¿Cómo puede su mimada ser despreciada por otras mujeres?
––Dile a la camarera que hoy es su último día de aquí ––dijo fríamente Gonzalo.
El gerente que estaba a su lado asintió con la cabeza y no se atrevió a preguntar la razón.
Gerardo, el asistente de Gonzalo, no tuvo más remedio que explicar en voz baja:
––Todos los clientes deben ser tratados por igual sin que importe cuál sea la identidad del cliente.
El gerente entendió de se pasó al lado.
En el lugar de la camarera maleducada vino una mujer más guapa que la anterior.
––Señora, ¿está eligiéndose un perfume? ––preguntó la nueva camarera con sonrisa.
Isabella asintió,
––Sólo quiero mirarlos.
––No pasa nada, déjeme presentárselos ––dijo la camarera, sacando las muestras de la vitrina.
Isabella olía casi todos los perfumes de aquí, pero no encontró el perfume que usaba la mujer que vino a la casa a recoger los documentos.
Gonzalo no estaba lejos de ella, observándola en silencio.
––¿Ninguno de ellos no le gustó? ––preguntó pacientemente la camarera.
Isabella señaló una botella de perfume azul claro y respondió,
—Esto sí.
En este momento, se oyó la voz de un hombre:
––Empaqueta dos botellas de este perfume.
––Sí, señor ––la camarera se giró y retiró dos botellas de perfume del mostrador.
Un hombre guapo apareció frente de Isabella.
––¡Estás aquí! ––nunca se imaginaba encontrarse con él en esta tienda.
––¿Cuándo regresaste de Corea del Sur? ––preguntó Gonzalo, «¿por qué Juan no me dije que Cristina había regresado de Corea del Sur?»
––No he estado en Corea ––respondió ligeramente.
Pero el centro comercial era tan ruidoso que Gonzalo suponía que Isabella le dijo que acababa de regresar de allí.
El secretario de Gonzalo rápidamente le pasó la tarjeta de crédito para pagar la factura. Y luego la camarera entregó los perfumes a Gonzalo, que los pasó a Isabella.
Mirando aturdidamente a este hombre, Isabella no entendía por qué se lo hizo.
––Mi regalo para ti ––dijo Gonzalo.
Sacudiendo la mano, Isabella rechazó,
––¡Gracias! Pero no los necesito.
––¿En serio?
Gonzalo tiró de una mano de Isabella para hacer que sostuviera la bolsa de perfumes, diciendo,
––Ya está todo. Regresemos a la oficina.
––¡Sí! ––se inclinaba el secretorio, y luego hizo señas para que la gente se dispersara.
«¿Cómo puede Señor Gonzalo intimar tanto con una mujer desconocida? Ya tiene novia».
Pero a Gonzalo no le importaba cómo pensaran los demás, ya que cada vez cuando se encontraba con Cristina, no quería soltar su mano.
––Ven conmigo ––Gonzalo sostuvo la mano de Isabella, andando.
––¡Suéltame!
A Gonzalo no lo molestaba la manera de que le llamaba Isabella, porque ella le llamaría «cariño» tarde o temprano. Suponía que en el momento en que se casarían, se sorprendería que se hubiera encontrado con su marido en esta tienda.
Isabella seguían empujando el cofre de Gonzalo, pero no podía forcejear con mucha fuerza, ya que sus pies se quedaban en el aire.
Gonzalo atrapó dos muñecas de Isabella con una mano grande, y la otra se metió en su ropa.
Su movimiento hizo que Isabella se colafriara.
Sin embargo, Gonzalo no le da a Isabella la oportunidad de hablar. Su gran mano se puso en el abdomen de Isabella y se movió hacia sus tetas.
Sorprendida, Isabella abrió sus ojos como pudieras, y no pudo parar de llorar, mientras que Gonzalo la besaba locamente, como si fuera un volcán que estuviera en erupción.
Él le contuvo las manos, nunca se relajó, y nunca dejó sus labios.
Pero Isabella, cuyos ojos nunca se cerraron, gritó luchando contra la agresión de Gonzalo, que suponía que la chica estaba disfrutando mucho.
Le dolían tanto el cuerpo como el corazón. En su respiración se podía sentir la desesperanza.
Por incomparablemente guapo que fuera Gonzalo, quería huirse Isabella, que pensaba totalmente en ese momento en Gustavo, su marido. En deseo de que viniera su esposa a salvarla, no podía parar de llorar.
Al sentir que algo goteó en su rostro, Gonzalo levantó sorprendidamente la cabeza, viendo que lo miraba Isabella con los ojos llenos de lagrima.
Se quedó en blanco.
Cuando Gonzalo no se fijaba en la reacción de su interlocutora, Isabella sacó su mano de la del hombre, lo manteó y empujó con toda su fuerza. Luego se vistió rápidamente con los pantalones y abrió la puerta para huirse.
Se encontraba confuso, no entendiendo por qué lo rechazó esta chica.
Mirando su espalda, sintió que su corazón comenzó a dolor.
Mientras que Isabella se arrojó al baño tan pronto como regresó a casa.
Aunque logró evitar que la agrediera Gonzalo, al recordar la escena en la que él manoseaba su cuerpo, no pudo perdonarla a sí misma. Si supiera que ocurriría eso, no salvaría ese demonio.
De mal humor, Isabella no fue a la cocina, porque sabía que aunque hubiera preparado la comida favorito de Gustavo, no comería juntos su esposo.
Isabella se dio cuenta de que Gustavo se convirtió totalmente en una persona totalmente diferente después de su boda.
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