota mi clítoris—. Sabes, no tengo mucha paciencia con las personas y soy un hombre que siempre toma lo que desea, ya sea por las buenas o por las malas y espero realmente Dayana que tú seas por buenos términos, —besa mi cuello y dos dedos me penetras—Se siente exquisito e imaginar mi polla dentro de tu sexo es doloroso, —murmura.

No respondo a nada de lo que dice. Quiero que esto ya termine de una vez por toda porque su toque está provocando que mi cuerpo reaccione y no quiero que eso suceda, maldición, me niego rotundamente a excitarme.

»Te resistes Dayana, pero sé que pedirás a grito que te folle, —muerde mi hombro y antes de que llegue al orgasmo sus dedos salen—. Puedes irte, —anuncia, me giro a mirar su rostro donde carece de expresión, pero puedo vislumbrar mucha picardía en sus ojos. No pretendo decir nada y salgo del agua, tomó una toalla y recojo la ropa. —Deja las bragas, —ordena y lo hago para salir de ese lugar, camino hasta la habitación y me asusto porque Dylan no está, pero recuerdo que Mía lo tiene.

Sergey es un maldito, me pongo un pijama y salgo de la habitación para buscar a mi hijo, no me siento bien y por extraño que parezca estoy frustrada, ese hombre me pone los nervios de punta con su manera de comportarse.

—Mía, —la llamo y sale, me observa.

—¿Estás bien? —asiento, no quiero dar muchos detalles.

—Vine por Dylan, —entramos a su habitación y allí esta su esposo haciéndole mimos a mi hijo, ese hombre que me llevo al jeep el día de la subasta.

—Son buenos amigos, —comenta Mía, este me mira y su sonrisa se borra, carga a Dylan, camina hasta mí y me lo entrega, pero no me pasa desapercibido que parece observar si tengo algo diferente.

—Gracias por cuidarlo.

—Siempre puedes traerlo.

Agradezco nuevamente y me voy a la habitación, me acuesto con mi pequeño y lo amamanto, suspiro.

—Dylan, eres todo para mí y haré todo para que sigas conmigo, sé que Donovan haría lo mismo.

Sergey Ivanov

Huelo su braga mientras me masturbo, nunca pensé hacer algo como esto, pero tocar su coño y sentir la suavidad de este me ha excitado demasiado, no sé cuanto más a voy poder seguir con este juego.

Muerdo mi labio inferior al momento en que mi semen sale, jadeo y apoyo mi cabeza en el borde de la bañera, Dayana espero valga la pena la espera, ya que no soy un hombre se rinde tan fácil. Su rostro al decirle mocoso a su hijo fue épico y sé perfectamente cómo se llama el chiquillo y hasta contrate un investigador privado para saber sobre la vida de esa mujer por ahora la única información es que su apellido es Berlusconi.

El investigador me dijo que tiene mucha información, pero que debe armar un informe antes de enviármelo, espero que pronto esté en mis manos para saber más de ella.

Después de varios minutos pensando bobada salgo de la bañera, camino hasta una toalla y me envuelvo en ella, camino hasta el closet y la braga la guardo en un cajón junto a otras que suelo conservar. Elijo un traje negro, me visto y coloco perfume, no soy de quedarme la noche completa en casa y por lo tanto me iré a uno de los clubes que tenemos, beberé y luego follaré hasta el otro día, pero está el punto en el que mi padre se enciende y quiere agarrarme de las bolas como en este momento.

—No entiendo tu obsesión de salir, Sergey —reprende—. Estoy cansado de decirte que es peligroso que te exponga tanto en ese club, no me agrada la idea, —suspiro.

—Necesito relajarme, beber, follar…

—Te compré una mujer para que folles y tienes una licorería en tu habitación, —evito rodar los ojos.

—Esa mujer no la quiero para solo follar, —sus cejas se arquean.

—¿Qué dices? —interroga.

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