Naomí se detuvo inmóvil durante diez segundos enteros, y se levantó quejándose, -¡Qué susto me habéis dado!-
Xenia se encogió del hombro, mirándola, -¿Por qué no duermes en la habitación?-
La siguió Bernabé, -Sí, Naomí, ¿por qué duermes aquí? ¿Porque llegaste a casa muy tarde?-
Escuchando sus palabras, Xenia descubrió algo interesante, y le preguntó, -¿Hasta cuándo llegaste?-
El rostro de Naomí se demudó de repente, cabizbajo, murmurando, -Ayer… Ayer no pasó nada.-
Luego echó a correr para su habitación diciendo, -Tengo mucho sueño, pido un día de descanso.-
Apoyada contra la puerta, suspirando profundo, y se avergonzó mucho por lo que ocurrió ayer.
Cuando estaba en la cama, empezó a recordar lo ocurrido.
Ayer fue a buscar a Diego en su empresa y cuando salió él, la dejó entrar en el coche, y los dos, se sentaron juntos atrás.
Estando tan cerca de él, Naomí se volvió muy nerviosa, y lo miró de vez en cuando.
Más lo miró, más le gustó, su rostro hermoso, perfil bien figurado, y la madurez…
Si no hubiera sido por los ánimos de Xenia, no hubiera buscado a él, ni tampoco hubiera sentado a su lado.
-Señor Diego, ¿has cenado?- le preguntó en voz bajita.
Apenas le dijo, se dio cuenta de lo tonta que era porque recién salió del trabajo.
-No.- La contestó tranquilo.
Escuchando su respuesta, lo miró de nuevo, y sintió lo indiferente que era desde que le rechazó.
Aunque la rechazó, lo seguía amando, porque el amor no se ocultaba.
-Entonces, ce… cenamos, ¿vale?-
Temerosa de su rechazo, le contestó rápido, -Te invito.-
La miró fríamente.
-¿De acuerdo?- repitió con mucho nervio.
La miró temblando hasta los labios, decidió al final no fallarle, y consintió.
No esperaba su consentimiento, nerviosa y sorprendida, Naomí le volvió a preguntar, -¿Que sí?-
-¿Cómo?- levantó de repente la cabeza.
-Lo que te dije en mi casa, ¿lo has olvidado?-
Dándose cuenta de lo que se refirió, se quedó pálida moviendo la cabeza afirmativamente, -No, no lo olvido. Lo tengo claro.-
“¿En serio?” pensó Diego, y la clavó los ojos.
Viéndolo tan serio, Naomí no se atrevió a abrir la boca, pensando, “¿Acaso me va a rechazar aquí de nuevo?”
Diego siguió, -Si lo recuerdas, ¿para qué me buscas?-
Levantó la cabeza, pero no habló ni una palabra, porque pensó que él no iba a creerle si le explicó que le echaba de menos.
Justo llegó el camarero salvándola del dilema, -Perdón, señorita, el pato con salsa que ha pedido se ha vendido todo, podría cambiarlo?-
-Vale,- diciendo y miró al menú y no mucho rato marcó otro, -Éste.-
-¿Está segura, señorita?-
-Bien segura.-
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