—¡Achú!
—¿Te has acatarrado? ¿Puedes esta noche? —preguntándole a Isabella, Mónica, que estaba eligiendo un vestido adecuado para esta cantante, se preocupaba de si daría un espectáculo perfecto aquella noche.
—¡Claro! Cantaré —Isabella sonrió y se tomó una servilleta para limpiarse la nariz.
Se le ocurrió algo a Mónica al echarle un vistazo, y empezó a bromear:
—Te debe echar de menos alguien.
—¿En serio? —al oír lo que dijo su compañera, Isabella creía que nadie se preocuparía tanto de ella como Gustavo.
Viviendo las sonrisas del rostrito bien maquillado de Isabella, Mónica no pudo parar de reír,
—Ah, estoy curiosa por saber en quién estás pensando.
Las sonrisas y los ojos brillantes destacaron perfectamente la belleza de esta chiquita, que intentaba expresar algo con sus ojos a Mónica.
—Entonces, ya ¿tienes novio? Bueno, Fernando me ha dicho que te has casado. Tu marido es aquel que quedó en tu casa aquella noche y se presentó como tu novio, ¿sí?
Con las cejas delgadas, los gestos de Mónica le hacían gracia a las palabras.
No teniendo tiempo de pensar por estar sorprendida, Isabella se defendió inmediatamente,
—¡Gusavo nunca se ha presentado así a sí mismo!
Pero estaba segura de que ese hombre le juró que viviría con ella algún día.
—¿Se llama Gustavo?
Mónica no pudo parar de reír al enterarse de eso. En realidad, fue su novio, Fernando, o sea, el hermano de Isabella, el que le dijo que un chico se había enamorado de ella, aunque nunca sabía cómo se llamaba. Se le ocurrió algo,
—Tu marido y tú debéis haber vivido problemas económicos. Si no, no aceptarías dar espectáculos en mi bar.
—Vale, te contaré todo lo que quieres saber.
Esta vez Isabella ya no pudo ocultar nada a Mónica. Estrechando las manos de su jefa, decidió de contar la catástrofe que acabó de experimentar.
Al saber lo que le pasó a esta pobre chica, Mónica sintió gran simpatía por ella y la consoló:
—No te preocupes, nadie sabrá que trabajas aquí.
—Gracias, Mónica, no, gracias, Estrella —dijo tímidamente la chicha.
—Llámame Mónica, por favor —Rio Mónica, —me he acostumbrado a eso ya.
—¡Vale! —a Isabella le encantó mucho la sinceridad de la novia de su hermano.
Mónica sacó una falda de color blanca y se acercó a Isabella,
—¡No maté a Serenidad! Confíe en mí, por favor —empezó a llorar Otoñada, no sabiendo cómo explicarse.
Curiosas por qué le pasó a esta pobre mujer, Isabella y Mónica se quedaron en blanco.
«Señor J debe ser Pascual. Lo conocí de la voz.» Se dijo Isabella, que era innatamente sensible a timbres de voz, mientras que Mónica no halló este rasgo.
—Oye, para de ilusionarte con huirte del Casino Nightmist. Quedarás aquí para siempre prostituyéndote. ¡La puta asesina! —sentado en el sofá, el hombre siguió hablando fríamente.
Otoñada lloraba tan fuertemente que casi no podía hablar.
Habiendo escuchado todo eso, Mónica puso ceño, le estrechó involuntariamente a Isabella las manos y se huyeron corriendo.
—Mónica, ¿qué te pasó? —preguntó Isabella, cuya mano fuera agarrada estrechamente por su jefa.
Si Mónica no oyera el nombre de Serenidad, jamás se le ocurrió lo que hizo hace cinco años para que casi desapareciera el Casino Nightmist de la Ciudad de río.
Isabella estaba tan curiosa que no podía parar de preguntarle a Mónica:
—La persona a la que llaman Serenidad murió en este casino, ¿sí?
—Eso no es el asunto tuyo. No te olvides de la advertencia de Bella, cariño. En el Nightmist no debes cuidar a nadie salvo a ti misma —la interrumpió de repente y siguió hablando, —no dejarás a nadie del casino ver tu cara salvo Ernesto y yo, ¿entiendes?
Fue la primera vez que le habló a alguien de esta cosa tan importante durante los cinco años pasados. Como una de los fundadores del Nightmist, Mónica sabía bien que Ernesto, que vino el año pasado a gestionar este casino, no se enteraba del asunto de Serenidad.
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