Mía
Veo como pasa los dedos por encima de su incipiente barba, pensando que decir para que ceda y me convierta en mujer florero. Ya lo intentó mi padre en su momento y estudié enfermería.
- Tu familia quiere matarte, no puedes andar por ahí como si nada.
Lo suelta y se queda tan tranquilo. No entiende que sus palabras duelen, que rasgan mi corazón.
- Tu tienes el poder de protegerme... Si quiere claro - Insinúo con malicia - además, has dicho que querías que hiciéramos un trato.
Me mira fijamente sin vacilar. Asiente ligeramente con la cabeza. Espero que sea dándome la razon. Cuando se pone en modo misterioso, como si fuera el mismísimo Lucifer me dan ganas de salir corriendo. Pero no lo voy a hacer, porque eso es lo que le da la fuerza a la gente como Marcus o mi padre.
- Cierto, puedo protegerte... Si quiero hacerlo - Termina con una media sonrisa - Está bien, puedes trabajar.
¡¿Perdón?! ¿En que momento se ha creído que le estaba pidiendo permiso? Su chulería no tiene límites. Abro la boca para gritarle cuatro verdades, pero antes de echarlo todo a perder, decido respirar profundamente y calmarme.
- Tu condición - Exijo enfadada.
Da un paso hasta acercarse a mi. Puedo ver como el negro de sus ojos se fusiona con su pupila, su nariz perfectamente perfilada encarándome con suficiencia, puedo sentir demasiadas cosas que no quiero sentir, así que doy un paso atrás para alejarme de él.
- Te pondrás las inyección y te comportarás. Asístiras a todos los eventos que yo tenga que asistir y serás la mujer más enamorada de la ciudad.
Su condición consiste en tener un perrito faldero detrás de él dejando que se le caiga la baba por donde camina. ¿Se puede ser más infantil?
- Muy bien.
- Muy bien - sentencia igual de enfadado que yo.
Salgo de la cocina en busca de Dante. Está subiendo las escaleras con las últimas bolsas de ropa. Lo espero nerviosa, con los brazos cruzados sobre el pecho. No miro hacia atrás, sé que Marcus me sigue observando para ver qué hago. Lo sabrá en un momento. En cuanto Dante comienza a bajar las escaleras me acerco al primer escalón.
- Dante ¿puedes llevarme al hospital? Tengo que hacer una cosa...
Su mirada se desvía hasta Marcus, y la mía con él. Espera su aprobación. Cabecea de forma imperceptible. Muy bien, ahora que el Rey ha dado el consentimiento me voy ignorándolos por completo.
Espero en el garaje a que Dante elija el coche que quiere conducir. Hay tantos, todo el sótano está lleno de ellos. Todos negros. No se que tienen de peculiar son cacharros de cuatro ruedas negros, si al menos tuviera de más colores podría elegir un color distinto cada día, dependiendo del estado de ánimo de Marcus. Es gracioso, ya que su estado de ánimo es siempre enfadado.
Dante también me ignora, o tal vez ha decidido que soy una cría y pasa de mi realmente. No nos dirigimos la palabra en todo el trayecto al hospital. En cuanto el coche se detiene abro la puerta y me bajo.
Voy hacia la mesa que preside la sala. Una mujer entrada en años con un ajustado moño me sonríe. Necesitaba ver una cara simpática entre tanto macho enfadado con el mundo.
Media hora después estoy de vuelta en el piso de Marcus. Me duele todo el cuerpo y estoy muy cansada, tal vez no debería haberme hecho la chulita, pero es que su suficiencia me enerva.
Subo a la habitación, en la mesita de noche están las pastillas que me recetó la doctora, me tomo una y me tumbo en la cama. Descansar un rato seguro que me hace bien. Poco rato después noto el efecto del relajante muscular, siento como si flotara entre nubes, los párpados me pesan. Uno de los mejores inventos sin duda.
