Entre Mafias romance Capítulo 50

Marcus

Cojo la pistola que guardo en la mesita de noche. Solo la tengo para usarla en caso de emergencia, como que mi hermano este tumbado con la cabeza de mi mujer sobre su pecho. Maldito hijo de puta. Salgo dando grandes zancadas, cabreado como nunca. Toco el timbre esperando que alguien se atreva a abrir. Espero unos segundos, pero al comprobar que nadie abre, doy una patada a la puerta, tiembla ligeramente pero no se abre, vuelvo a levantar la pierna y a golpearla con más fuerza, por fin cede con violencia y golpea la pared.

Cargo la pistola mientras camino directo hacia el jardín, el último lugar en el que los vi y con un poco de suerte el último lugar donde estará. Killian se levanta de la tumbona con las manos en alto y Mía se esconde detrás de él.

- Hermano ¿qué haces? - Pregunta haciéndose el inocente.

- ¿Qué hago? Termino de una puta vez contigo. Al principio querias matarla y ahora quieres... ¿Qué? ¿Qué cojones buscas ahora? - Pregunto levantando la voz - ¿Tirártela?

Killian arruga las cejas intentando convencerme de que no sabe de lo que hablo. A mi no me va a engañar, ya lo hizo una vez.

Levanto la pistola y apunto a su cabeza. No se apuntar a otro sitio, no se dejar las cosas a medias. Yo solo sé atajar el problema y terminar con él para siempre. 

Antes de que le dé tiempo a acercarse a mi o de sacar su pistola disparo una y otra vez con rabia e impotencia. Su cuerpo cae el suelo sin vida y Mía empieza a gritar a su lado intentando taponar las heridas.

Despierto sobresaltado por el sueño que acabo de tener. El corazón me golpea sin compasión y la respiración la tengo agitada, me siento sobre la cama y agacho la cabeza. Intento respirar de forma acompasada. El sueño ha sido tan real, tan vivido, que aún me afecta ver el rostro de mi hermano sin vida en el suelo, pero por encima de todo, el terror de Mía lo veo cada vez que cierro los ojos.

Abro el cajón de la mesita de noche para comprobar que aún está ahí la pistola. La sujeto entre los dedos mirandola como si fuera mi peor enemigo. Saco el cargador. Todas las balas siguen dentro. Y por primera vez en mi vida doy gracias porque haya sido un sueño.

Después de la pesadilla me es imposible volver a dormir. Me asomo varias veces al balcón, pero no hay nadie fuera. Hace muchísimo frío esta noche, debemos estar a dos o tres grados, pero con la humedad, el frío te cala hasta los huesos.

Cuando está a punto de amanecer me ducho. Dejo que el agua caliente destense  mis músculos. Coloco las manos sobre la pared y bajo la cabeza. Necesito dejar de pensar y tan sólo disfrutar de este momento.

Salgo a toda prisa. ¿Quién habría dicho que Marcus Moretti se escondería de alguien? Prefiero no ver a Mía y a mí hermano, al menos hasta que me centre un poco y me quite la rabia que todavía siento.

Paso las horas en el bar trabajando. Sirvo en la barra o ayudo en la cocina, e incluso me ánimo a poner al días las jodidas cuentas que tanto odio. Todo con tal de tener la mente ocupada. Mía y mi hermano tumbados ¿cuándo se han hecho tan cercanos? Este año alejado han cambiado mucho las cosas.

- Hermano - La voz de Killian me sobresalta.

Me giro despacio, no quería que llegara este momento porque soy un puto cobarde, pero ahora sólo puedo afrontarlo.

- Killian.

Mi hermano se acerca y me tiende la mano, abrazarlo sería demasiado para nosotros después de tanto tiempo sin vernos.

- Mía me ha puesto al día. Menuda coincidencia - me mira con cautela. Como si fuera un puto león a punto de saltar a la yugular.

- Sois muy amigos ¿eh?

Comienzo a notar la rabia ascender por mi estómago, golpear mi pecho y subir por mi cuello. La imagen de anoche vuelve a mi cabeza.

Lo rodeo y salgo fuera. Donde estamos rodeados de testigos. Los únicos capaces de obligarme a controlarme.

Carmen está sentada en la barra con un vino entre las manos. Me acerco a ella con mi hermano pisándome los talones.

- ¿Cómo estás preciosa? - la saludo sintiéndome mal al momento - Te presento mi hermano.

Le lanza una media sonrisa seductora.

- Encantado - Dice Killian dándole la mano.

- Lo mismo digo. ¿Todos los Moretti sois igual de guapos?

Le sirvo un vaso de whisky, se la bebe de un trago. Está incómodo y eso me alegra. Anoche también yo estaba incómodo. Mía aparece por la puerta.

Pensar que hace un momento he tonteado con Carmen... Miro a mi mujer, llena de luz y dulzura, sus movimientos son gráciles y delicados. Se coloca con cuidado un mechón detrás de la oreja y yo sigo mirándola embobado hasta que Carmen coloca un dedo bajo mi barbilla para llamar mi atención.

- Bombón ¿puedes ponerme otra copa de vino?

Agradezco que me haya interrumpido, si no habría sido el más gilipollas de todo el bar, mirando a mi mujer como un bobalicón.

- Ya he terminado Killian - Dice Mía contenta.

Coloco la copa sobre la barra frente a Carmen.

- Siempre - Susurra demasiado cerca de mi como para que me sienta cómodo.

Preparo las dos copas y subo las escaleras con los tacones de Carmen resonando por toda la casa. Abro el balcón de mi habitación.

Necesito ver a Mía, pero por encima de eso, necesito que ella me vea a mi y que le quede claro que yo también he pasado página, igual que ella.

Allí están. Tom, Killian y Mía cenan en la mesa del jardín con las chaquetas puestas ¿qué les pasa? ¿No tienen frío? Los escucho reír por algo que ha dicho mi hermano.

Carmen sale junto a mi y mira el mar, la playa y el barco que hay en el muelle que hasta ayer estaba vacío. Si ese barco no es mío solo puede ser de otra persona y que ese velero y mi hermano lleguen al mismo tiempo...

Aprieto la mandíbula cabreado una vez más. Me bebo de un trago el vino de la copa intentando acallar mis demonios.

- Tu casa es preciosa - Susurra acercándose.

En ese momento compruebo que Mía nos mira, así que solo tengo que actuar.

Paso mi brazo por su cintura y la acerco más a mi.

- No tanto como tu - Susurro acercándome a su oído sin apartar la mirada de mi mujer.

Ella se ha quedado completamente quieta en su sitio, de pronto Killian se levanta y sigue la dirección de su mirada hasta que nos ve. Tom y él le dicen algo a mi mujer y acto seguido entran dentro de la casa.

Algo en mi interior se remueve. Me dice a gritos que la he cagado, que no he debido hacer eso, pero ya no puedo parar. Estoy muy jodido.

Me separo de Carmen en cuanto nos quedamos completamente solos. Ya no me apetece seguir con el juego.

- Creo que no han sido una buena idea. Te llevaré a casa.

Le quito con cuidado la copa de la mano y la dejo sobre la pequeña mesa redonda. No espero a que diga algo, o a que se niegue a irse, salgo del balcón y me voy.

Poco después aparece enfadada. Entiendo que lo esté, la he cagado, la he cagado mucho. En completo silencio la llevo de vuelta a su casa. Pero este silencio no es de paz y tranquilidad, es tenso, violento, se puede cortar con un  cuchillo. Algo me dice que esta mujer es vengativa y que me voy a arrepentir de lo que he hecho esta noche.

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