Enséñame el placer romance Capítulo 38

Narra Amelia

Daniel pidió servicio de habitación para el almuerzo. Había una razón por la que había tardado tanto en encontrarme con él en la gasolinera. Lo había contemplado antes de ir. Literalmente paseé por mi dormitorio. Sopesé los pros y los contras repetidamente, y de alguna manera los pros superaron. Sabía que me arrepentiría de no verlo.

Estuvimos holgazaneando en su cama, el perfecto domingo perezoso. Había respondido algunas llamadas de negocios, pero no me importaba. Estaba feliz de estar cerca de él. Mientras yo esperando que apareciera un correo electrónico para decirme los horarios de los exámenes finales del semestres luego vendría un periodo de vacaciones antes de iniciar con el segundo. La televisión estaba encendida, en ese momento. Una noticia sobre una persecución se reflejo, las imagines mostraban el cuerpo censurado del delincuente que estaba huyendo de la policía. A la par se reflejaba una fotografía del ahora fallecido. Daniel terminó la llamada y se acercó a la televisión, se veía impactado con la noticia

—¿Qué pasa? ¿ lo conoces?—pregunte.

—Si —dijo sentando en el borde la cama—. Es mi padre—murmuró.

Eso no me lo esperaba. La noticia decía que la policia se vio obligada a disparar cuando él no quiso detenerse después de perseguirlo, luego de haberse fugado de la cárcel estuvo vendiendo drogas y fue así que la policía lo encontró.

—¿Estas bien?—pregunte.

Él asintió con la cabeza.

—A decir verdad. No me esperaba esto. Pensé que su silencio después de haber enviado las fotografías era por otros motivos, pero veo que estaba en otros asuntos. Por un aparte me alegro que no haya hecho nada mas—dijo viéndome—. Temía por tu seguridad no quería que él atentara contra ti para lastimarme. Cuando era pequeño me hizo la vida imposible–agregó—. Ya es hora de contarte como fue mi niñez—agregó.

Él suspiró y sostuvo mis ojos por una fracción de segundo. Se puso de pie y caminó hacia la cama. Cuando se detuvo a mi lado, miró hacia abajo con ojos cálidos. Me contó como era su padre, lo que sufrió su madre y el futuro que tuvo con las drogas al igual que su hermana. Daniel también me contó que él trabajó para un jefe de un cartel y con ese dinero sucio comenzó con su empresa. A pesar de haber dejado ese mundo, se sentía a veces mal por haber hecho trabajos sucios para ese hombre. No entro en detalles sobre dichos trabajos, pero me imaginaba de que se trataba.

—No soy un santo Amelia mi pasado no fue el mejor. Comprendería si tu ya no quieres estar conmigo —dijo en un susurro.

—No me importa lo que hayas hecho, tu pasado es eso. Lo que importa es lo que eres ahora mismo. Y lo que puedes llegar hacer. Amo todo de ti Daniel, y eso incluye tu pasado—dije de todo corazón.

El sonrió al escucharme.

—Yo también te amo. Tienes un gran corazón. Nunca cambies, te amo tal como eres—.¿Sabes? Pensé que tal vez si pasaba un tiempo sin verte, podría desintoxicarme y olvidarme de lo que teníamos. Eso ni siquiera estuvo cerca de suceder. Cada día se sentía más doloroso que el anterior. Pasamos ese tiempo juntos en mi departamento. No pude olvidar lo perfecto que fue, o cómo estuviste ahí para mí, y habrías hecho literalmente cualquier cosa por mí. No pude olvidar tenerte en mis brazos o acariciarte mientras dormías— dijo. Puso una mano a un lado de mi cara y luego usó las yemas de sus dedos para acariciar suavemente la piel detrás de mi oreja—. No pude olvidar tu voz o estos labios rosados y carnosos—continuó, rozando mi boca con el pulgar—.No pude olvidarte.

Lo miré mientras envolvía una mano amorosa alrededor de la parte de atrás de mi cuello. Eché las piernas hacia atrás y me arrodillé en la cama, encontrándome cara a cara con él.

—Yo tampoco pude olvidarte. No importa cuánto lo intente ... no pude. Mi pecho chocó con el suyo—.Te necesito, Daniel—deslicé una mano por su brazo, agarrando un lazo en la parte de atrás de su pantalón

—¿Me necesitas?— gimió.

—Sí.

—Yo también te necesito—respondió.

Dejé caer mi mano, pasando mis dedos por su cremallera. Lo sentí temblar en su pantalón y gimió, mirándome con ojos entrecerrados.

—¿Te dolía el coño mientras pensabas en mí?

—Sí— suspiré.

—¿Con qué frecuencia pensaste en mí?

—Todos los días y todas las noches.

Gimió de nuevo, un sonido gutural satisfecho que hizo que mi piel zumbara y mi cuerpo hormigueara.

—¿Jugaste contigo misma cuando me extrañaste?—la punta de su nariz rozó mi mejilla antes de bajar por la línea de mi mandíbula.

—A veces—admití, y la idea me hizo sonrojar. Solo sucedió en las duchas. Fue la única vez que tuve privacidad y, aun así, tuve que hacerlo en silencio. Pensé en la ducha y en cómo el agua corría por mis pechos y humedecía mis dedos lo suficiente como para deslizar un dedo en mi coño.

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