- ¿Mía? - escucho medio dormida.
- ¿Mmmm? - Eso quiere decir que me dejes en paz y descansar.
La mano de Marcus acaricia mi mejilla, sus dedos rozan con cuidado mi piel ascendiendo hasta mi cabello. El vello de mi cuerpo se eriza con su contacto.
- Despierta, esta noche tenemos que ir a un sitio - Susurra acariciándome el oído con su nariz.
Me froto los ojos para despejarme. Bostezo y me estiro con toda la clase que jamás me enseñó mi familia, pero ¿a quién le importa? Para lo que ha servido...
- ¿Dónde? - pregunto todavía adormilada
- A una cena. En un par de horas vendrán los estilistas a prepararte.
¿Estilistas? Escuchar la palabra maldita me despierta del todo. Es un infierno soportar a personas que andan como locas con planchas ardiendo para el pelo, horquillas y maquillajes de mil colores distintos, te llenan la cara de potingues y cremas. Nunca me han gustado.
- No, no, por favor, estilistas no. Yo me arreglaré.
Marcus me mira como si me hubiera salido un tercer ojo.
- Cualquier mujer se moriría porque los mejores la arreglaran como a una princesa - Dice divertido - Pero si es lo que quieres, lo cancelaré.
Soy perfecta. Empiezo a pensar que la inyección de hormonas que me han pinchado hoy está jugando dentro de mi. Dice que soy perfecta, pero si lo fuera no me habría abandonado ¿no?
El camarero nos guía hasta la mesa. A mitad de camino veo a mi padre y mi hermano en la barra, al fondo del todo. El estómago me da un vuelco y tengo que contener las ganas de vomitar. Marcus es igual de consciente que yo de lo que está pasando. Sus dedos se tensan entre los míos.
- Voy al baño un momento - Le digo soltándome de su agarre.
Asiente sin mirarme. Solo tiene ojos para los Carussi que están en la barra y que también le miran.
Bajo la mirada y desaparezco todo lo rápido que mis costillas doloridas me lo permiten. En el baño veo mi reflejo en el espejo. Todo el color de mis mejillas han desaparecido. Solo puedo ver a una niña asustada que no está lista para este mundo, pero que no tiene otro sitio al que ir porque hizo una estúpido trato para salvar la vida del hermano que quería matarla.
Me armo de valor. Respiro profundo y salgo. Marcus está en la barra con mi padre y mi hermano ¿por qué se ha acercado? Espero que no monten ninguna escena aquí. El restaurante está lleno de gente cenando.
Me acerco a ellos desde uno de los laterales. Un arbusto los tapa, pero puedo escucharlos perfectamente.
- Espero que lo estéis pasando bien - Dice Marcus.
Escucho el sonido del vaso de whisky chocar en la barra.
- Tenías que venir tú y tu pequeña zorra aquí, querías que os viésemos ¿eh?
Me tapo la boca impresionada. No puedo creer que mi padre se haya referido a mi así. Lo peor no han sido las palabras, ha sido el asco con el que ha hablado.
- He venido para que viérais con vuestros propios ojos como Marcus Moretti humilla a los Carussi. Tengo a Vuestra hija y la tendré mientras quiera.
- No te hagas el chulo - Ríe mi hermano - Os he visto. Estas enamorado de ella. Padre - Baja el tono como si le estuviera contando una confidencia - Mató a uno de sus hombres por tocarla.
Marcus da un golpe en la barra con la palma que me sobresalta.
- Yo no siento nada - Escupe con asco - Todo es un juego y Mía es la pieza principal para acabar con vosotros. Todos verán a tu hija conmigo.
Dejo de escuchar. Todo sonido desaparece de mis oídos ¿todo es juego? Estaba convencida de que mi corazón se rompió el día que me abandonó en casa de mi padre, pero ese dolor no es nada comparado con el puño que oprime mi corazón ahora mismo.
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