Marcus
Llegamos al bar. Hay fuego dentro, pero parece poco, así que Dante y yo entramos con las esperanza de poder apagarlo.
Corremos hacia el fondo sin prestar atención a lo demás. Un error. Nos damos cuenta cuando ya es demasiado tarde. Hay unos diez hombres tapando la salida. Nosotros somos solo dos, no hay mucho que podamos hacer, pero si sé una cosa, Marcus Moretti nunca se rinde, muere luchando y por como Dante está preparando los puños estoy seguro de que él piensa igual.
Pasamos de diez a ocho en un instante. Un golpe fuerte y contundente deja fuera de combate a dos.
Peleamos sabiendo que nuestras vidas y la de nuestras mujeres depende de que salgamos de aquí, pero nos llevamos unos cuantos golpes que en otro momento me habría dejado en el suelo, pero no hoy, no con Mía necesitándome.
Me levanto después de recibir una patada en el estómago, coloco mis manos sobre la cabeza del hombre más cercano y se la giro violentamente. Otro menos.
Alguien estampa una silla sobre mi espalda. Joder como duele. Me cago en la puta, me giro para ver quien es el siguiente que va a morir. Le agarro de la camisa y le hago un barrido, al caer le estampo la cabeza contra el pico de la mesa. Y entre los que yo he quitado de en medio y Dante, solo nos quedan cuatro.
El fuego comienza a ser asfixiante. Ha salido de la cocina y comienza a propagarse por el bar. Tenemos que terminar de una vez si queremos salir de aquí.
Corro hacia la barra esquivando las llamas. Cojo cuatro cuchillos. Balanceo sobre mi mano uno por la empuñadura y sin pensarlo demasiado lo lanzo a toda velocidad al tipo más cercano a mi. Le doy en el pecho y cae al suelo. Puede que esté vivo, pero no por mucho tiempo.
Salto la barra y le doy a Dante dos para que entienda que tiene que dejar de recrearse. El último hombre que me queda mira en todas direcciones.
Está asustado y aunque parece macabro, eso me gusta.
- No puedes escapar - Canturreo moviendo el cuchillo entre mis dedos.
El hombre traga saliva y se pasa la mano por la cara. Sabe que su muerte está cerca.
- Podemos hacer un trato, podem..
- Yo - jamás - hago - rehenes.
Levanto el cuchillo y lo lanzo. Este hijo de puta cae al suelo. Dante llega hasta mi.
- Ya era hora ¿estabas jugando a las casitas o qué? - Suelto corriendo hacia la puerta.
- Me has dejado los más grandes, cabrón.
Estamos muy cerca de la consulta. No deberíamos tardar más de un minuto o dos.
Golpeo la puerta con las palmas y corro por todo el pasillo que lleva hasta la cocina. Hay un hombre muerto tirado en el suelo.
- ¡¿MÍA?! - salgo despacio mientas le hago señas a Dante para que esté pendiente de cualquier movimiento - ¿¡LEA?!
Entramos en la habitación donde atiende a los pacientes. Hay gasas con sangre, una venda por la mitad y esparadrapo tirado en el suelo. Una de las dos está herida.
- Están heridas, Marcus - Dante llega a la misma conclusión que yo.
Salimos fuera. Aquí ya no hay nada que hacer. ¿Dónden cojones están? No han podido desaparecer, eso es imposible, alguien ha tenido que ver u oir algo.
Llama la atención un ruido parecido a un gorjeo, vuelvo sobre mis pasos hasta la cocina. Parece que el tío tirado en el suelo no está muerto... Aun, el sonido es él ahogándose con su propia sangre.
- ¿Dónde está mi mujer? - Me agacho a su lado - Dime dónde están y llamaremos a un médico.
- ¿Vva is a ayu.. Ddarme? - Pregunta con voz ronca.
Te prometería cualquier mierda que quisieras escuchar con tal de que me digas dónde están Mía y Lea.
- Si, dime dónde las han llevado.
- Unn... Bba... Rco.
Me levanto de su lado y camino hacia la puerta. Antes de irme quiero decirle una última cosa.
- Si me entero de que les
has tocado un solo pelo no sólo morirás tu.
Le escribo a Killian contándole la situación. Necesitamos apoyo inmediato. Sé que si hay alguien capaz de hacerlo es él.
