Encuéntrame romance Capítulo 24

Con una tasa de café recién hecho, sentado fuera de su casa, en aquella silla donde sus pensamientos se perdían mientras divisaba el horizonte montañoso, Xavier aspiró profundamente después de marcar el número de su madre y colocar el auricular en su oreja.

Tenía cientos de mensajes de Eliana, y estaba seguro de que esa mujer estaría en Durango en las próximas horas si él seguía desviándole las llamadas.

Los tonos se acentuaron en su audición y pensaba al mismo tiempo con los ojos cerrados que, ella solo se limitaría a preguntar por las cosas básicas de su vida.

—¿Xavier? —fue la pregunta que llegó cuando Eliana tomó la llamada.

—Madre…

—¡Dios del cielo! ¿Por qué tienes que siempre tenerme en un hilo de la existencia? —resopló irritándose, pero decidió ir por lo bajo con ella.

—¿Cómo estás? ¿Cómo está mi hermana? —preguntó bajo.

—Estamos bien, sabes que si… ¿Mamá es Xavier? ¡Pásamelo por favor! —escuchó que su hermana interrumpía haciendo una pregunta en el fondo, y de alguna manera una sonrisa se dibujó en su rostro—. ¿Cuándo podrás venir a visitarnos? —preguntó Eliana ignorando a su hija y su intromisión.

—Estoy muy ocupado, hay demasiado trabajo aquí —respondió de manera casual, pero sabía que eso no era suficiente para que su madre se apaciguara.

—Cuando Elisa finalice el semestre, iremos entonces… podemos ir cualquier fin de semana madre, no tenemos que esperar que termine el semestre —Xavier no sabía si reír o molestarse, Elisa siempre era así, entrometida en sus conversaciones, pero le agradaba su carácter.

—No deben venir, no podré atenderlas —sentenció sabiendo que ambas lo escuchaban.

—No importa, no queremos que nos atiendas —esta vez solo habló su hermana—. Queremos verte, te extrañamos mucho.

El contenido de sus palabras borró su sonrisa y un nudo se ubicó en su garganta. No era que no las extrañara, él anhelaba verlas de forma desesperada, ellas eran lo poco que quedaba de una familia, pero sabía qué conllevaba el que ellas volvieran a su vida.

No quería preguntas, suposiciones, ni siquiera quería ver el rostro lastimero de su madre o la compasión de Elisa, eso simplemente le hacía sentir más rabia, más enojo con él mismo y desprecio por su propia vida.

Estaba harto de todo eso, y no iba a aceptarlo de nuevo.

—Escuchen ustedes dos, iré cuando tenga la oportunidad, ¿de acuerdo?

—¿Cuándo será eso? Dinos fechas… —refutó Eliana sin dejarse envolver nuevamente, esta vez ya tenían 8 meses sin verlo, y para una madre, eso era demasiado.

Xavier hizo silencio pensando qué les diría esta vez, pero en ese silencio pudo escuchar como su nombre fue gesticulado por alguien más detrás de él que hizo que su cuerpo se tensionara.

—Xavier…

Volteó y observó en como Ana estaba vestida como si ya estuviese por irse, mirándolo nerviosa. Se veía un poco extraña, respecto a su semblante un tanto pálido. Pero relativo a todo lo demás ella estaba perfecta. Tenía los labios un poco hinchados y su blusa de tiras le permitía ver algunas marcas no tan notables en su cuello. Pero él las recordaba por supuesto.

Se estremeció solo de conmemorar toda su noche y corrió toda su mirada al resto de su cuerpo.

—¿Quién habló allí?, ¿hay una mujer en tu casa a esta hora?, ¿Quién es ella?, ¿tienes novia? —todas las preguntas de su madre y su hermana al mismo tiempo, le hicieron reaccionar a la realidad.

Pasó un trago complicado y apretó su móvil en sus manos diciéndole a Ana con la mano que le esperara un segundo.

—No es nadie —dijo aclarando su voz y dio unos pasos más hacia el jardín—. Clara anda por aquí…

Debía mentir por supuesto. Nadie tenía porque enterarse de la existencia de Anaelise en su vida. Y menos su familia.

—Esa no es Clara. Conocemos la voz de Clara. ¿Cuándo nos presentarás a tu novia?, si está ahí a las 8 de la mañana y en tu casa, debe ser alguien importante.

—Esta conversación se terminó aquí, después no peleen conmigo, les envío un abrazo a ambas…

—¡Escucha!, ¡espera! —Xavier frenó sus ganas de colgar.

—¿Qué pasa? —preguntó apurado.

—Te amamos hermano, mi madre y yo te amamos y te extrañamos, y deseo con toda mi alma abrazarte.

