Mía
Lea y yo nos tumbamos en el suelo. Hundimos la cara en la toalla mojada. No puedo creer que mi vida vuelva a ser el mismo caos que hace un año. Los intentos de asesinatos, las venganzas, el peligro continuo.
Levanto la cabeza y veo a Dante golpeando con las sillas el cristal para poder salir al jardín, dudo que un trozo de madera logre romperlo.
Si no conseguimos salir de alguna forma estamos muertos. Cada vez hay más humo. Los ojos me escuecen y la garganta me pica cada vez que trago saliva.
- ¡ASI NO VAS A A CONSEGUIR NADA! - grita Marcus a nuestro lado - Es cristal templado. Busca algo puntiagudo y duro, es la única forma de romperlo.
Lea tiembla a mi lado. Tengo que hacer algo, no puedo quedarme aquí quieta. Las toallas casi están secas.
- Voy a por más toallas - Le digo a mi amiga - no te preocupes vamos a salir de aquí.
Me arrastro por el suelo hacia la cocina. No se puede ver mucho, pero las llamas iluminan la casa por encima del humo. Llego hasta el grifo. Coloco la toalla debajo para que se empape de todo el agua posible.
Del salón proviene un ruido de cristales. Estoy segura de que Marcus y Dante han conseguido romperlo. No hay nada que mi marido no pueda hacer. Vuelvo a agacharme, el humo comienza a adueñarse todo, del techo y del suelo, da igual como me coloque, todo está lleno de humo.
Cierro los ojos. Me lloran demasiado y me escuecen muchísimo. Creo que puedo volver siguiendo el camino que me marcan las paredes. Comienzo a toser, el humo es demasiado denso, demasiado espeso. Quito la toalla de mi boca para inhalar aire, pero es peor.
- ¿Dónde cojones estabas? - Marcus llega hasta mi, sin dudarlo me coge en brazos y corre a través de la neblina oscura en la que se ha convertido mi casa - Te he estado llamando ¿no me escuchabas?
Su voz es más ronca de lo habitual. Intento contestarle, pero cada vez que lo hago toso sin parar. En cuanto el aire fresco nos da en la cara, respiro profundamente.
Lea está en el suelo con Dante a su lado, pendiente de ella. Marcus me deja en el suelo. Se incorpora y chasquea la lengua para llamar la atención de Dante.
- Aquí no estamos seguros, busca las llaves de los coches - Susurra para que nadie más pueda oírle.
Alguien podría estar observándonos, tiene razón, todavía corremos peligro, pero mis ojos no pueden ni parpadear, miro mi casa, ardiendo y medio derruida como mi vida. Una analogía perfecta.
Marcus se mantiene alerta, vigilando en todo momento. ¿Quién ha podido ser? La única persona que nos odia es Carmen, pero dudo mucho que haya sido ella, ninguna mujer llegaría a estos límites por un hombre.
Dante está de vuelta con las llaves. Se queda las del mini y le tira a Marcus la otra. Bordeamos el jardín hasta llegar al aparcamiento. Mi casa sigue ardiendo. Espero que Killian hubiera contratado un seguro, y que por lo menos podamos volver a reformarla.
Me subo en el coche de Marcus. Arranca y acelera a toda velocidad. Miro por el retrovisor para ver mi pequeño mini seguirnos muy de cerca.
- ¿Quién crees que ha hecho esto? - Pregunto frotándome los ojos.
Miro mi reflejo en el espejo. Tengo la cara llena de manchas negras, el pelo tiene un rojo apagado, sucio y la ropa está igual de sucia que yo.
- No tengo ni idea y eso no me gusta.
Cierra los dedo alrededor del volante y aprieta hasta que se vuelven blanco por la presión. Estiro mi brazo hasta que toco su mano.
- No te preocupes, tu puedes solucionarlo, yo lo se - No tengo que mentirle para animarle, creo todas y cada una de las palabras que salen de mi boca.
Niega varias veces. Afectado por lo que ha pasado.
- Estoy oxidado, Mía. Ni siquiera llevaba mi arma encima ¿Qué hubiera pasado si no llego a romper el cristal?
