Una vez que Cintia se había ido, Hipólito le lanzó una mirada a Ariadna.
-Sol, dime la verdad, ¿cómo conociste a Valentín? ¿Son cercanos ustedes?
Hipólito quería preguntar eso hacía mucho tiempo; sin embargo, le preocupaba que Ariadna pensara que la estaba usando como trampolín, por lo tanto, se abstuvo de preguntar hasta ese momento. «A este paso, parece que ella es demasiado ingenua para cuestionar mis motivos, mejor voy al grano y le pregunto todo lo que quiera saber; esta joven tonta me lo dirá de todos modos». Como era de esperar, Ariadna le contestó sin ninguna duda.
-En realidad no lo conozco mucho, me lo encontré por casualidad cuando mi barco se hundió en el mar; estaba herido en ese momento, así que curé sus heridas con las hierbas que pude encontrar. Más tarde, cuando sus guardaespaldas vinieron por él, me rescataron y me trajeron aquí.
Lo que él no sabía era que Ariadna había resumido la historia, omitió los detalles en los que se desnudaron y se acurrucaron para darse calor, así como la verdad de que salvó la vida de Valentín. Al escuchar su historia, Hipólito se sintió decepcionado pero complacido; se sintió decepcionado porque había esperado que hubiera algún tipo de implicación emocional entre los dos, pero no lo hubo. Al mismo tiempo, le puso muy contento que Ariadna había ayudado a Valentín Navarro porque eso significaba que este le debía a la familia de Ariadna un favor por su amabilidad. «Imagina eso, ¡un favor de los Navarro! Solo esa experiencia vale oro».
-Maravilloso, eso es genial, Sol. ¡Como se esperaba de mi hija! -Hipólito se rio entre dientes.
La miraba con cariño como si estuviera viendo la gema más rara del mundo. Ariadna puso una expresión de inocencia y desconocimiento, esbozó una rápida sonrisa de agradecimiento ante el cumplido y luego continuó con su cena.
El día siguiente había llegado a la velocidad de la luz, los cuatro partieron de Distrito Jade y se dirigieron hacia
Noria. Durante el viaje, Ariadna y Soledad se sentaron una al lado de la otra en el asiento trasero, Soledad llevaba el uniforme amarillo del equipo de la Real Academia de Baristas; se aplicó un maquillaje liviano y sofisticado, acorde a su estatus aristocrático.
En cambio, Cintia había preparado ropa minimalista para Ariadna, no había contratado a nadie para maquillarla; por lo tanto, llevaba el rostro completamente limpio y el pelo recogido en un simple rodete, parecía una estudiante de secundaria común y corriente, incluso sin ningún tipo de adorno. Ariadna era irresistible a la vista, su presencia brillaba con una pureza angelical, casi como una orquídea floreciente cuya belleza era tan rara que la gente solo podía apreciar desde lejos. Era la definición de la verdadera belleza, no del tipo que buscaban muchos hombres, sino una verdadera belleza que hacía reflexionar a estos sobre si eran dignos de estar a su lado.
Al principio, Soledad se sentía la estrella más brillante del cielo y a la vez sabía que su maquillaje valía seis cifras. Sin embargo, esa confianza cayó en picada tras ver la belleza simple de Ariadna; en ese momento, se sintió como un miserable personaje secundario mientras
Ariadna era la protagonista del espectáculo. Eclipsada, Soledad apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas en forma de garra casi cortan sus palmas.
-Ejem. -Cintia carraspeó desde el asiento del acompañante.
Al oírla, Soledad salió de su aturdimiento y volvió a concentrarse. «¿Y qué si Ariadna es bonita? No es más que un rostro bonito que los hombres guardan como juguetes, yo soy genuina con el cuerpo y la apariencia; el tipo de mujer que los hombres quieren convertir en sus esposas». Soledad reprimió su ira, esbozó una sonrisa poco amigable y dijo:
-Ariadna, no he tenido la oportunidad de disculparme, así que ahora que estamos las dos aquí, quería decirte que lo lamento. No debería haber hecho ese berrinche infantil y haberte puesto en peligro; por favor, perdóname.
Ariadna sabía que Cintia debía haber guionizado toda esa disculpa y que Soledad solo estaba actuando en consecuencia.
«¿Un berrinche infantil? Buf, ¿qué clase de niño alberga intenciones asesinas durante un berrinche?»
A pesar de todo, Ariadna lanzó una mirada gentil mientras le sostenía la mano; luego la calmó con una voz dulce.
-Está bien, Soledad. No hace falta que te preocupes por el pasado ni que te disculpes, somos familia, después de todo.
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