Sin embargo, Xenia no lo notó. Además, aunque la comió con la mayor discreción, la crema se le pegaría de todas maneras.
-Por cierto, sé que no te gustan los dulces, entonces compré todo dulce -dijo Xenia distraída.
“¿Me lo hizo a propósito?” pensó Simón.
-Pero, ¿cómo sabes mi gusto? -le clavó los ojos por el espejo.
De repente Xenia se quedó atónita por sus palabras imprudentes, entonces explicó -Lo adivino. Porque el café que te preparé era amargo. Si te gusta dulce, añadirás azúcar.
Mientras Simón no dejó de mirar sus labios manchados de crema, porque se sintió muy incómodo.
Justo les impidió la luz roja.
Entonces Simón se le acercó y extendió una mano para alcanzar su cabeza y la besó, o mejor dicho, le limpió el crema con sus labios aprovechando el beso.
Sorprendida por este inesperado beso, Xenia se mantuvo inmóvil.
Después de un silencio dominado, Simón pegó su frente a la suya mirándola con ternura.
-¿Quién dijo que no me gustaba dulce? -luego sonrió lamiendo la comisura de sus labios, -¡Qué dulzura!
Hasta entonces Xenia se dio cuenta de que se le pegó la crema y lo miró atónita.
-No me seduzcas mientras estoy manejado -dijo Simón.
-¿Comer torta es una seducción para ti? -murmuró Xenia enojada y volvió a comer un gran pedazo, -¡Qué pecada soy yo!
Mientras echó a reír Simón -Veo que no quieres ir al aeropuerto, nos vamos ahora al hotel, ¿de acuerdo?
Entonces calló Xenia comiendo en silencio la torta, pero le faltaba aún mucho dulce en el bolso, entonces dijo -Si te gusta dulce, el resto te lo dejo a ti.
El viaje tardó en más o menos media hora, pero con lo llena que estaba Xenia y lo aburrida que se sintió, tenía ganas de echar una siesta.
Hasta entonces Xenia se dio cuenta de su repentina voz baja, porque no quiso que Simón sospechara.
-Esperas en el coche o… -apenas terminó Xenia, Simón ya bajó del coche y se quitó la chaqueta para envolverla, -Póntela, vas a coger frío.
-Un momento -se detuvo Simón para arreglarle los botones.
-Pero no tengo frío -dijo Xenia.
-Acabas de despertar, y aquí hace mucho frío -dijo Simón con su habitual tono imponente.
-Pero si hace frío, ¿la necesitas tú también!
Mientras las manos de Simón llegaron hasta su oreja, con ellas la acarició y se le acercó susurrando -Soy hombre.
“¡Qué terco! Pero no eres máquina.” Murmuró Xenia, y las sonrisas le llegaron hasta los labios sin darse cuenta.
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