El santo millonario romance Capítulo 65

Dayana Berlusconi

La noche llega con bastante lentitud lo que me pone nerviosa, Dylan está con Mía, suspiro y observo mi reflejo en el espejo. De nuevo una bata de seda cubre una lencería negra que llevo puesta. Entrelazo mis dedos y me doy fuerza para salir de la habitación, recorro el pasillo hasta llegar a la puerta de la de Sergey.

Recuerdo sus palabras anunciando que no debo tocar, ya que me estará esperando. Tomó el pomo de la puerta y abro para ingresar a la habitación, Sergey está sobre la cama solo con uno bóxer negro, eleva su mirada mientras recorre mi cuerpo hasta llegar a mis ojos, nos quedamos en silencio y estira su mano, camino hasta tomarla y me hace recostarme.

—Recuerda que es por voluntad, —anuncia.

—Lo es, —me limito a responder, Sergey asiente su mano me quita la bata para luego subir sobre mi cuerpo. Nuestras miradas se conectan, su rostro desciende hasta el mío y siento sus labios posarse en los míos.

Sus labios se mueven despacio esperando una respuesta de mi parte, muerde el inferior y abro mi boca recibiendo su lengua, cierro mis ojos y le sigo el beso que poco a poco sube de tono, jadeo cuando presiona su dureza contra mi centro, se remueve creando una fricción entre nosotros.

Sergey deja mis labios para llevarlo hasta mi sostén los cuales retira dejando mis pechos descubiertos, lo detengo antes de que su boca lo toque, me observa confundido.

»Dylan todavía es dueño de ellos, —hace una mueca y asiente.

—Mocoso, —suelta con una sonrisa para dejar beso por mi vientre hasta llegar a mi braga las cuales desliza por mis piernas, me sorprende cuando la lleva a su nariz oliéndola con fuerza. —Amo tu olor, me hace la boca agua probar tu sabor, —no tarda mucho para separar mis piernas y colocarla en sus hombros, separa con sus dedos mis pliegues para deslizar su lengua por todo mi sexo.

Gimo, no puedo evitarlo, me siento sensible y soy una mujer que siempre ha sido activa sexualmente, él no está y debo resignarme a esta vida, no puedo perder a Dylan y aunque no nunca ame a Sergey deberé complacerlo.

La vida me trajo aquí y me quito todo lo que ame, pero supongo Dylan es mi regalo, mi fuerza para continuar y convertirme en la mujer del mafioso. Su lengua me penetra mientras que su pulgar frota mi clítoris, me remuevo ante la sensación de que mi orgasmo no tarda en llegar.

El mafioso parece notarlo porque intercambia su lengua por dos de sus dedos que curva hacia arriba para tocar mi punto G, jadeo y no puedo evitar correrme en su boca, lame mi sexo y lo escucho gemir al probar mi sabor.

—Ah, —gimo.

—Eres exquisita, —anuncia con sus ojos y labios brillosos, retira su bóxer dejando libre su dureza, Sergey es grande y una pequeña capa de vello púbico cubre su pubis, se recuesta sobre mi cuerpo y se coloca en mi entrada. —Espero estés lista preciosa, —me penetra con rudeza, jadeo y me abrazo a su cuerpo—. Mierda, —sisea con su boca abierta.

Se mueve lento y luego aumenta sus embestidas por varios minutos, no hay beso de por medio, ya que su cabeza se oculta en el hueco de mi cuello, Sergey se mueve con rudeza y encaja su diente en mi hombro cuando se corre en mi interior. Por un momento pensé que todo terminaría hasta que sale y me gira, me hace levantar mi trasero, me embiste de nuevo, jadeo y encajo mis dientes en la almohada.

Lo escucho gemir y maldecir en ruso, su cadera choca contra mi trasero una y otra vez, su mano se posa en mi cabello y aprieta allí, pero sin llegar a lastimarme, me contraigo y termino llegando a mi orgasmo de nuevo. Mi cuerpo reacciona a sus embestidas, es sexo y uno bastante crudo, Sergey estampa su palma contra mi glúteo izquierdo.

—Ah… —solo gimo, no gemiré su nombre, es un gusto que no tendrá.

—Joder, nena, —empuja y se queda enterrado liberando su semen en mi interior, suspira y se mueve lento. —¿Cansada? —cuestiona.

—Sí, —susurro.

—Qué lástima, te traigo muchas ganas y no te dejaré dormir, —anuncia, se retira de mi interior para recostarse a mi lado—. Pero puedes descansar varios minutos, —murmura, cierro mis ojos y me quedo dormida, supongo que por varias horas.

Desperté porque el intenso de Sergey me estaba acariciando, toma mi pierna y la sube en su cadera para luego embestirme, gimo y su mano me aprieta contra su cuerpo. Mi sexo arde, creo que su brutalidad me ha rasgado, jadeo en mi oreja y me quejo cuando sus dedos frotan mi clítoris, no quiero correrme.

—Por favor, detente, —suplico, sollozo por el dolor, se detiene.

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