—También lo hago…

Finalizó la llamada un poco inquieto, las palabras de su hermana siempre rompían su corazón.

Obvió su conmoción y se fue directamente hacia el lugar de Anaelise, puso la mano en su mejilla y tomó sus labios enseguida.

Ana se agarró de sus brazos, la invasión de su beso era urgente y sin espera. Y aunque ella estaba lo suficientemente confundida, nerviosa y ansiosa, ese gesto comenzó a disipar todas las preocupaciones y dudas que querían explotar su cabeza.

Abrió la boca y se dejó invadir por la lengua de Cox dentro de ella. Sus roces eran exquisitos, juntos con la forma en que él hacia las cosas.

Tomaba sus mejillas, comía sus labios como si estos fueran lo más preciado, su respiración chocaba y como punto principal, él movía su cuerpo siempre haciendo fricción con el de ella. Entonces sus propias manos posaron sobre las del, y Cox se apartó en seguida.

—¿Tienes frío? —preguntó por qué sus manos estaban heladas. Todo producto del nerviosismo por el que pasó, aún podía ver las iniciales de las letras en ese anillo, aún recordaba que su preocupación aumentaba en desmedida por el pasado de este hombre.

«Pero… ¿Qué podía decirle a él? No podía hurgar en su pasado y sentarse allí esperando que le confesara de qué se trataba todo esto, él jamás lo haría, y menos con ella». Si quería saber qué era todo esto, simplemente debía averiguarlo por otro lado, y eso sabiendo que no podía levantar sospechas porque este hombre no toleraría algo así.

Negó varias veces en su respuesta y dijo lo que primero se le ocurrió.

—Estuve desnuda un tiempo en tu habitación, de pie frente a la ventana —la sonrisa de Xavier se deslizó, pero luego recordó que debía apresurarse.

Carla le había dejado en mensaje desde anoche, que reviso esta mañana después de la sorpresa que se llevó por ser tan entrometida, la había preocupado un poco parecía urgente, y eso junto con la tal “sorpresa” quitó toda la paz que alcanzó durante todo este tiempo con Xavier.

—Yo puedo hacer algo para eso, Ana —dijo colocando sus manos en su cintura, y aunque Ana quería quedarse todo el tiempo con él, esta vez era necesario saber qué pasó en casa.

—Xavier —explicó quitando su cara cuando él iba a besarla—. Debo irme, creo que… mi, mi padre tuvo una complicación, no es que me importe demasiado, pero yo debo estar para todas las cosas del seguro… Y…

—Sí, por supuesto, lo entiendo ¿Qué le pasó?

—Carla no me especifica nada, solo dice que lo han llevado al hospital…

—Podemos ir y… —Ana lo frenó.

—Sabes que no podemos salir juntos, menos en el hospital, esto ha pasado muchas veces antes, no es nada complicado, ¿de acuerdo? Yo… te avisaré cualquier cosa.

—Llamaré un auto para ti, espera un momento —dijo Xavier despegándose de ella y por fin Ana pudo soltar el aire.

Vio como tomó su teléfono e hizo la llamada solicitando un servicio para su dirección.

Ajustó su bolso en el hombro y se preparó para la despedida.

—Gracias… —ella fue la primera en hablar mientras él pasó su pulgar por la mejilla.

—No dudes en llamarme, o escribirme —indicó Cox mientras Ana asentía—. Y, Anaelise —le retuvo de la mano cuando ella quiso salir—. Nunca más me des las gracias por nada, no te estoy haciendo un favor…

Tomó su cuello de forma imprevista y la besó con ansiedad que dejó sin aliento a Ana para luego sentir que este tiempo, alejada de ese hombre, iba a ser desastroso para ella.

Caminó sin ver hacia atrás y se despidió con la mano mientras Xavier la miraba completamente serio como si se hubiese hundido en sus propios pensamientos. Cerró la puerta de la casa de Cox, y no tuvo que esperar mucho para que ese auto estuviera recogiéndola.

*

Entrando al hospital no fue difícil conseguir la dirección que Carla le envió. Este procedimiento era normal teniendo a un padre cuadripléjico. Entró a la sala que le indicaron y luego vio salir a Carla de una habitación.

—Ana…

—¿Qué pasó? —preguntó llegando hacia ella.

—Tu padre está teniendo una deficiencia cardiaca, te lo dije, no está alimentándose bien, es como si quisiera dejarse morir. Sus pulsaciones son muy lentas, y la piel está haciendo escaras en muchos lugares. Los antibióticos no están haciendo efecto.

Ana tomó una respiración profunda. No podía sentir nada cuando escuchaba esas palabras, ni preocupación ni dolor venían hacia ella, y era frustrante ser tan plana en estos momentos, porque el resto de gente era a ella a quien miraban mal y juzgaban. Siempre la catalogaron una persona sin corazón por no apiadarse de su propio padre.

