Él sabía por qué su hermana estaba bastante ansiosa por casarse.
Luna siempre estaba complicándole la vida a Ariadna a escondidas, y le lanzaba miradas despectivas a Merce.
Se sentía inútil, ya que era incapaz de convencer a su esposa o de proteger a su hermana.
Eduardo terminó de lavar los platos y salió de la cocina.
"Señora, ya terminé."
Juana, al ver la cocina limpia y ordenada, finalmente sonrió y dijo: "Todavía te diriges a mí como señora, ¡deberías llamarme mamá!"
Eduardo realmente no podía decirlo, y después de un prolongado momento, apenas logró decir con dificultad: "Mamá".
Juana asintió repetidamente, se limpió la esquina de los ojos y sacó su celular para agregar el contacto de Eduardo en WhatsApp.
"Si cambias la manera de dirigirte a mí, tendría que darte un regalo. Para tu cuñada era diez mil y un pesos, no hago distinciones."
Juana le envió a Eduardo un regalo de diez mil y un pesos. "Por costumbre, tienes que devolverme un peso."
Ariadna sabía que Eduardo no llevaba efectivo encima.
Tragó saliva nerviosa y sacó un peso de su bolso. "Mamá, eres muy generosa."
Ariadna intentó detener a Eduardo de aceptar el dinero, pero él, justo frente a ella, confirmando la recepción.
Ella cerró los ojos con pesar, sintiendo que su corazón se desangraba.
¡Ya le había dado ocho mil pesos!
Aunque sentía lástima por las dificultades económicas de Eduardo, su situación tampoco era fácil.
Viviendo de alquiler y cuidando de una niña, ¿no era necesario tener dinero para hacer todo eso?
Luna estaba muy descontenta, ¡el dinero de su suegra era el suyo! ¿Por qué darles diez mil a ellos?
"Ya que están casados, ¿cuánto es la dote?" Preguntó Luna con los brazos cruzados.
"Edu y yo nos amamos de verdad, no necesitamos una dote," Ariadna tomó la gran mano de Eduardo.
La suave y cálida mano de la chica, hizo que Eduardo sintiera un cosquilleo especial.
Quiso soltarse, pero Ariadna lo agarró aún más fuerte.
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