Ariadna observó a Cintia llevar a Soledad a la planta de arriba con una mirada indiferente; de hecho, sus ojos reflejaban solemnidad. «Al parecer la bofetada de Cintia valió la pena; sin embargo, esta será la última vez que se le permitirá golpearme». Una vez que Soledad se había ido, Hipólito se dirigió hacia Ariadna y le dijo:
-Sol, recuerdo que solían llamarte así, ¿verdad? -Esta asintió, su apodo sonaba como el nombre de Soledad así que ya no le gustaba mucho-, ¿Qué hay de eso, Sol? -Hipólito suspiró antes de fruncir los labios y luego dijo—: He malcriado a Soledad, en parte es mi culpa que haya hecho algo tan horrible. Deberíamos haber llamado a la policía, pero sigue siendo tu hermana pequeña y somos una familia. Además, estás bien y ella ha cosechado lo que sembró; olvidemos esto, ¿de acuerdo? Sin embargo, aún la castigaré y te compensaré, ¿está bien?
Ariadna cerró las manos en puños bajo las mangas del pijama. «¿Qué quieres decir con "estás bien"? Si realmente me hubiera mordido una serpiente, Soledad se habría asegurado de que nadie lo supiera; para cuando saliera el sol, mi cuerpo se habría enfriado. Sin embargo, ¿me pides que finja que no ha sucedido nada? ¿Solo la vas a castigar durante un mes?» En ese mismo momento, Ariadna supo qué clase de persona era Hipólito; mientras no fuera nada amenazante para él, no abandonaría tan fácil a Soledad. Después de todo, cuantas más hijas tuviera, más posibilidades tendría de aferrarse a una familia más adinerada.
Él era un hombre que haría cualquier cosa para conseguir lo que quería; Ariadna no podía entender por qué su madre se había enamorado de alguien como él, estaba muy decepcionada, ya no le importaba que Hipólito fuera su padre biológico. Sin embargo, no mostró nada de eso en su rostro; en su lugar, esbozó una dulce sonrisa y asintió con la cabeza.
-No puedo decidirme, así que, papá, haré caso a tus palabras. Soledad aún es joven, así que no la culparé de nada, fingiré que no ha sucedido nada y seguiré siendo una buena hermana para ella; solo espero que a Soledad no le importe mucho.
-No te preocupes, le pediré que se olvide de esto también.
Nadie mencionará esto nunca más, estoy seguro de que las dos podrán llevarse bien.
-Por supuesto. -Ariadna sonrió, sus hoyuelos se visualizaron en ambos lados de su rostro.
Cualquiera que la mirara supondría que era inocente y sensata. Hipólito suspiró aliviado y a la vez se alegró de la situación; esa hija no solo era bonita e indulgente, sino que también era obediente. «Es mucho más obediente de lo que pensé que sería; eso es bueno, será fácil de controlar».
-Se está haciendo tarde, estoy seguro de que hoy también debes estar conmocionada. Acuéstate temprano, dime lo que necesitas y haré todo lo posible para cumplir con tus peticiones. -Hipólito estaba de buen humor, por primera vez, el avaro no fue tacaño, pues le entregó a Ariadna otra tarjeta-. Hay un millón en esta; en total, tendrás dos millones, incluso el otro millón que te he dado antes. Puedes gastarlo en lo que quieras y, cuando lo hayas gastado todo, puedes venir a pedir más. No debes vivir como antes en el pueblo, tienes que actuar como la hija de los Sandoval; le pediré a Alfredo que te lleve a comprar
ropa mañana.
—¡Gracias, papá! Eres el mejor.
Con el ego en alto, el disgusto por el incidente de Soledad se disipó de la mente de Hipólito; luego tarareó una canción mientras subía las escaleras.
En el momento en que Ariadna volvió a su habitación, su dulce sonrisa desapareció. «Aunque Soledad sea estúpida, tiene a Cintia que cuida de ella. En cambio, yo no tengo a nadie; solo me tengo a mí misma». Al apretar los puños, Ariadna se tiró a la cama y al mismo tiempo miraba al techo con la mirada perdida. «Quizá no haya nada malo en estar sola; además, no es que esté sola, papá y mamá del extranjero son muy amables conmigo, y mi hermano también. Él depende de mí, debe extrañarme mucho mientras estoy fuera». Para asegurarse de que no estaban involucrados en el lío, Ariadna tuvo que cortar temporalmente los lazos con ellos. Sin embargo, cuando pensaba en su hermano, las comisuras de sus labios se curvaban hacia arriba. En ese momento, sonó su teléfono y, cuando atendió la llamada, se dio cuenta de que era de una amiga de Estados Unidos.
—Sol, ¿cómo estás? —La otra persona en la línea tenía un acento londinense.
-Estoy muy bien, Vanesa. Para ser sincera, estoy de vuelta en mi antigua casa familiar en el pueblo; aunque he tenido algunos pequeños problemas, ya se han resuelto. Por cierto, ¿por qué llamas?
Ariadna hablaba en un fluido inglés, como si hubiera nacido y crecido en el extranjero.
—Sabes que he estado trabajando en un proyecto de la isla, pero la parte final del proyecto cuesta mucho y estoy teniendo problemas con los fondos. Me preguntaba si podrías prestarme algo de dinero o quizás invertir en mi proyecto —continuó la otra persona tras sonar un poco avergonzada.
-Me interesa bastante tu proyecto de la isla, ¿qué me dices de esto? ¿Cuánto necesitas? Estaría encantada de unirme a ti -respondió Ariadna.
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