Durante un instante que pareció infinito, Jana contuvo el aliento y Kris fue capaz de ver la sorpresa en sus ojos. No estaba acostumbrada a ser ella la que decidiera quién se quedaba o no a su alrededor. Más bien estaba acostumbrada a aceptarlo, y ahora él le estaba pidiendo que lo hiciera.
—Dime qué es lo que quieres y yo lo haré. Si quieres que me quede me quedaré para siempre, y si quieres que me vaya, cuando termine esta campaña no volverás a verme. No te acosaré, no te molestaré, nunca más volverás a saber de mí —le aseguró y Jana sabía que no estaba mintiendo—. Pero si quieres que me quede, amor, tienes que decírmelo. Porque bastará con que tú me lo pidas y yo no te dejaré jamás.
Jana cerró los ojos para evitar que se le llenaran de lágrimas y su respuesta fue simple y silenciosa. Su respuesta fue aferrarse a la solapa de su sucia camisa y besarlo como si no fueran a tener otra oportunidad para hacerlo. Las manos de Kris se colaron por debajo de su blusa, arañando su espalda, y gruñó de satisfacción sintiendo aquella lengua coqueta y provocativa irrumpiendo en su boca y demandando toda su atención.
—Quédate —susurró ella y eso fue más que suficiente para que la bestia que le daba placer se desatara.
Por suerte habían montado la pequeña casita de campaña fuera del círculo de los atemorizados médicos de la caravana, pero aun así Kris tuvo que cubrir su boca con una mano, porque los gemidos de Jana competían con cada llamada de apareamiento de la selva de noche.
Hizo lo que siempre hacía con ella, le dio un tour por el infierno antes de subirla al cielo y dejarla caer en un abismo de sudor, jadeos, mordidas y orgasmos escandalosos.
—Voy a quedarme, Jana —aseguró Kris mientras la veía cerrar poco a poco los ojos hasta permitir que el sueño la venciera—. Voy a quedarme contigo para siempre, y cuando todo termine... Cuando todo termine, tú también te quedarás.
Jana no escuchó aquellas últimas palabras. Quizás, aunque lo hubiera hecho, aunque lo hubiera escuchado, no habría podido detectar si era una promesa o una amenaza. Para ese entonces Kris no estaba seguro tampoco de qué cosa era, solo sabía que estaba más que dispuesto a cumplirla.
La misión en el Congo duró nueve días más. Fue difícil, fue agotadora y desgastante. Kris vio a Jana deprimirse y llorar más veces de las que hubiera deseado, y también la vio hacer acopio de valor vacunando y alimentando a los niños.
Cuando por fin estuvieron de regreso, se dio cuenta de que ella no era de las que se detuvieran seguido.
Así que al Congo le siguió Yemen. Una epidemia muy infecciosa en pequeños poblados. Por primera vez, él sintió el verdadero peso de su miedo, cuando Jana tuvo la primera fiebre y Kris creyó que estaba contagiada también.
El cementerio del pueblito en el que estaban en ese momento ya no alcanzaba para tantas tumbas, y en medio de la tragedia habían tenido que decantarse por una fosa común para los que morían de la enfermedad.
Esa fue la primera vez que él ni siquiera le preguntó qué quería hacer. Cuando Jana volvió a abrir los ojos dos días después ya no estaba en Yemen, sino en un hospital especializado en Grecia.
—Kris, por Dios, ¿qué fue lo que pasó? —exclamó asustada y él suspiró tomando su mano.
—Te sedé y te saqué de allí —respondió con gravedad.
—¿Me... Me sedaste? ¿Cómo que me sedaste? ¿Te volviste loco? —lo increpó ella sorprendida por semejante revelación.
—Sí, amor, lo confieso, completamente loco —murmuró Kris haciendo un puchero y Jana pudo ver las profundas ojeras que había en su cara, realmente se veía desmejorado y tan cansado como si no hubiera dormido en muchos días—. Me volví completamente loco, amor. Y si te hubiera pedido que me dejaras sacarte, no habrías aceptado. Pero yo no te puedo perder, Jana, ¿entiendes? Lo lamento, pero esa no es una opción para mí.
Ella suspiró intentando procesar aquel impacto, y se echó hacia atrás en su cama de hospital, mientras tiraba de la mano de Kris y él la abrazaba como podía, apoyando la cabeza en su pecho.
Aquella debió ser la primera alarma, aquella debió ser la primera bandera roja para que Jana entendiera que rara vez le iba a preguntar su opinión, y que de ahí en adelante haría lo que mejor le pareciera, le gustara a ella o no. Sin embargo estaba aturdida y agotada, así que no fue capaz de distinguir la amenaza que se cernía sobre su futuro.
De allí a otra misión, y luego a otra, y luego a otra más. Ella consultaba las agendas de la Organización Mundial de la Salud para pedir suministros, y simplemente se presentaba a ayudar. Y él se dedicaba, tal como había dicho, a seguirla y mantenerla a salvo.
En ningún momento habían hablado del tipo de relación que tenían, pero estaba claro que cuando la gente los veía, podían identificar al instante que eran una pareja y los trataban como tal.
Si Kris había sido o no mujeriego en su pasado, Jana no tenía ni idea, lo que sí saltaba a la vista era que no se comportaba como uno. Literalmente no miraba a nadie más. Sus ojos siempre estaban vigilantes y puestos en ella. Su actitud era un repelente instantáneo para cualquier mujer, y más de una que había intentado acercársele se había retirado llorando, porque tenía una habilidad muy especial para ser grosero con las mujeres que se le insinuaban, al punto de que Jana casi sentía lástima por ellas.
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