Sobra decir que la rabia de Hasan Nhasir superaba por mucho a ninguna que hubiera sentido jamás, con la única excepción, quizás, de la que lo había llevado a hacer justicia contra su propio padre. La diferencia era que ahora aquella gente no solo había puesto en peligro un proyecto noble, sino a todas las personas que estaban apoyándolo, incluida Giulia.
—No puedes permitir esto, Hasan. Ese tipo vino a aquí con exigencias, y según me contó Mustafá, también fueron atacados en el desierto —gruñó Karim furioso.
—¿Cómo están los trabajadores? —preguntó el rey antes de responderle.
—Vivos, pero bastante lastimados. Los que están mejor dice que sabotearon todo.
—Y eso no es lo peor —siseó Hasan molesto—. ¡Estoy seguro de que fueron ellos los que mandaron a atacar la caravana donde íbamos, Karim! ¿¡Tienes idea de lo que pudo haber pasado!? ¡Maldición! ¡Giulia estaba conmigo! ¿¡Tienes idea de lo asustada que estaba?!
Karim frunció el ceño y carraspeó.
—¡Ejem…! ¿Giulia? ¿Mi hermana?
—¡Sí, Karim, tu hermana! —replicó Hasan caminando de un lado a otro con frustración.
—¿Seguro? ¿Estamos hablando de la misma persona aquí? —murmuró su hermano y el rey se detuvo frente a él.
—A ver, me queda claro que Giulia es una mujer valiente pero de ahí a que hayamos sido atacados en medio del desierto… ¡Demonios! ¡He estado rompiéndome la espalda para llevar a este país a un estado de paz donde no pasen estas cosas! —rugió Hasan frustrado y su hermano dios dos pasos hacia él hasta ponerle una mano en el hombro.
A nadie le constaba más que Hasan había tratado de ser un buen rey, pero Karim mejor que nadie sabía que a veces la paz no lo solucionaba todo.
—Escucha, sé que esto es difícil pero no puedes tolerarlo. Yusuf está ahora mismo esperando en el edificio del parlamento, no ha querido moverse de allí, así que será mejor si zanjamos este asunto de una vez por todas.
Hasan se restregó la corta barba con una mano y asintió, sin molestarse en bañarse o vestirse apropiadamente para el parlamento. Apenas puso un pie dentro cuando todos se levantaron y uno de los visires se dirigió a él.
—Su Majestad, el señor Yusuf Al-Amir de las Doce Tribus solicita audiencia con us…
—¡Ahórratelo, Musalem! —bramó Hasan llegando al escaño más alto y girándose para mirar a Yusuf.
El hombre debía tener unos cuarenta años y su mirada era hosca y vacía. Alrededor de él había más de dos docenas de hombres de su tribu, y aunque todos habían sido debidamente desarmados como ordenaban las leyes del Parlamento, aun así Hasan podía sentir la amenaza en el aire.
—¡El señor Al-Amir no está solicitando nada, lo está exigiendo nada menos! —espetó el rey—. Y viene aquí después de atacar un proyecto de la corona, después de saquear pueblos, lastimar trabajadores de palacio y amenazar a pobres aldeanos con matarlos si respaldaban un intento mío de abrir pozos de agua. ¡¿No es cierto?!
Yusuf lo miró a los ojos durante un largo momento y luego inclinó la cabeza con fingido respeto.
—Por eso hemos venido a disculparnos, Su Majestad. No teníamos idea de que fueran pozos de agua. Creímos que estaban tratando nuevamente de explotar petróleo en nuestras tierras…
—¡Mis tierras! —rugió Hasan y bajó hasta su altura para encararlo—. ¡Mis tierras, mi país, mi gente! ¡Le he dado a las Doce Tribus participación y sobrada ganancia de cada pozo de petróleo y así es como me lo pagan! ¡¿Qué es lo que estás buscando, Al-Amir?! ¡¿Quieres que me arrepienta y les quite todo lo que les di?! ¿¡Quieres otro tirano como mi padre para poder justificar una guerra que llevo meses tratando de evitar!? ¿¡Eso es lo que estás buscando!?
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD