Enséñame el placer romance Capítulo 40

Narra Amelia

Al día siguiente Daniel llegó, mi padre al verlo lo saludó formalmente, pero sus rostros reflejan tranquilidad y no ira. Ingresaron a la oficina de mi padre, estuvieron ahí por un largo tiempo. Estaba nerviosa ha decir verdad. Después la puerta se abrió y ambos salieron esta vez con una sonrisa como en los viejos tiempos. Mi padre me comunicó que podía irme con Daniel cuando yo quiera, pero que le gustaría pasar unos días padre e hija antes de dar ese paso de adulto y de compromiso. Daniel estaba de acuerdo con la idea de vivir juntos era algo que ambos queríamos, así tendríamos mas tiempo de conocernos mas íntimamente. Mi padre me preguntó si quería seguir estudiando le dije que si, que amaba mi carrera, él pareció aliviado. Me avisó que seguira pagando mis estudios, ya que mi madre me había dejado un fondo universitario, esa había sido su voluntad y debía cumplirse.

—Debo irme, luego hablamos—mencionó Daniel acercándose.

Me dio un beso leve en los labios. Sentí un poco de pena que lo haya hecho frente a mi padre, pero él parecía estar de acuerdo con eso también. Daniel se fui y yo me que con mi padre.

—¿Te parece si vamos al cine?—preguntó. Sonreí ante su idea, era algo que hacíamos siempre. Salimos de la casa rumbo al cine minutos después.

Días después...

Luego de pasar unos días con mi padre estaba lista para para mudarme con Daniel. Mi padre me llevó a su departamento. Me ayudó a bajar las maletas. Me acompaño hasta la puerta. Tocó el timbre y Daniel salió.

—Fabián—saludó Daniel.

—Daniel, cuida a mi hija. Ella es mi vida —dijo mi padre poco después.

—Lo haré te lo prometo–respondió. Le pregunte a Daniel de lo que ambos habían hablado en privado y me dijo que se pidieron perdón y decidieron sanar su amistad.

Era el momento de despedirme de mi padre.

—Si necesitas o pasa algo no dudes en llamarme ¿de acuerdo ?—me dijo con un tono de nostalgia. Tuve que contener mis lagrimas cuando lo abrace—. Te quiero hija.

—Yo también papá—pude responder. Luego nos separamos, él se fue por el pasillo y me sentí triste por dejarlo, pero sabia que él ya no estaba solo. Tenia a Lorena y era feliz. Daniel tomó mis maletas y las ingresó al departamento, yo me dirigí hacia dentro. Él me tomo por la cintura.

—¿Estas bien?—me preguntó.

Éramos nosotros. Después de tanto meses y altibajos, habíamos ganado, y ganar se sentía jodidamente increíble. Daniel quitó su mano de mi garganta y palmeó mis pechos, apretándolos ambos en sus manos, quieto después de una última bomba hacia arriba. Dejó escapar un gemido pesado e intenso, como si hubiera estado aguantando este orgasmo hace tiempo y grité mientras chupaba el hueco de mi cuello, llevándome a la dulce tierra de la euforia.

—Joder, te amo—respiró en mi oído, nuestros cuerpos se hundieron.

Giré mi cabeza, y de alguna manera sus labios encontraron los míos. Nuestras bocas se conectaron y mi coño se apretó alrededor de su polla semidura. Gimió, masajeando mis pechos en sus palmas.

—Te amo más— le susurré.

Ese mismo día, tuvimos sexo de la victoria dos veces más, en dos partes diferentes de la casa. Cada vez fue mejor que la anterior, y al anochecer, estábamos crudos, exhaustos y casi satisfechos. Daniel dijo que el trabajo podía esperar y se acurrucó conmigo en la cama para ver una película. Puede que a muchas personas no les haya parecido mucho, pero para mí lo era todo: él estaba aquí y yo sonreía y no había mejor lugar para estar que en sus brazos.

¿Daniel y yo éramos perfectos? Diablos, no, pero estábamos felices y enamorados, y al final de cada día, sin importar lo difíciles que se pusieran las cosas o lo difícil que pareciera, ser feliz y enamorado era todo lo que me importaba, y solo un tonto lo intentaría. y convénceme de pensar lo contrario.

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