Nos vamos corriendo por la carretera para seguir la dirección del río. Hemos corrido los cinco kilómetros que separan los dos pueblos en tiempo récord. Pero no hay tiempo de pensar en el dolor o el cansancio. No es una opción, no hasta que tenga a Mía conmigo.
- Marcus, eso... ¿Es un cuerpo? - Señala la playa.
Tiene razón. En la orilla, balanceándose con las olas hay un cuerpo dentro de un chaleco salvavidas. No se mueve ni intenta salir del agua.
No puedo pensar en nada. Se me ha quedado la mente en blanco. Solo puedo correr hacia el cuerpo. Tengo una bola en la garganta que me pide dejar de correr y de luchar y tirarme a la arena a llorar como cuando era un crío.
Por primera vez Dante llega primero. Me da pánico encontrarme a Mía flotando muerta.
- Lea, dime algo - pega la cabeza a su pecho - Respira, está respirando. Lea, reacciona por favor.
Despacio abre los ojos. Está cansada. Mis ojos bajan hacia su abdomen. Algo ha cambiado.
- Tenéis que ayudar a Mía - Susurra a punto de perder el conocimiento - No ha podido escapar. Tiene a mi bebé.
Miro al Fondo. Un único barco flota a lo lejos. Tiene que ser ese.
- Dale tus coordenadas a Killian - Ordeno a Dante - Y decidme las mías después, largaos.
Corro por la arena hasta que llego a la altura del barco más o menos. Pasan los minutos y no veo ningún movimiento. Poco después, hacia la derecha un chapoteo en el agua me llama la atención. Suelto la chaqueta con el móvil en la arena y me tiro al agua.
Sin dejar de nadar en ningún momento logro diferenciar a Mía, parece que lleva un bebé entre las manos y alguien nada hacia ella también. Ese cabrón no va a llegar antes que yo.
Aprieto los dientes y aumento el ritmo. Justo antes de llegar veo como se hunde. Ese hijo de puta intenta ahogarla. Salto sobre él y lo alejo de mi mujer. Le pego un puñetazo y después otro. Este tío va a pagar por todos los demás.
Mía por fin sale y respira profundo.
- ¡VETE! - le grito.
Por primera vez me hace caso y comienza a nadar hacia la orilla. Vamos a ver si es tan valiente este cabron cuando se tiene que enfrentar a otro hombre. Le pego un puñetazo tras otro hasta que saca una pistola que no había visto. Forcejeamos, pero él está más débil que yo y eso es algo que pienso aprovechar. Sin que suelte la pistola se la giro, coloco mi dedo encima del suyo.
- No... No no no, por favor, no no
No deja de moverse para intentar que suelte su pistola. La giro hacia su pecho.
- Adiós - Suelto con rabia.
Y aprieto el gatillo.
- ¿MARCUS? - grita Mía demasiado cerca.
Levanto la mano con el pulgar hacia arriba. Necesito descansar un poco los músculos. Ha sido una noche larga. Cuando escucho su chapoteo a mi lado me incorporo.
- ¿Estás bien? - Pregunta pasando las manos por mi cuerpo.
Lo que sucede a continuación solo lo puedo describir como algo que sólo entienden las mujeres. Me abraza y justo después, me pega.
- Estoy herido y me pegas, fantástico - Bromeo para quitarle hierro al asunto.
- No gastes bromas, Marcus Moretti, creía que habías muerto.
Casi puedo tocar la preocupación. Estaba asustada, por mi. Sin pensarlo demasiado coloco mis manos sobre sus mejillas como si fuera el único lugar lógico del mundo y acerco sus labios a los míos. Húmedos y suaves, calidos, receptivos. La droga que llevaba anhelando un año.
Podría hacerle el amor ahora mismo, tengo que hacer un esfuerzo sobre humano para separarme de ella, dejar de sentir su corazón sobre el mío, y comenzar a nadar hacia la orilla. Esto no es seguro.
Estaría más tranquilo si el médico la hubiera visto, pero estoy seguro que dentro de cuarenta minutos, cuando lleguemos a Verona, mi hermano tendrá a un jodido ejercito esperándonos y un hospital preparado para nosotros.
Quiero mantenerme alerta. Vigilar el sueño de Mía, pero el cansancio también puede conmigo, y al final caigo yo también.
