Entre Mafias romance Capítulo 59

Mía

Miro por encima del hombro. El hombre de Ricky cada vez está más cerca. Nado con una sola mano y con un bebé recién nacido. Intento llegar a la orilla, pero dudo que pueda hacerlo.

Escucho un chapoteo, como si alguien se tirara al agua. Cada instante que pasa pierdo más la esperanza de conseguirlo. La desesperanza se adueña de mi corazón. Siento profundamente no poder defender a este pequeño, al hijo de Lea.

Alguien nada hacia mi desde la orilla, tiene la cabeza sumergida y da rápidas brazadas. ¿Cómo ha podido Ricky mover el barco tan rápido para interceptarme?

Joder, sin parar de nadar intento buscar una solución. Lo intento con todas mis fuerzas, pero no soy capaz de encontrarla. Me siento como el día que subí al Torreón. Una nube negra bailaba sobre mi cabeza, solo podía pensar cosas negativas, no había salida, no había nada, como ahora.

Decido que lo mejor es dejar de nadar. Total ¿Para qué? El tío que dejé inconsciente está a un par de metros de mi, si estira el brazo lo suficiente podría agarrarme del pie. Y eso es lo que sucede un instante después de pararme.

Se abalanza sobre mi. Coloca sus manos sobre mi cabeza y me hunde. Yo estiro los brazos para intentar mantener al bebé fuera, no se porqué, supongo que es un acto reflejo el intentar salvarlo. Pataleo con los pies para no hundirme demasiado, pero aquí no hay mucho que pueda hacer. No puedo soltar al bebé para intentar hacer algo.

De pronto suelta mi cabeza y se aleja de mi. Asciendo rápido para coger aire y ver que ocurre ¿Es posible que se haya convertido en una buena persona de pronto? Lo dudo muchísimo.

Marcus está aquí. Está peleando contra él. Llamarlo pelea sería demasiado, le está dando un puñetazo tras otro sin parar.

- ¡VETE! - grita sin mirarme.

Miro al bebé que llevo entre los brazos. Tiene los labios morados y llora sin parar. Nado hacia la orilla confiando en que Marcus podrá con él. Tiene que poder, no puedo perderlo...

Llego a la orilla agotada de tanto nadar. No puedo parar, tengo que seguir. Hay que hacer entrar en calor al hijo de Lea. Dante corre por la arena hacia mi. Siento alivio de que todo esté llegando a su fin, pero lo mejor de todo es que la balanza esté a nuestro favor.

- ¿Dante? - Digo emocionada - ¿dónde está Lea?

Miro detrás de él por si lo sigue más despacio, pero no la veo y eso no me gusta.

- Está bien ¿cómo está mi hijo?

Me lo quita de las manos en cuanto lo ve. Lo observa con atención. Mira sus manitas, los brazos, la carita.

- Creo que está bien, pero ha pasado demasiado frío, Dante - miro hacia el mar, justo donde estaba Marcus la última vez - Marcus sigue en el agua.

Veo dos manchas que siguen peleando.

- No te preocupes por él, está muy cabreado. Tu espéralo, yo voy a llevarme a mi hijo. Marcus sabe dónde ir.

Sale corriendo sin esperar a que le conteste. Nos ha dejado aquí tirados, aunque tampoco puedo reprocharle nada. Si mi vida hubiera sido normal, yo habría hecho exactamente lo mismo. Mi hijo habría sido lo primero y lo segundo y lo tercero.

Vuelvo sobre mis pasos. El sonido de un disparo llena el aire. Me tapo la boca con las manos, la respiración se me corta y mi corazón se olvida de latir. Corro como si me persiguiera el mismísimo diablo hacia el agua.

Me olvido del frío, del castañeo de los dientes cuando mi cuerpo vuelve a tocar el agua, nado de forma frenética hacia los dos hombres. El no puede estar herido, no puede estarlo.

Un cuerpo flota en el agua, pero no veo el otro.

- ¿MARCUS? - lo llamo acercándose

El hombre que flota levanta la mano con el pulgar hacia arriba. Joder, me iba a dar un infarto. Nado lo últimos metros que nos separan. Él se incorpora  cuando siente que estoy cerca.

- ¿Estás bien? - busco sangre por alguna parte de su cuerpo, pero no parece haberla.

Lo abrazo, justo después lo suelto y le pego. No se muy bien porque lo hago, pero odio que se haya puesto en peligro por mi.

- Estoy herido y me pegas, fantástico - Bromea.

- No gastes bromas, Marcus Moretti, creía que habías muerto.

Coloca sus frías manos sobre mis mejillas, observando cada pequeño gesto. Antes de que pueda reaccionar, siento sus labios sobre los míos.

El mundo se para. No hay ningún enemigo cerca que quiera matarnos, tampoco siento el frío ni el dolor en mi cuerpo. Solo puedo sentir el tacto de Marcus, la suavidad, el cariño. Todo lo que había perdido hace un año, poco a poco vuelve a mi. Lo bueno y lo malo, pero vuelve.

Despacio se separa. Me mira con cariño y comienza a nadar hacia la orilla sin soltarme la mano. Yo ahora mismo estoy en una nube. Todo parece irreal, pero voy a dejarme llevar. No le voy a dar tantas vueltas a las cosas.

- ¿Tienes frío? - Pregunta cuando salimos del agua.

- N.. No - Contesto tiritando - Mm.. Me enc.. Can.. Ttta.

Menuda pregunta más idiota. Estamos en diciembre a un par de grados. Antes no era capaz de sentir tanto el frío por la adrenalina, sentir el peligro tan cerca te mantiene alerta, pero ahora, empiezo a notar como mi cuerpo se relaja, como pide desesperadamente un descanso.

- Tenemos que irnos, así entrarás en calor.

Me ayuda a correr por la arena. Siento los pies entumecidos, las manos también, pero conforme más corro, menos frío tengo. Marcus tiene razón.

Salimos de la playa y del camino. Comenzamos a andar por la carretera.

- ¿Dónde vamos? - Ricky podría esta por aquí.

Odio caminar en plena noche con un psicópata suelto.

- Allí - Señala hacia la izquierda.

La carretera da paso a un camino empedrado. A lo lejos creo que hay un helicóptero.

Han incendiado mi casa con nosotros dentro, han intentado matarme en la consulta donde trabajo, me han golpeado la cabeza y he perdido el conocimiento, he tenido que atender un parto sin material médico y para cerrar la fiesta, he tenido que nadar con un bebé recién nacido en brazos y un psicópata persiguiéndonos, y que estos dos hombres hablen de mi como si no estuviera es la gota que colma el vaso.

- ¿Qué significa primero ella? - Pregunto mirándolos a los dos - Pero quienes os habeis creído que sois para hablar de mi.

El hombre tiene la decencia de bajar la mirada avergonzado, Marcus como siempre parece divertido. Siempre que estoy con él me siento como su mono de feria particular.

- Significa que primero quiero que te atienda a ti, es el doctor Glimenti.

Vale, está bien, no tendría que haber saltado, ahora soy yo la que mira hacia el suelo.

Entramos en una habitación con una cama blanca y otra puerta al fondo.

- La voy a dejar sola para que se quite la ropa mojada, avíseme cuando esté lista.

Voy directa hacia la puerta del fondo, es un cuarto de baño. Poco a poco me voy quitando la ropa. Me duele todo el cuerpo. Miro mi reflejo en el espejo , tengo el pelo revuelto, la coleta está prácticamente deshecha, la cabeza comienza a dolerme y la espalda también, pero lo más importante es que todos estamos a salvo. Hoy podría haber salido todo mal.

Lea podría haber muerto durante el parto, o en el río. Su hijo ha corrido serio peligro, espero saber algo de ellos pronto. Y Marcus... Cuando escuché el disparó sentí como si mi propia vida se hubiera terminado.

Este baño es demasiado pequeño, puedo sentir como mis pulmones quieren meter aire, luchan contra la presión, pero me cuesta. Odio haberme convertido en esa copia barata de la Mía que era antes.

Respiro entrecortadamente, coloco las manos sobre la pared. Es inútil, no puedo relajarme. Una pequeña figura sonriente de cerámica se burla de mi. La cojo con rabia y la estrello contra el espejo. Odio verme reflejada tan débil y rota.

Abro la puerta para salir, antes de poner un pie fuera me choco contra el pecho de Marcus, que observa con cuidado.

- ¿Qué pasa? - Pregunta.

- L.. Lo siento, es muy estrecho... Me... Me he agobiado, perdona.

Extiende el brazos y cierra la puerta. Me acompaña hasta la cama. Quita la manta, y cuando me tumbo, vuelve a taparme.

- Voy a buscar al médico.

No quiero quedarme sola. Su presencia ha conseguido evitar mi ataque de ansiedad, ese que no he logrado evitar yo sola ni una sola vez.

- Espera - Salto de la cama - Puedes... ¿Podrías quedarte?

Retuerzo mis dedos. No se porque soy así de masoquista. Hay un  dicho... Todos los caminos te llevan a Roma, pues bien, todos mis caminos me llevan a Marcus, una y otra vez.

Acaricia mi mejilla y se sienta sobre la cama a mi lado. Da un par de golpes sobre el colchón para que me tumbe con él. ¿Y qué hago yo? ¿Mantengo la distancia para que no vuelva a partirme el corazón? ¡NO! Claro que no, hago lo que me pide, apoyo la cabeza sobre su hombro y cierro los ojos.

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