Charlie tenía las pupilas dilatadas y quería creer que lo que estaba mojando sus pantalones en ese momento era la lluvia, mientras veía a un tigre adulto de más de un cuarto de tonelada avanzando hacia él con las fauces abiertas.
—¡Rajá! ¡Déjalo! ¡Ahora! —se escuchó la voz demandante de Faith y el animal rezongó tres veces antes de darse la vuelta y caminar hacia ella—. Ya lo sé, bonito, no soportas que invadan tu espacio. Lo siento —le dijo ella hablándole como si fuera un niño chiquito—. Ya, ya... Ve adentro, no te mojes más que luego me lo pones todo perdido. Ve.
Le palmeó los cuartos traseros y el tigre se metió a la casa en dos saltos.
Charlie se quedó allí, tirado en la hierba, con los ojos como platos, en completo shock mientras Faith le tendía la mano para que se levantara. Era una criatura hermosa, eso nadie lo ponía en duda, ¡pero tenía un maldito tigre en su casa!
—¿Estás bien? —preguntó ella con preocupación—. ¿No te lastimó?
Charlie se puso de pie tambaleándose y señaló a la puerta por la que había desaparecido el tigre, sin poder articular palabra.
—No te preocupes, no te hará nada mientras yo esté presente —le dijo con un suspiro—. Pero ¿cómo se te ocurrió saltar la verja?
Charlie la miró con incredulidad.
—¿Y a ti cómo se te ocurre tener un tigre suelto en la propiedad? —la increpó Charlie.
—¡Pues esta es su casa! ¿Dónde más iba a estar suelto? —replico Faith con tanta naturalidad que a Charlie se le desencajó la mandíbula de la impresión.
—¡Faith, tienes un tigre! Espera... ¿Es el mismo que compraste cuando eras una cría? —le preguntó.
—Sí, claro. ¿Qué creías que había pasado con él? —contestó ella cruzándose de brazos.
—¡Pues que estaría en un zoológico al menos! ¡O de vuelta a la vida salvaje haciendo tigrecitos en un trigal! —se escandalizó Charlie—. ¿Cómo se te ocurrió conservarlo?
—¿Y qué otra cosa iba a hacer? —gruñó Faith—. No desechamos a los que amamos, ¿recuerdas? Y Rajá es... Rajá es muy importante para mí.
—¡Me dijiste que era un gatito! —masculló Charlie poniendo los ojos en blanco.
—Bueno, sí —respondió ella con una sonrisa—. Para mí es un gatito pequeño. Mi gatito.
Charlie no sabía si reír o llorar.
No le quedó más remedio que ir tras Faith dentro de la casa y ver cómo el animal se acercaba a ella y Faith se tomaba unos momentos para acariciarlo detrás de las orejas.
—Ven amor, vamos a la cocina a llenarte esa pancita antes de que te entre la tentación de comer extraños —le dijo con una sonrisa y Charlie se dio cuenta de que el tigre la seguía a todas partes, como un cachorrito con apego.
La vio abrir una enorme nevera y sacar un pedazo grande de carne cruda. Lo gracioso fue la suavidad con que Rajá lo tomó de sus manos y se fue a echar a un rincón alejado para comer.
Faith se lavó en el chorro de agua caliente del fregadero y luego le hizo una seña para que lo siguiera, llevándolo a una habitación del segundo piso.
—Quítate el lodo. Yo voy a cambiarme y ahora te traigo ropa seca —le dijo y Charlie no se lo hizo repetir dos veces antes de meterse a la ducha, su ropa estaba empapada y sucia, y la lluvia afuera estaba muy fría, así que por una vez se sumergió en aquel baño de agua caliente mientras intentaba asimilar todo lo que acababa de pasar.
¿Cómo era posible que Faith todavía tuviera a aquel tigre?
¡Estaba loca! ¡Había madurado mucho pero eso no le había quitado lo loca!
La imagen del gaznate caliente del tigre pasó por su cabeza mientras se secaba, sin darse cuenta de que ella abría la puerta del cuarto y se quedaba con una imagen muy diferente.
—Te traje el pijam...
Faith se quedó muda cuando lo vio. No lo había visto sin camisa desde hacía cinco años y definitivamente el cuerpo del chiquillo de diecisiete años no se parecía en nada al del hombre que tenía delante.
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