Enséñame el placer romance Capítulo 11

Narra Amelia.

Mi padre me anunció que estaría fuera del país durante una semana por asuntos de negocios. Me pidió que tuviéramos una salida al cine padre-hija antes de su viaje. Esto lo hacíamos en algunas ocasiones. Hubo un golpe en mi puerta y al instante supe que era él por el toque. Dio golpes dobles tres veces. Estaba en mitad de leer un artículo de una revista sobre un nuevo pintauñas mate.

—Entra —grité.

Papá abrió la puerta con una pequeña sonrisa. Estaba vestido con ropa casual. Pasó una mano por la cima de su oscuro y ondulado cabello, dando un paso dentro y mirando alrededor, como si no hubiera visto mi habitación en un tiempo. Ahora que lo pensaba, tal vez había pasado un tiempo desde la última vez que entró aquí. No le gustaba invadir mi privacidad. Fuera de mi habitación, sin embargo, no había tal cosa como privacidad. Había perdido la cuenta de cuántas veces papá me había preguntado burlonamente a quién le enviaba mensajes cada vez que estábamos alrededor del otro.

— Perdon por el retraso, estaba terminando unos detalles para el viaje de mañana ¿ estas lista?—dijo.

—Si papá—respondí dejando la revista a un lado.

—Bueno, bien. Vamos a ver una película entonces—mencionó. Salimos de la habitación y de la casa rumbo al cine.

 

Papá me  llevaba al mismo cine al que siempre íbamos con mi madre cuando era pequeña. Ordenamos un recipiente grande  de palomitas con extra de  mantequilla y un paquete grande de M&M. Íbamos a ver alguna película de acción. Mientras lo hacíamos, me di cuenta que extrañaba estos momentos, pasar tiempo con papá a solas, hacerle bromas y dejarle hacerme lo mismo.

Pensar en Daniel hundió mi humor al instante. Su mejor amigo era todo en lo que podía pensar, y ni siquiera lo sabía. Mi padre tenía sus problemas, sí, pero en general era una gran persona y no merecía traición o secretos. Después de la película, fuimos por algo de  helado. Pedí el de sabor a chocolate, le agregue chispas y otros dulces. Cuando me senté, papá miró mi dulce brebaje y arrugó su nariz.

—¿Qué? —pregunte, me reí, empezando a comer—. No lo odies. Solo estás celoso porque el mío tiene más sabor que el tuyo.  ¿Quién  viene  a  un  lugar como este y solo pide un helado de vainilla? Tan simple—bromeé.

—Sí, sí, lo que sea—dijo. Su risa retumbó  profundamente. Esa realmente le encantó—. No me sorprenderá si empiezas a quejarte sobre cuánto te duele el estómago más tarde —mencionó—. Oh, eso me recuerda a cuando tenías siete y fuimos al sitio de autoservicio de helado para tu cumpleaños. Dejé que comieras lo que quisieras. Le echaste de todo. Gusanos de golosina, chocolate, trozos de galleta, caramelo, más chocolate… ¡todo! Tu madre enloqueció—dijo.

Estallé en risas.

—Oh, ahora que lo dices, creo que recuerdo eso—respondí.

—Sí. Pero le dije a tu madre que estaba bien, que era tu cumpleaños y podías tener lo que quisieras—mencionó. Asentí—.Resultó que no estabas bien. Llegaste a casa, saltaste por todo el lugar porque estabas llena de azúcar, y luego vomitaste por toda tu cama. Fue un desastre.

—Oh, Dios —gemí, haciendo una mueca.

—Tu madre me regañó. Sabes cómo era—río, después de dar un bocado—. Pero fue genial. Le dije que me encargaría, así que eché tus sábanas a la lavadora, te ayudé a entrar en la ducha y luego te llevé a la cueva para que pudiéramos ver tus películas favoritas de princesas.

—¿En serio? —sonreí, bajando la mirada.

—Sí. Recuerdo ese día tan bien porque fue la primera vez que me pediste cuidar de ti. Antes de eso, siempre le pedías ayuda a tu madre con cosas como esa, pero cuando me lo pediste, me enorgulleció, ¿sabes? Me sentí como un verdadero padre en ese momento. Y sostenerte en mis brazos mientras veíamos esas cursis películas de chicas fue la cereza del pastel. No cambiaría ese momento por nada en el mundo—comentó.

—Vaya, papá—dije esta asombrada—. Eso fue muy dulce de tu parte.

Esbozó una amplia sonrisa mientras yo continuaba riendo. Me encantaba ver a papá así. Sonriendo. Feliz. Juguetón. Esos momentos despreocupados hacían que mi corazón latiera con regocijo. Extendió la mano a través de la mesa y frotó la parte superior de mi antebrazo.

—Solo quiero que sepas que siempre estoy aquí para ti. No importa si estás justo arriba o a miles de kilómetros. Si alguna vez necesitas algo, estoy aquí para ti, ¿entendido?

Asentí.

—Mataría por ti, Amelia, y lo digo en serio. Eres mi pequeña y nadie jode con mi pequeña. Nadie—mencionó  y sonrió. No pude evitar el fuerte latido de mi corazón. Era como si la culpa se hubiera escapado de las más oscuras esquinas de mi  cuerpo  y  estuviera extendiéndose por mi sangre como veneno, paralizando mi corazón. Miré a los devotos ojos de mi padre y me odié. ¿Cómo podía hacerle esto? Amaba a Daniel, sí, pero quería a mi padre mucho más. Entonces, ¿por qué era tan malditamente difícil dejarlo?

—Oye, ¿qué pasa? —preguntó, sus ojos serios ahora—. No dije nada de eso para hacerte sentir mal. Solo quiero que sepas que te quiero, y siempre estoy aquí para ti.

—Lo sé, papá. Confía en mí, nunca lo olvidaré—dije. Dejé caer mis manos y retorcí mis dedos en mi regazo, parpadeando para reprimir las lágrimas.

—Bien. —aborotó mi cabello, luego acarició mi mejilla con sus nudillos—. Vamos, salgamos de aquí—agregó.

Durante el camino, la ansiedad cursó a través de mí. Era poderosa. Me sentía horrible y, honestamente, enferma del estómago. Deseé en ese momento ser todavía una niña inocente de siete años con el estómago débil. Deseé poder eliminar los recuerdos que tenía con Daniel. Deseé que realmente no fuese nada más que el amigo de mi padre. ¿Por qué tenía que desearlo tan desesperadamente? ¿Por qué él tenía que desearme tanto? ¿Por qué era todo esto tan jodidamente complicado? Ni siquiera había ido a la universidad todavía, pero se sentía como si la vida ya me hubiera preparado para fallar. No podía manejar la culpa. Estaba literalmente comiéndome viva, hasta el punto en que mi estómago empezó  a doler  de verdad.  Le dije  a papá que no me sentía bien cuando llegamos a casa y me dejó descansar, pero eso no ayudó.

Lágrimas calientes cayeron por el puente de mi nariz en su lugar. Mis ojos estaban tensos y en carne viva. La culpa era innegable, dolorosa, ¿y la parte más triste? No iba a dejar de desear a Daniel y amarlo, a pesar de saber que la culpa y las mentiras podrían destruirme.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Enséñame el placer