Le sonrío porque él no lo entiende, aunque lo tenga delante de las narices no comprende la realidad.
- Te confiaría mi vida sin dudarlo.
Frena el coche con un sonido agudo en el aparcamiento de la consulta del médico. El ambiente huele a quemado, a humo. Me extraña que el olor del incendio de mi casa llegue hasta aquí, a unos cinco kilómetros.
Marcus estira la cabeza intentando ver entre las callejuela. Dante se acerca con Lea entre sus brazos que solloza mientras se toca la barriga.
- El bar - Susurra mi marido.
Camina a pasos agigantados hasta la puerta de la consulta y le pega una patada. La puerta se abre y parte del marco cae sobre el suelo, roto y astillado.
- Escondeos dentro. Vamos a intentar pillar a esos hijos de puta.
Dante se cruge los nudillos. Está cabreado igual que Marcus. Que la vida de tu mujer y tu hijo corran peligro supongo que te desquicia un poco.
Abrazo a Lea intentando que se sienta algo mejor.
- Ahora mismo vuelvo - Le susurra Dante justo antes de darle un beso.
- Te quiero - Contesta hipando.
Mi marido me mira y yo le miro a él. Me encantaría que se acercara y me consolara, que me dijera palabras dulces al oído, falsas promesas para tranquilizarme, pero en lugar de eso, esperan a que entremos dentro y se van corriendo.
- ¡PUTA!
Lo mejor que puedo hacer es provocar que pierda los nervios, es una de las formas para que cometa errores.
- Serás machista - acuso - asume que las mujeres podemos ser mejores que vosotros en algunas cosas.
Escucho como rechinan sus dientes cuando aprieta la mandíbula. Se quita la sangre de la cara con el antebrazo y saca un cuchillo de su espalda.
Joder, yo también tengo un cuchillo, pero no lo voy a sacar todavía, prefiero que piense que está en ventaja. Esta vez no camina a cámara lenta para asustar, corre hacia mi con el cuchillo en alto.
Doy un salto hacia atrás para esquivar su estocada. Doy media vuelta y le suelto una patada en el estómago, en cuanto se inclina por el dolor le agarro el dedo meñique y se lo retuerzo hacia atrás obligándolo a seguirme con el brazo mientras grita palabrotas.
Mueve el cuchillo en todas direcciones, en uno de esos movimientos siento como me corta en la tripa. Parece superficial, pero escuece como mil demonios.
- ¡Vais a morir, putas, y vuestros maridos también! - Grita con el control totalmente perdido.
Me alejo unos pasos de él y coloco la mano sobre el cuchillo que tengo escondido. El hombre corre hacia mi y se tira encima. En el último momento consigo sacarlo y colocarlo en noventa grado con respecto a mi cuerpo, cae sobre él y sobre mi, y soporto el peso del hombre.
Por fin reacciona Lea y me ayuda a quitármelo de encima. El hombre boquea una y otra vez como un pez fuera del agua, como si no pudiera respirar bien, como si le hubiera perforado un pulmón. No puede darme más igual lo que le ocurra.
Mi amiga y yo lo esquivamos. Le doy la mano para que no se aleje de mi. Puede que haya más personas intentando hacernos daño. Entro en la consulta y busco desinfectante y gasas. Puede que necesite un par de puntos, pero es más urgente que nos vayamos de aquí. Me desinfecto la herida y coloco una gasa sobre ella. Después rodeo mi cuerpo con una venda apretada, para que se abra lo menos posible.
- ¿Estás bien? - Pregunta preocupada.
- Tenemos que irnos.
Lea busca mi mano una vez más.
- Me has salvado.
Desde el pasillo puedo ver al hombre muerto en la cocina. El charco de sangre cada vez es mayor, pero eso ya da igual. No verá amanecer.
- Todavía no estamos a salvo, Lea. Venga, vámonos - Tiro de ella hacia la puerta de la calle.
Salimos rápido para ocultarnos más rápido todavía. No se que ocurre a continuación, no me da tiempo a reaccionar o a prepararme. Alguien me da un golpe en la cabeza y de un momento a otro todo se vuelve oscuro y dejo de escuchar los gritos de Lea.
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