- Perdona - Escucho la voz de alguien demasiado cerca.
Antes de abrir los ojos he saltado de la cama, lo he agarrado del cuello y lo tengo enjaulado contra el suelo. Soy una jodida bestia ahora mismo.
Parpadeo un par de veces. Es uno de nuestros hombres. Mía se ha caído de la cama.
- Auchh - Dice mientras se rasca la cabeza.
Suelto al hombre que seguía reteniendo. No pienso disculparme por estar alerta. Estos inútiles ya deberían saber que primero se llama a la puerta.
En cuanto nos quedamos solos me agacho a su lado.
- ¿Estás bien? - Pregunto pasando los dedos por encima del golpe.
- ¡No! - grita enfadada - Cualquier día me vas a provocar un infarto Marcus Moretti.
Bien, la escena vuelve a ser divertida, pero si me río con el cabreo que tiene ahora mismo es capaz de cortarme las pelotas.
Noto como el avión desciende ligeramente. Hemos llegado. No respiraré tranquilo hasta que volvamos a estar en el castillo. Es una fortaleza muy bien defendida.
- Hemos llegado. Venga - Le tiendo la mano a Mía para que me acompañe, pero como es tan cabezota y sigue enfadada no me la da - ¿No quieres ver si Lea está bien? tu misma.
Meto las manos en los bolsillos como si nada me importara. Como si no me provocase un maldito infarto dejarla sola y sin vigilancia. Pero en cuanto escucha el nombre de su amiga, corre a mi lado.
Por fin tocamos tierra. Todas las ventanillas tienen las cortinas corridas para que no se pueda ver nada del Interior. Colocan la escalerilla y comenzamos a descender.
Mi hermano a aprendido mucho. Sabía que nos haría un recibimiento de película. Mía se pega a mi impresionada por las vistas
- ¿Quienes son? - Susurra enrroscando su brazo entre el mío.
- No te preocupes, son nuestros hombres.
Hay más de veinte coches rodeando el avión. A lo lejos veo el reflejo de mirillas vigilando desde lo alto; francotiradores. Un montón de hombres se bajan de los coches con sus armas cargadas y preparadas.
Estar aquí y tener a Mía a salvo me quita gran parte de la presión. Esta es mi vida. He jugado un año, es hora de volver a lo que se me da realmente bien y terminar lo que este hijo de puta ha decidido comenzar.
Killian baja del coche más cercano a nosotros. Mía suelta un pequeño grito emocionada ¿esto que es? Si hace horas que se vieron por última vez, literalmente quiero decir ¿a qué viene está maldita emoción?
Mi mujer baja los escalones de dos en dos hasta que llega a mi hermano y hunde la cabeza en su pecho.
Si no fuera mi hermano, lo llevaría al lugar donde consigo que "hablen" algunos, le arrancaría con las tenacillas algunas uñas, después de la genuina sonrisa que le regala mi mujer decido que también le podría venir bien unos cables pelados enganchados a los pezones. Puede que unas cuantas descargas haga que deje en paz a las mujeres de los demás.
Llego hasta ellos y me muerdo la lengua.
- ¿Nos vamos o nos quedamos aquí abrazándonos? - Pregunto cabreado.
Me meto en el coche sin esperarlos. Al momento se montan ellos también.
- En el castillo hay médicos y enfermeras que os van a recibir en cuanto lleguemos - nos informa Killian - ¿Cómo estás pequeñaja?
Respiro profundo y cierro los ojos. No quiero montar un numerito como si fuera un adolescente celoso hasta los huesos, yo solo digo que mi hermano se está ganando una visita especial a la puta sala de torturas.
- Eso pequeñaja, cuéntanos - Digo sin poder contenerme.
Mía no contesta, ni a mi ni a mi hermano y hacemos el resto del trayecto en silencio. Al llegar al castillo me bajo el primero y camino hacia las escaleras, pero al poner el pie en el primer escalón todo comienza a dar vueltas, las escaleras se mueven de su sitio, el cielo desciende hacia mi y mi cuerpo, poco a poco cae sin fuerzas sobre el asfalto.
- ¡MARCUS! - escucho a lo lejos la voz de mi mujer antes de que todo se vuelva negro.
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