Sin embargo, Ariadna permaneció impávida, como si no le importara en lo más mínimo; esa era la verdad, realmente no podía importarle menos que Valentín no la recordara. Ella sabía que los Sandoval querían conexiones con los Navarro debido a su estatus social de élite. A pesar de ello, ese prestigio no era lo que ella quería o necesitaba; por lo tanto, no importaba si él se acordaba de ella.
Soledad se burló cuando Ariadna no reaccionó ante ella. «¡Mentirosa! Sigue actuando como si no te importara entonces, apuesto a que, en el fondo, estás llorando como una niña grande a la que le duele todo esto. ¡Te lo mereces! Valentín nunca estaría interesado en una simple pueblerina como tú».
Los cuatro Sandoval no se dieron cuenta de que Valentín había observado a Ariadna desde atrás durante bastante tiempo; permaneció así hasta que ella abordó su vuelo, solo entonces se rio entre dientes de forma curiosa. Mientras estaba a su lado, los ojos del guardaespaldas casi se salieron. «¿Qué está sucediendo? El señor Navarro nunca se ríe, suele ser poco sonriente y algunos dirían que, incluso, distante. No puedo creer que ahora se esté riendo para sí mismo; además, no es una risa burlona. No, es más genuina como una risa divertida que sale de lo más profundo del pecho; ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi reírse así». Mientras el guardaespaldas estaba sumido en sus pensamientos, se escuchó de repente la voz de Valentín.
-¿Notaste alguna diferencia entre ella y los demás? -preguntó.
«Había tres mujeres en esa familia, ¿a cuál se refiere?» El guardaespaldas había trabajado junto a Valentín durante varios años, así que sabía que no debía preguntarle de forma directa así que reflexionó un rato antes de recordar que Ariadna se había vestido de forma diferente a los demás; luego contestó con dudas:
-Efectivamente, los otros tres se han vestido con marcas de diseño conocidas, mientras que la ropa de esa joven... Bueno, parece ropa comprada al azar en un puesto callejero.
Incluso con una observación tan fuerte, Valentín siguió
negando con la cabeza. El asistente se puso rígido al instante por la conmoción. «¿Me equivoqué al adivinar? ¿Acaso el señor Navarro no se refería a esa mujer?» Justo cuando el asistente se sintió nervioso, Valentín volvió a hablar:
-No me refiero a su ropa.
El guardaespaldas suspiró de alivio, ya que al menos había adivinado bien; aun así, frunció el ceño confundido.
—Si no es la ropa, ¿entonces qué es?
En cuestión de segundos, la expresión de Valentín volvió a su habitual indiferencia.
-No es nada, continuemos.
Entonces el asistente pasó el tema por completo, no se atrevió a indagar más, así que continuó con su informe.
En el avión, los cuatro Sandoval se sentaron en la misma fila. Hipólito estaba de mal humor desde la hazaña de Ariadna; por ello, le ordenó que realizara varias tareas sin sentido durante el vuelo. Le dijo que trasladara su equipaje a la cabina superior, luego que ordenara sus abrigos y los metiera en el equipaje; después de eso que sacara sus cargadores y así sucesivamente. Todos los demás en el avión asumieron que ella era solo su ama de llaves.
Ariadna no se molestó en hacer todas esas tareas, todo lo que hizo fue cumplir con la petición de Hipólito sin quejarse; al final, este no pudo aguantar más y retumbó con frialdad:
-¡Suficiente! Ven aquí. -Una vez que ella se sentó junto a él, la interrogó con un tono tajante-: Creí que habías dicho que ayudaste al señor Navarro; entonces, ¿por qué no se acordó de ti en absoluto?
Ariadna sacudió la cabeza con franqueza.
-Solo le hice un pequeño favor, así que es común que no se acuerde de mí.
-Entonces deberías haber... -Hipólito vaciló al mirarla.
«Supongo que tener una hija ingenua no siempre es algo beneficioso, si fuera Soledad la que conociera a Valentín... se habría dado cuenta enseguida de mis intenciones y habría intentado acercarse a él». Luego, él resopló de mala gana: -Olvídalo, hablaremos de esto más tarde. Todavía hay mucho que tienes que aprender.
—De acuerdo -asintió ella sin problemas.
Con los ojos redondeados y los labios entreabiertos, fingió una inocencia infantil como si no supiera qué había hecho mal. Justo en ese momento, la azafata se acercó a ellos.
-Buenos días, señor Sandoval. Según las millas de su vuelo, podemos darle un ascenso gratuito a primera clase.
Hipólito eligió deliberadamente los asientos de clase turista no solo por tacañería, sino también porque sabía que podían obtener un ascenso gratuito. Complacido, sonrió mientras se ponía de pie.
-Gracias. Por favor, muéstrenos el camino.
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