Pero no iba a explicarle al resto del mundo que el monstruo era ese ser que literalmente agonizaba porque su vida acabara.

—¿Qué dicen los médicos? —inquirió neutra.

—Te he llamado porque deben cambiar los antibióticos, aparte, debes firmar los papales del seguro… ¿Crees que puedas hablar con él? Prácticamente está negado a recibir, aunque sea una gota de agua, se matará solo en unos días.

No iba a hablar con él para suplicarle por su vida por nada del mundo, pero eso no tenía por qué saberlo nadie. Ella asintió hacia Carla y la mujer pareció tener cierto alivio. De hecho, estaba un poco impresionada porque Anaelise accediera a lo que nunca hacía.

Le mostró la habitación, abrió la puerta y dejó que ella entrara sola.

La habitación relucía por todas partes hasta que caminando se detuvo frente a esa camilla, en donde estaba su padre. Su condición era deplorable, y Carla tenía razón.

Ese hombre se estaba dejando morir lentamente. Su rostro era gris con enormes ojeras moradas, su apariencia gritaba por donde se viera que deseaba descansar.

«¿Pero descansaría después de su muerte?», se preguntó Ana resentida.

No pasó un segundo después de su entrada cuando el hombre, aquel que alguna vez fue Edward Becher, un ingeniero reconocido, la miro detrás de huesos y piel.

—Quiero irme, Ana —pronunció jadeante, como si hubiese recorrido kilómetros.

Ella solo lo observó con un rostro estoico y carente de cualquier sentido.

—Estarás mejor sin mí, sin esta carga, deja que me vaya… —volvió a pedir su padre en súplica.

—No es mi decisión —esta vez su respuesta lo dejó sin aire—. El que te vayas o te quedes, no es mi decisión… sin embargo, no me importa lo que pase contigo.

Ana vio como una especie de lágrimas bajaron por el rostro del hombre y ella se agitó enseguida.

—Me perdí, no pude llevar la muerte de tu madre… ese fue el fin para mí…

—No me importa nada de lo que tengas que decir —Ana lo frenó—. No soy nadie aquí para que expreses tus sentimientos, tú no me importas…

—Soy tu padre… a pesar de todo —refutó el hombre más agitado que nunca.

Pero esta vez una sonrisa cínica se deslizó en el rostro de Ana.

—Usted no es mi padre, señor, mi padre murió el mismo día que mi madre. Ellos murieron para mí hace muchos años, usted es solo un hombre miserable que se instaló en esa casa y dejó que volvieran mierda mi vida, mirando todo el tiempo, dejando que todo pasara… así que jamás vuelva a decir que usted es algo mío. Si necesita un permiso para irse de mi parte, puede morirse hoy si así desea.

Los pies de Ana comenzaron a caminar saliendo de aquella habitación. El pecho le quemaba lentamente y todo su pasado se aglomeró en su cabeza. Un sudor frío recorrió su piel mientras el cuerpo le pesaba.

Sus labios comenzaron a temblar y su garganta se apretó, «¿Por qué había entrado? ¿Por qué trajo todo esto a su vida nuevamente?»

No supo a donde caminó, pero llegó a un rincón del hospital mientras se dejó caer en una silla.

Sintió miedo, y una sensación desagradable que comenzó a invadir su sistema junto a todas esas ganas de llorar que la invadieron.

Un sollozo escapó de sus labios y por un momento se encontró nuevamente en esa habitación con los ojos de su padre en ella, justo cuando había entrado para corroborar que eran sus gritos y el hombre que trataba de callarla para que ella no gritara.

Vio como esa puerta se abrió en un pasado, y la presencia de su padre le creo un alivio enorme, pensando que él podría ayudarla y que ese sería el fin de su tragedia.

Pero su corazón se rompió en mil pedazos cuando Edward Becher evidenció el principio de su violación, bajó la cabeza y continuo su trayecto, mientras veía el horrible rostro de su oscuridad sonriendo de manera espeluznante para ella.

“Le gusta vernos, la verdad eso también es excitante para tu padre…”

Quería arrancarse la piel nuevamente, agarró sus rodillas y las unió a ella queriendo gritar y quitarse la sensación de ese recuerdo.

—Ana —el toque de una mano sobre su hombro casi la hace caer de aquella silla, mientras abría los ojos parpadeando varias veces…

«Estaba en el hospital no en esa habitación, su pesadilla no era real, necesitaba acompasar su respiración, mientras levantaba la cabeza y veía quien estaba de pie frente a ella…»

Su frente se arrugó.

—¿Qué haces aquí?

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